Saberes y Prácticas. Revista de Filosofía y Educación

Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 7 N° 2 (2022) / Sección Dossier / pp. 1-10 / Licencia Creative Commons
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 14/11/2022 Aceptado: 30/12/2022
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.078


El asalto de las “vidas minúsculas” en la academia. Un esbozo historiográfico

The assault of the "tiny lives" in the academy. A historiographic sketch

O assalto às "pequenas vidas" na academia. Um esboço historiográfico


Gabriel Jaime Murillo Arango

Facultad de Educación, Universidad de Antioquia, Colombia.

gabriel.murillo@udea.edu.co


Resumen. El artículo esboza algunos hitos fundamentales del desarrollo de las ciencias sociales en el siglo XX que dieron cabida al interés por las vidas ordinarias, en disputa con el privilegio de atención concedido entonces a las élites y los grandes personajes, de donde se configura un marco epistemológico que acoge el estudio de los individuos y grupos sociales subordinados en la modernidad, dotado de un nuevo arsenal de métodos y técnicas basados en los testimonios orales y documentos personales. A través del seguimiento de dicha ruta, condicionada por los múltiples tributos de las ciencias de la cultura, la literatura, la sistematización del pensamiento pedagógico y la variopinta experiencia histórica global, se comprenden las condiciones de emergencia del paradigma biográfico narrativo en educación. 

Palabras clave. vidas minúsculas, relato de vida, testimonio, ciencias sociales.


Abstract. The article outlines some fundamental milestones in the development of the social sciences in the twentieth century that gave rise to an interest in ordinary lives, in dispute with the privilege of attention then granted to elites and great figures. So an epistemological framework is configured that welcomes the study of individuals and subordinate social groups in modernity, endowed with a new arsenal of methods and techniques based on oral testimonies and personal documents. By following this route, conditioned by the multiple contributions of the cultural sciences, literature, the systematization of pedagogical thought and the diverse global historical experience, the conditions for the emergence of the narrative biographical paradigm in education are understood. 

Keywords. small lives, life narrative, testimony, social sciences.


Resumo. O artigo traça alguns marcos fundamentais no desenvolvimento das ciências sociais no século xx que deram origem a um interesse pela vida comum, em disputa com o privilégio de atenção então concedido às elites e grandes figuras, a partir do qual se configura um marco epistemológico que acolhe o estudo dos indivíduos e grupos sociais subordinados na modernidade, dotado de um novo arsenal de métodos e técnicas baseadas em testemunhos orais e documentos pessoais. Seguindo este caminho, condicionado pelas múltiplas homenagens das ciências culturais, da literatura, da sistematização do pensamento pedagógico e da diversificada experiência histórica global, entendem-se as condições para o surgimento do paradigma biográfico narrativo na educação. 

Palavras-chave. pequenas vidas, histórias de vida, testemunho, ciências sociais.


I

El giro narrativo en las ciencias sociales, anunciado en los albores del siglo XX por la antropología anglosajona, podría renombrarse con el título de una obra maestra de la literatura francesa contemporánea: Vidas minúsculas, de Pierre Michon (2002). Esta reúne una serie de relatos de seres anónimos, en la generalidad de los casos historias de personas que se hallan al borde del fracaso, condenadas a la abulia o la sinsalida, víctimas impotentes de la burocracia o de una burda jugada de las jerarquías de poder, vidas que no han merecido tan siquiera hacerse a un lugar en la historia.

La naturaleza anómica de estos personajes presuntamente de ficción es elevada a categoría social con las multitudes de carne y hueso que ejercen los múltiples oficios viles y menudos que hacen la vida de las metrópolis en tiempos modernos. Es este el laboratorio vivo en donde la Escuela de Chicago dio el giro decisivo que hubo de impactar en el conjunto de las ciencias sociales, con la apertura de los baúles familiares y legajos de documentos personales, las entrevistas en profundidad, las historias cruzadas, esto es, con otros métodos e instrumentos usados para indagar la condición de los individuos en las sociedades contemporáneas.

El camino pudo ser despejado a partir de la sociología comprensiva de Max Weber, en virtud de su interés por el significado de las acciones en las que participa la gente y en las distintas modalidades como se producen los intercambios en la sociedad, lo cual presupone un agudo sentido de observación por parte del sociólogo investigador. Siguiendo los pasos de Weber, la sociología formal de Georg Simmel se inclina hacia las formas de interacción en escenarios concretos, las mismas que por antonomasia constituye el objeto privilegiado del interaccionismo simbólico en sus variadas expresiones. El punto de encuentro ilumina los trabajos de diferente índole agrupados en torno al programa de la Escuela de Chicago que hacen uso de la observación participante, enfocada ya no en grupos sociales exóticos habitantes de tierras lejanas, sino incluso con el foco puesto en el mismo espacio urbano caótico donde habitan los propios investigadores. Justamente los trabajos pioneros de sociología urbana de Robert Park, William Foote Whyte, en particular el más renombrado sobre la vida de los inmigrantes polacos en Norteamérica de Thomas y Znaniecki, dibujan un nuevo horizonte de posibilidades en los modos de investigar de las ciencias sociales.

Fue aquella la época dorada de las historias de vida en ciencias sociales, entre los años 1920 y finales de los años 30, hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Por circunstancias y motivos fáciles de reconocer, el apogeo de la década anterior en materia de investigación sociológica y antropológica queda en suspenso, dando lugar a un periodo de reflujo hasta los años sesenta. Al avanzar los años de posguerra, se asiste a un renacer de la metodología de historias de vida que rápidamente coopta en la academia y en el espacio social cada vez más áreas de pensamiento y acción humanos. En dicho renacer tuvo mucho que ver la publicación en 1959 de La imaginación sociológica de Charles Wright Mills, un apasionado alegato a favor de un conocimiento certero de la vida humana en sociedad basado en una refutación del empirismo abstracto revestido de una jerga técnica, que no oculta su fascinación por las cifras en boga dentro de la sociología académica norteamericana, en tanto la investigación social es concebida en el punto de intersección de la historia, las estructuras sociales y la biografía.

El testimonio de Wright Mills es recogido por un puñado de sociólogos de distintos países que discuten el modo de superar las antinomias en el interior de su disciplina de saber, las cuales han inhibido durante largo tiempo el desarrollo de una sociología del individuo, junto con la relectura (tardía) de Simmel u otros que asumieron entre sus objetos de estudio el “heroísmo de la vida moderna”, como fuera nombrado por Baudelaire. Entre estos sobresale la figura conspicua de Marshall Berman (1991), quien impactó el mundo académico con un libro pleno de sensibilidad estética, Todo lo sólido se desvanece en el aire, publicado en 1982, coincidente en el tiempo que empezaban a soplar las ráfagas de viento del neoliberalismo rampante entrecruzadas con los vientos desbordados de esperanzas juveniles que desembocaron más tarde en el derrumbe del muro de Berlín. El libro invita simplemente a mirar alrededor y contemplar la frenética circulación de los transeúntes en los centros comerciales de las grandes urbes, para revelar el contraste marcado por vidas que en medio de la multitud apenas se rozan en un espacio público fragmentado y subsumido cada vez más por la expansión de una suerte de “intimidad pública”. Por sus páginas discurre una visión que permite caracterizar la modernidad, no tanto relacionada con un periodo de tránsito de las vanguardias en el campo del arte y la cultura sino, antes de todo, como una experiencia de vida encarnada en “la multitud de solitarios” –para emplear el oxímoron de Edgar Allan Poe– que habita las grandes ciudades. La mirada del sociólogo sobre las condiciones de existencia en la sociedad moderna pasa indefectiblemente por reconocer la primacía del individualismo social, como es entendido por Martuccelli y de Singly (2012):

Y todos –sobre todo Berman, pero ya antes Georg Simmel- se interesan no solo por los grandes acontecimientos del mundo, sino también por lo que se observa en las calles y en la vida de nuestros contemporáneos. De nada sirve leer los grandes procesos sociales si se es incapaz de comprender la vida de las personas: la forma en que viven, luchan y afrontan el mundo. Más que una simple perspectiva de análisis, que supone teorías y métodos particulares, la sociología del individuo es una sensibilidad intelectual y existencial (p. 11).

La relectura de las teorías fundadoras, acompañada de una evaluación de los resultados de la investigación empírica, más los aportes del revisionismo marxista y la crítica de la concepción funcionalista dominante en el periodo de entreguerras y de posguerra, confluyen en el renacimiento de los enfoques sociológicos sobre la vida cotidiana. Con estos se desarrollan de preferencia los análisis de los procesos a una escala micro en lugar de abordar una escala macro con el ojo puesto en las estructuras, lo cual redunda en que la observación participante fluya de forma casi natural. Basta citar los nombres de Erving Goffman, Harold Garfinkel, Howard Becker y Aaron Cicourel, situados a la vanguardia de una tendencia de donde deriva la etnometodología, destacando en primer plano la incidencia de las variaciones situacionales en que toma cuerpo la interacción social. El vocabulario conceptual es tomado en préstamo del lenguaje del teatro, razón por la cual una teoría como la de Goffman ha merecido el sobrenombre de perspectiva dramatúrgica, en atención de la puesta en escena de las interacciones sociales realizadas por determinados actores que ejercen ciertos roles en escenarios y situaciones cambiantes, reuniendo actividades en público y entre bastidores, a la vez que es llevada a extremos la tensión esencial entre distanciamiento y compromiso del sociólogo.

Al poner a disposición de analistas y profanos la observación participante como una técnica de análisis de la vida cotidiana y de las infinitas variaciones de las interacciones cara a cara que forjan nuestra identidad en situaciones concretas, el saber sociológico se convierte a la vez en un saber de sospecha que conduce tanto al desvelamiento de posiciones y estrategias como a la eliminación de prejuicios debidos al extrañamiento por la lejanía, valga decir, un saber hacer ver en todo lo ordinario siempre lo extraordinario. Para este saber, “la vida social asume e integra en sí, de innumerables maneras y sin cesar, el entendimiento que tenemos de ellas” (Goffman, 1991).

Aparte de las originales y audaces producciones en lengua inglesa, igualmente destaca de lejos la repercusión de las obras de Daniel Bertaux y Franco Ferrarotti que jalonaron en Francia e Italia, respectivamente, un auge de la metodología de las historias de vida, cuya influencia aún se deja sentir en el campo de la sociología.

Daniel Bertaux elige la expresión relatos de vida, en lugar de historias de vida, porque la traducción literal del inglés life history, historia de vida, no permite distinguir los matices de la historia vivida por una persona y el relato que se hace de ella en una historia narrada a otros. Una historia de vida, por demás, ha de ceñirse al seguimiento de una vida con un principio y un final, representada en una secuencia cronológica de atrás hacia adelante: la fecha de nacimiento, los hitos que marcan el trayecto de una vida, el ocaso, es decir, acompasada por la conjugación de los verbos nacer, crecer, multiplicar, trabajar, morir. Por el contrario, al nombrar relatos de vida se señala una composición que no obedece a una cronología lineal y uniforme, abierta a la intervención en el relato mismo de aquel que la ha vivido o padecido, en cuanto autor de las vivencias, y se orientan mejor como relatos de prácticas en situación. Las vivencias –en alemán Erlebnis, en francés véçu–, lo vivido, lo experimentado por los sujetos, por mediación de otros, sin consideración de estrato social o privilegios de cuna o jerarquías de poder, todos los sujetos participantes de la acción social tienen vivencias que imprimen una huella perdurable en sus vidas, y adoptan formas singulares de vivir el mundo de la vida. Así, por ejemplo, las vivencias comunes a un grupo dado de personas en el espacio de la vida laboral, como las de artesanos y productores tradicionales en la naciente ciudad moderna, que son arrasados ante el empuje de las técnicas racionales de producción industrial –como es el caso histórico de los panaderos de París, bajo el lente de análisis de Bertaux.

Para este autor, que opta por una perspectiva etnosociológica, es menester asimilar las técnicas de observación propias de la tradición etnográfica, no sin dejar de velar en el trabajo de campo por trascender la dimensión descriptiva de la etnografía con apoyo en la dimensión diacrónica. Así es vista desde la perspectiva etnosociológica la potencia de los relatos de vida (Bertaux, 2005):

El recurso a los relatos de vida enriquece de manera considerable esta perspectiva proporcionándole en concreto lo que le falta a la observación directa, concentrada demasiado exclusivamente en las interacciones cara a cara: una dimensión diacrónica que permite captar la lógica de la acción en su desarrollo biográfico, y la configuración de las relaciones sociales en su desarrollo histórico (reproducción y dinámica de transformación). Por el contrario, la perspectiva etnosociológica lleva a orientar los relatos de vida hacia la forma de relatos de prácticas en situación, en los que prevalece la idea de que a través de los usos se pueden comenzar a comprender los contextos sociales en cuyo seno han nacido y a los que contribuyen a reproducir o a transformar (p. 11).

Ninguna otra obra como Los hijos de Sánchez pudo tener tanta influencia en los trabajos sociológicos de la segunda mitad del siglo pasado, al punto de lograr cambiar la brújula de la investigación, según admite el propio Bertaux. Los hijos de Sánchez de Oscar Lewis (1961), es el resultado de una investigación antropológica localizada en el barrio Bella Vista del centro de ciudad México a finales de los años cincuenta del siglo pasado, cuya divulgación suscitó una intensa controversia con efectos políticos, toda vez que el mismo cuerpo directivo de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística intentó encausar un juicio en contra de la obra calificada de “obscena y denigrante”; no obstante, la Procuraduría General de México se abstuvo de iniciar acción penal alguna, a la vez que ratificaba la vigencia de los principios republicanos de libertad de pensamiento y de expresión.

Entre las novedades de la obra cabe destacar, desde el prólogo mismo, el saludo exultante al nuevo artefacto tecnológico, la grabadora o magnetófono, un adminículo que hace posible captar al instante, conservar y reproducir las voces de los actores participantes en las situaciones. Además de ello, se hace constar el hecho significativo que representa conceder la voz a los protagonistas de la historia que relatan sus propias “vidas minúsculas”, las vidas de habitantes por siempre “ninguneados” en un barrio miserable del centro de la metrópoli. Con el uso de novedosas técnicas e instrumentos de recolección de datos en el trabajo de campo, los resultados proporcionan el cuadro monumental de una “antropología de la pobreza”, al punto de poder distinguir alrededor de cuarenta conceptos distintos de pobreza, así como también sirven a la recomposición a escala de los lazos que se tejen en el espacio vital cotidiano y en la trama de relaciones de adhesión personal que configuran la estructura social mexicana. En esto consiste la apuesta metodológica de Oscar Lewis (1961): que una pequeña historia potencialmente sea reveladora del conjunto social, en la medida de hacer posible mostrar las relaciones de interdependencia existentes entre la estructura mayor, o la sociedad en conjunto, y la estructura menor, como puede ser una familia, un barrio o un aula de clase determinada.

El encomio de Daniel Bertaux respecto al impacto del libro en su formación no admite equívocos: “Al leer Los hijos de Sánchez, adquirí definitivamente el interés apasionado por los relatos autobiográficos... El entusiasmo y la emoción experimentados en la lectura de esa obra permanecieron conmigo durante muchos años” (Dosse, 2007, p. 235). Esta obra tan determinante en el renacer de las historias de vida durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, mantiene un tono intimista de la narración, lo cual desvela una relación cercana entre el investigador y los investigados, además de la marcada incidencia de las fuentes orales en el proceso de recolección de información. Y este es un rasgo diferencial bien significativo, toda vez que hasta entonces las fuentes orales eran excluidas del quehacer académico, en tanto eran consideradas no científicas o no suficientemente fiables, a menos que fueran sometidas a una previa evaluación de sistematicidad o a un tratamiento estadístico; por lo general, eran tomadas como marginales en la metodología de la investigación de las ciencias sociales y otros campos del conocimiento. Por contera, el investigador debía convertirse en un excelente narrador, guardar paciencia al someterse durante largas horas al duro oficio de transcribir las grabaciones, atento a las modulaciones del habla, los gestos, los guiños, la mirada aguzada, que bien podríamos llamar con Elliot Eisner (1998, p. 87) la “mirada epistémica”.

No está de más afirmar que la noción relatos de vida tiene mucho que ver con una obra de creación literaria, o mejor, que no le son ajenos los atributos propios de una obra de creación, en el sentido griego del término poiesis, no reducido a una mera transcripción sino que es, en rigor, una re-creación que navega en las aguas revueltas de la biografía y la autobiografía con mucha ambigüedad, porque no se sabe al fin y al cabo quién habla, si el emisor directo a quien se ha entrevistado o el investigador que mete la mano en el proceso de transcripción de las declaraciones del informante. En este sentido, Bertaux propone caracterizar los relatos de vida más como una heterobiografía en primera persona que como una autobiografía en tercera persona. Con este enunciado paradójico pretende dar cuenta de que una heterobiografía es el producto no solamente de un texto transcrito de una entrevista a alguien que relata su propia vida, no es un relato transparente por donde se cuela la “ilusión biográfica” –tan denostada por Pierre Bourdieu–, o sea, la ilusión de que todo lo que dice el entrevistado es verdad y el relato se nutre per se de coherencia interna y finalidad unívoca, sino que el investigador ha de estar dotado del don de la sospecha para poder “triangular” los datos recogidos, así como bien informado para interpretar con suficiencia las voces de los otros. Más que de una autobiografía en tercera persona, se trata de una heterobiografía, mediante la cual la voz del investigador dice algo respecto a aquel que confiesa su relato de vida. Con todo, no hay que fiarse de las apariencias, haciendo ver como intercambiables la confesión agustiniana o la confesión cristiana del feligrés ante el cura, ni mucho menos la confesión del torturado o la del testigo ante el juez, porque aquí los matices marcan ni más ni menos la diferencia radical.

En definitiva, los relatos de vida constituyen antes de todo relatos de práctica dependientes de la experiencia que los hace posibles, como afirma sentenciosamente Bertaux (citado en Dosse, 2007):

es finalmente porque son relatos de experiencia que los relatos de vida llevan una carga significante susceptible de interesar a la vez a los investigadores y a los simples lectores. Debido a que la experiencia es interacción entre el yo y el mundo, revela a la vez a uno y otro, y al uno por el otro (p. 241).

Así, pues, los relatos de vida son relatos de práctica, en última instancia relatos de experiencia, de tal modo que en el acto de narrar dichas experiencias en cuanto relatos de práctica de los sujetos individuales o de grupos de población específicos, al tiempo son revelados el sujeto y la sociedad a la que este pertenece, revelados el uno y la otra. De manera que cuando relatamos experiencias del aula de clase, o cuando investigamos la vida de un profesor, se dibuja el cuadro no solo de un aula en particular o el retrato de un profesor cualquiera, sino al mismo tiempo son develados un cuadro de detalles de la vida en las aulas y los perfiles de sujetos que agencian prácticas determinadas en instituciones creadas al efecto.

Por su parte, Franco Ferrarotti (2015) rescata a partir de los años sesenta esa memoria perdida de la escuela de Chicago, conforme a su propia confesión: “yo soy heredero de la escuela de Chicago”. Por consiguiente, en su horizonte de trabajo parte de la premisa de que la biografía y los relatos biográficos son una fabricación en el sentido de poiesis, de re-creación, y no pueden ser abstraídos de la interacción social, de modo tal que pueda “leerse una sociedad a través de una biografía”. En este orden de ideas, “la lectura sociológica de una biografía camina a través de la hermenéutica de la acción social que reinventa la biografía al narrarla en el marco de una interacción que el observador no debe eludir, sino vivir de modo activo hasta el fin” (Dosse, 2007, p. 243). Desde este enfoque, la mirada cobra primacía en la medida de centrar la atención a sus mensajes, a lo que pueda revelar en la superficie sobre las vidas humanas, razón por la cual no es de extrañar que los métodos de investigación adecuados a este propósito recurren tanto al trabajo de escritura como a la fotografía. La larga experiencia en el trabajo de campo de Ferrarotti lo representa siempre portando en su mano una cámara fotográfica, una imagen puesta en evidencia durante el homenaje celebrado en Río de Janeiro, en noviembre 2014, con una exposición sobre sus fotografías del trabajo de campo en los barrios obreros de Roma, haciendo visible el enunciado que caracteriza su propia obra:

La fotografía no es necesariamente la reproducción mecánica de una actitud humana. Se precisa leer una foto como se lee un ensayo de Montaigne. La foto puede hacer comprender que la mirada es un mensaje [...] Es en la mirada donde tiene lugar el primer encuentro, la participación de lo humano con lo humano (Ferrarotti, 2015, p. 5, traducción propia).


II

Los trabajos históricos, más que los de otras ciencias sociales, se caracterizaban hasta hace poco tiempo por el uso insuficiente o aun la falta absoluta de documentos personales y materiales propios de la historia oral, lo cual sugiere una presunción de desconfianza respecto a la validez científica de dichas fuentes. No obsstante, en tiempos recientes es notoria la reivindicación de la historia oral por parte de los historiadores, adquiriendo una fisonomía más nítida a partir de los años setenta del siglo pasado, pues hasta entonces la historia positivista dominante desde el siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX, ni la historia estructuralista ni la escuela de los Annales ni la historia marxista, daban legitimación a la voz en la historia.

El recelo secular en la palabra del testigo directo, reflejado en el hecho de otorgar prioridad al documento escrito convertido en material de archivo, por cierto, va a contramano de las raíces etimológicas de la palabra historia. La tensión ínsita en esta relación de pareja señala que el testigo siempre ha sido un acompañante incómodo para el historiador, en una relación de tan cerca y tan lejos a través de las sucesivas épocas de la historia escrita de Occidente. En Grecia antigua se concebía la unión entre ver y saber, al punto de tomar como evidencia del saber el ver antes que el oír; los oídos son menos creíbles que los ojos, dice un personaje de Herodoto. En las lenguas indoeuropeas se cuenta con una raíz común para ver y saber: wid, de donde se desprende la raíz histor: testigo en tanto que sabe, pero sobre todo en tanto que ha visto. Sin embargo, bajo el dominio del cristianismo que se extiende a lo largo de la edad media, el testigo es entendido como el garante (auctor en latín) que dispone de su autoridad refrendada en la regla de la autentificación. Todavía en el siglo XIX, la historia en cuanto ciencia de la transmisión escrita se presenta como guardiana de la autenticidad del documento erigido en monumento (dicho sea en términos del célebre apotegma de Foucault). Hartog caracteriza la mirada positivista del historiador como aquella reducida a la función especializada de un ojo lector de los archivos: “los testigos son despedidos; el auctor se ha ido, pero el compilator también será recusado: los acontecimientos hablan; el historiador, tal como es instado por Bouvard y Pécuchet, debe (idealmente) no ser más que un scriptor, podríamos decir un copista” (2001, p. 23).

La historia estructural que emerge a contracorriente del historicismo de hecho procede a ampliar la distancia con el testigo, mediante el doble recurso de remplazar el testimonio de los testigos en cuanto una fuente segura, por la serie de datos que dicen lo que no podrían haber dicho en estado bruto, y el registro de la observación inmediata del acontecimiento por el de larga duración. Un paso más adelante, y hemos sido llevados de esta historia anónima (historia seriada, historia de estructuras) a una historia de anónimos: la historia de las mentalidades.

En gran medida, la irrupción de los testimonios orales y, más ampliamente, de los documentos personales en el campo de la historia, recibió un impulso decisivo de parte de los estudios históricos sobre la Shoah (en hebreo, destrucción), que hace referencia a los campos de concentración nazi durante la II guerra mundial, los cuales fueron agrupados bajo la denominación “era del testimonio” o “era del testigo”. Cito a modo de ejemplo en la categoría didáctica de la historia el libro de Annette Wieviorka (2001), escrito con el propósito de dar respuesta a las preguntas de su hija, entonces de trece años, sobre qué es un campo de concentración, qué es un guetto, cómo eran vividas las rutinas de todos los días, el hacinamiento y la intimidad... Su título: Auschwitz explicado a mi hija.

Años más tarde fue publicado 1945. Cómo el mundo descubrió el horror, en el que la autora reconstruye el viaje emprendido por el periodista norteamericano Meyer Levin y el fotógrafo Éric Schwab de la agencia France Presse, a bordo de un jeep que recorre la línea de fuego en compañía de las tropas aliadas de avanzada a las que tocó en suerte revelar la existencia de los campos de concentración nazis en abril y mayo de 1945, cerca ya del final de la II guerra mundial. Así fue posible la multiplicación de los informes oficiales y de prensa, las exposiciones fotográficas, los filmes, las entrevistas a sobrevivientes, a cuya sombra se pudo generar incluso una especie dudosa de “turismo del horror” (Wieviorka, 2016, p. 93). La sombra se alarga en la reproducción de una iconología y una mitificación de los hechos hasta el punto de borrar las diferencias sobre la naturaleza y función de los campos, los diferentes grupos de población en el conjunto de víctimas, los niveles jerárquicos existentes entre uno y otro bando, incluso entronizando a jefes militares como presuntos héroes de salvación, cuando de verdad el rescate de los campos nunca fue planeado como un objetivo de guerra por parte de las fuerzas aliadas.

En la “era del testigo” se asiste también a la aparición de la escuela llamada microhistoria en Italia, liderada por Carlo Ginzburg, con un best seller desde su publicación en los años ochenta titulado El queso y los gusanos (2016). El libro cuenta la historia del molinero Menocchio del siglo xvi, un campesino común y corriente, ni pobre ni rico, poseedor de un molino de trigo y de unos cuantos libros encuadernados en piel –una verdadera rareza de época–, ausente de los oficios religiosos en público, razón apenas suficiente para ser visto con sospecha por las autoridades, en fin, una excepción ordinaria. Carlo Ginzburg (2016), historiador del siglo XX, dadas las escasas fuentes documentales a su disposición, apela a lo que de aquella época pudo sobrevivir como rastros o huellas de una vida individual autenticada, una “vida minúscula”, como esta del molinero Menocchio a finales del siglo xvi. La valoración dada a las huellas como signos, como pistas de investigación, lleva a plantear algo más que la noción de un método, antes bien, un “paradigma indiciario” que bebe en las fuentes de la crítica a la historia cultural, la semiología de Charles Sanders Peirce, así como en otros tantos géneros de expresión de una sensibilidad de la sospecha y de incitación al ejercicio de la inteligencia lógica del lector.

Casi simultáneamente con la inesperada recepción por parte de un amplio público lector del libro, fue publicado un ensayo del mismo autor que gozó de amplia influencia en los medios académicos internacionales en los años ochenta titulado Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales (2008). Aquí Ginzburg dibuja la curva de evolución de una visión, un método, un saber, a partir del más remoto origen en el que se aprecian las huellas marcadas en las arenas de la ribera del río, los mechones de pelo, los nidos de olores, las plumas, que constituyen invaluables signos de orientación al antiguo cazador de la tribu para ejecutar complejas operaciones mentales con rapidez fulmínea, en medio de la espesura o en un claro de bosque no exento de peligros.

Fue así como con el paso de los siglos se fue extendiendo el recurso a la exploración de pistas e indicios en las artes adivinatorias, la medicina, la filología, incluida la popular literatura de detectives o de misterio, esperada con delectación por el lector moderno, encarnada en autores tales como Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe o Agatha Christie. Forma parte de dicha tendencia, esta vez asumida como política de control de las poblaciones, la instauración universal de un sistema de identificación personal basado en las huellas digitales, como también la rápida difusión del psicoanálisis como una disciplina consagrada al desciframiento de los símbolos de una identidad por descubrir. Podemos llamarlos vestigios o huellas, a partir de los cuales es posible captar una realidad más profunda, de otro modo inasible u oculta; o síntomas, dirían Freud y en conjunto la literatura médica; o rasgos pictóricos como la curva de la oreja o el guiño de una mirada en Morelli; o simplemente pistas e indicios para un sabueso como Sherlock Holmes. En suma, todos ellos consisten en insumos a partir de los cuales se desencadena el trabajo del investigador: el acto fallido, el detalle anatómico, el enigma de la carta robada, el rastro del autor de los crímenes de la calle Morgue, o la interpretación de los cabellos rubios ensartados en el árbol cubierto de nieve a la vera del camino de ascenso al monasterio, entrevistos por fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk en la célebre novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa.

El trazado de una curva de evolución semejante no es poca cosa en un cuadro de epistemología general, toda vez que significa la aparición de una “mirada semiótica sobre la modernidad”, como argumenta Leonor Arfuch (2007):

La búsqueda de huellas en la gran ciudad daría origen también al género policial- detectivesco, cuyo protagonista emblemático es quizás ese personaje triádico, entre reportero, filósofo e investigador, que Edgar Allan Poe inmortalizara como el caballero C. Auguste Dupin y que fundara en cierto modo la mirada semiótica sobre la modernidad. En Los crímenes de la calle Morgue y sobre todo en El misterio de Marie Rogêt aparece con toda claridad el nexo articulador entre investigación lógica, encuesta oral y periodismo, a través del rastreo de un crimen en la prensa, por una red sutil de anuncios y pistas dejados en sus páginas, que permiten al mismo tiempo leer la trama sociocultural de la ciudad, el recorrido de sus paseantes, sus zonas peligrosas. Posteriormente, Sir Conan Doyle crea su Sherlock Holmes (1888), cuya influencia se hizo notar, aparentemente, en la elaboración de la teoría semiótica de Peirce (p. 180).

El paradigma indiciario como método de investigación histórica es caracterizado por su autor (Ginzburg, 2008, p. 121) valido de una analogía pictórica: es a la vez de un “tipo Cezánne”, capaz de reconstruir la estructura de un paisaje o de un plato de fruta, y de un “tipo Monet”, capaz de captar la fragilidad de lo vivido, de lo efímero.

Incluso antes de la publicación de la tentativa teórica de la microhistoria, Michel Foucault había señalado el camino al someter a escrutinio en un seminario interdisciplinario, en el Collège de France, el escabroso relato biográfico que comienza “Yo, Pierre Rivière, después de haber degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano...” (1976), en el que se ponen en juego las visiones contradictorias del penalista, el psiquiatra y el moralista, con el objetivo de restituir la lógica propia de los discursos de saber/poder que permitan hacer inteligible la conducta del parricida. Por lo demás, este era el preludio de una obra de mayor alcance, por desgracia interrumpida, que buscaba poner cabeza abajo el proyecto canónico de escritura de vidas ilustres mediante la escritura de La vida de los hombres infames (Foucault, 1996). Desde luego, el punto de referencia no podía ser otro diferente al texto clásico de Plutarco Las vidas paralelas, para mostrar las vidas minúsculas envueltas en sombras y privadas en absoluto de cualquier posibilidad de convertirse en ejemplos dignos de imitación en la posteridad. En la presentación de la fallida colección, Foucault alcanzó a escribir (citado en Dosse, 2007):

A los antiguos les gustaba poner en paralelo las vidas de los hombres ilustres; escuchábamos hablar a través de los siglos esas sombras ejemplares. Los paralelos, lo sé, están hechos para unirse en el infinito. Imaginemos otros que, indefinidamente, estén en divergencia, sin punto de encuentro ni lugar para recopilarlos. Frecuentemente no tuvieron más eco que el de su condena. Habría que captarlos en la fuerza del movimiento que los separa; habría que encontrar la estela instantánea y resplandeciente que dejaron cuando se precipitaron en una oscuridad que “ya no se cuenta” y en la que todo “renombre” se ha perdido. Sería como a la inversa de Plutarco: vidas tan paralelas que nadie puede ya unirlas (p. 263).

Este bosquejo que muestra las líneas gruesas referidas tanto a las influencias específicas de la antropología, la sociología y la historia, como a los préstamos recíprocos y deslindes entre ellas mismas, permite comprender en toda su amplitud la consolidación de un campo de investigación social interesado en las vidas ordinarias de la gente, de cómo hace lo que hace y porqué lo hace, sus aspiraciones y frustraciones, sus creencias y proyectos de vida. La variedad de documentos que dejan rastro de esas vidas, condensada en la noción documentos personales –que son en sí mismo documentos de cultura–, logró tener incidencia en los procesos de formación y en la consiguiente renovación de métodos, prácticas, teorías y horizontes en la interpretación de la vida escolar. La explosión de historias de vida en las aulas acaecida en tiempos recientes no tendría por qué sorprender, al menos si se tiene en cuenta que no hay ninguna otra relación social, por fuera del ámbito familiar, que comprometa más intensamente a los sujetos mientras viven juntos en las escuelas de formación, sea cual fuere su naturaleza y su función.


Referencias

Arfuch, L. (2007). El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea. Fondo de Cultura Económica.

Berman, M. (1991). Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad. Siglo XXI.

Bertaux, D. (2005). Los relatos de vida. Perspectiva etnosociológica. Bellaterra.

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