Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 9 N° 2 (2024) / Sección Doossier / pp. 1-21 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 04/08/2024 Aceptado: 31/12/2024
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.131
Poiética de la lengua y
democracia epistémica en prácticas poéticas de la escritura en Sudamérica
Poietics of Language and Epistemic
Democracy in Sudamerican Poetic Practices of Writing
Universidad
Austral de Chile, Chile.
isidoravicencioa@gmail.com
Resumen. Algunas formas del pensamiento
poético sudamericano revelan que las prácticas poéticas pueden realizarse por
cualquiera sin técnica, lo que para nosotros muestra una potencia democrática.
En primer lugar, distinguiremos las prácticas poéticas de las prácticas
artísticas a través de un elemento ético afectivo para describir dicho proceso
de montaje sígnico según nuestro modelo poiético de lo dado a sentir que
vincula los conceptos de ethos y poiesis en una actividad de
composición etológica hospitalaria que respondería a la ley del conatus
spinoziano, generando lo que denominamos matriz afectiva, donde la capacidad
afectiva de la actividad poiética de la lengua aplicada en su mantención revela
su potencial de configuración epistémica y formas de vivir. Mostraremos que es
posible encontrar ejemplos que se acoplan a este modelo en poéticas chilenas y
mostraremos tres ejemplos de prácticas poéticas latinoamericanas de la
escritura que problematizan sentidos en su dualidad sensible y significante,
excediendo la lengua filosófica. Lo que nos permitirá mostrar lo que queremos
anunciar con el concepto de democracia epistémica. Finalmente, a partir del
problema del privilegio de la lengua filosófica que expone Jacques Derrida en
el texto Privilegio o del Derecho a la Filosofía (2023), queremos
mostrar la posibilidad de esta práctica de la lengua como actividad del
pensamiento que se dirige a y excede la filosofía.
Palabras clave. Poiética de la lengua,
Democracia epistémica, Prácticas poéticas, Matriz afectiva, Derecho a la
filosofía
Abstract. Certain kind of sudamerican
poetic thinking reveal that poetic practices can be carried out by anyone
without technique, which for us shows a democratic power. Firstly, we will
distinguish poetic practices from artistic practices through an affective ethical
element to describe said process of sign assembly according to our poietic
model of what is given to feel that links the concepts of ethos and poiesis
in a hospitable ethological composition activity, that would respond to the law
of the spinozian conatus, generating what we call the affective matrix,
where the affective capacity of the poietic activity of language applied in its
maintenance reveals its potential for epistemic configuration and ways of
living. We will show that it is possible to find examples that fit this model
in chilean poetics and we will show three examples of latinamerican poetic
writing practices that problematize meanings in their sensitive and significant
duality, exceeding philosophical language. Which will allow us to show what we
want to announce with the concept of epistemic democracy. Finally, based on the
problem of the privilege of philosophical language that Jacques Derrida exposes
in the text Privilege or the Right to Philosophy (2023), we want to show the
possibility of this practice of language as an activity of thought that is
directed to and exceeds philosophy.
Keywords: Poietics of language,
Epistemic Democracy, Poetic practices, Affective matrix, Right to philosophy
El
régimen estético de las artes generó una desigualdad que se dio como trabajo en
el reparto de los lugares del arte en la comunidad, produciendo su carácter
exclusivo[2] (Rancière, 2009), lo que dio como resultado necesario distinguir
las prácticas poéticas de las prácticas artísticas. Esto porque, en primer
lugar –y contrario a la exclusividad producida en el reparto de los artistas–
las consideramos actividades potencialmente realizables por cualquiera sin
técnica y sin necesidad de completar su visibilización en la categoría de arte.
Esta distinción, nos permite revelar un potencial práctico en la configuración
de nuevas subjetividades activas en la composición de lo común más allá de las
comunidades exclusivamente humanas. En segundo lugar, si las prácticas
artísticas tienen relación con la presentación de una comunidad a sí misma, en
la práctica poética yace un potencial ético-político que permite la emergencia
de formas nuevas de la subjetividad por tratarse de actividades de
configuración de sentido en su dualidad sensible y significante y, por tanto,
determinarlas como actividades realizadas por autores de la literatura o poetas
con técnicas de la escritura versificada y en prosa, limita el potencial
ético-político que buscamos mostrar. Con la distinción de esta dualidad en el
concepto de sentido buscamos dirigirnos al componente sensible del sentido como
un aspecto ético del mismo, donde la afectividad está directamente relacionada
con la red de relaciones entre ideas y entes que por relacionarse modifican
diversamente sus estados, componiendo una comunidad de vivientes que aportan en
la constitución de sus formas de vida y vivir. Por eso aquí, el sentido
sensible es un aspecto que remite al sentir de la ontología especial de Baruch
Spinoza (2006) y que va más allá del plano de las emociones[3]. Nuestra propuesta considera lo afectivo desde un punto de vista
estrictamente ético spinoziano que es la forma de existencia basada en el
conocimiento de las causas de tal forma. Lo que para Spinoza sería el aspecto
racional de la ontología, que tiene que ver con el desarrollo de una potencia
activa, que sería la potencia de obrar. Y que más que ser mera reacción ante
los factores externos, es el desarrollo de una habilidad para responder a
ellos. En ello es posible reconocer la perspectiva de respons-hability
de Donna Haraway (2019) que lamentablemente –o no tanto– carece de desarrollo
filosófico, pero es muy ilustrativa para transmitir la importante vinculación
entre afectos y responsabilidad, para comprender una deriva ética de los
afectos que tendría un impacto más allá de las comunidades humanas. Por otro
lado, el componente significante en la mencionada dualidad del sentido, se
desplegaría en el plano del lenguaje y se relacionaría con lo que llamaremos
una dialéctica de la lengua, que se moviliza entre el rendimiento lingüístico
del lenguaje en la comunicación y la ausencia de identidad fija entre
significado y significante abordada en el neologismo derridiano differánce (Derrida,
2015). Así, el uso poético del lenguaje, por deberse a una respuesta afectiva
que no necesariamente cumple una expectativa de comunicación de contenidos
claros, tiene que ver con una aplicación no exclusivamente lingüística de la
capacidad de lenguaje que en este texto buscamos desarrollar argumentativamente
como vía de emancipación intelectual.
El
abordaje afectivo al que apuntamos en esta propuesta busca contraponerse a los
efectos del “personalismo” y la higiene categorial de las identidades del
neoliberalismo contemporáneo que ha impuesto el intercambio de enfoque del
sujeto a la subjetividad. Lo que buscamos es pensar la relación entre afectos y
significación, donde “el lenguaje hace cosas” y no solo representa (Arfuch,
2016). Entonces, el lenguaje es un afecto que tiene efecto en la red de
relaciones de todos los modos que componen comunidades de vivientes. En la Ética de Spinoza
(2006), los afectos son modos de expresión de la Naturaleza naturante y se
vinculan por medio de “relaciones de movimiento y velocidad” que se dan entre
los cuerpos (Spinoza, 2006, p.130). “El cuerpo humano existe tal como
lo sentimos” (Spinoza, 2006, p. 127). Para conocerse a sí misma, la
mente[4] debe percibir las ideas de
las afecciones del cuerpo, el cual, a su vez, es percibido por las ideas mismas
de dichas afecciones. Pero la mente puede percibir las ideas de las afecciones
de formas adecuadas o inadecuadas. El efecto del afecto, la afección, explica
la naturaleza del cuerpo que lo percibe, no del exterior que lo produjo y la
mente percibe la existencia de los cuerpos exteriores solo por obra de las
ideas de las afecciones de su propio cuerpo. Por tanto, la mente sería tanto
más apta para percibirse adecuadamente, mientras más cosas en común tiene con
otros cuerpos. Entonces, un cuerpo se relaciona con cuerpos externos a través
de una mecánica por medio de la cual la mente puede conocerse adecuadamente si
concatena adecuadamente la causalidad de sus afecciones y, por tanto, es capaz
de modificarlas para pasar del padecer al obrar. El padecimiento es esclavitud
por desconocimiento de las causas de las afecciones, lo cual descompone la
potencia de existir del modo. Lo contrario a padecer, que sería obrar, es ser
causa adecuada de afecciones, lo que se traduce en la capacidad modificadora de
las propias afecciones por medio del conocimiento adecuado de sus causas, lo
cual compone condiciones para la “perseverancia en la existencia”, respondiendo
a la ley del conatus (Spinoza, 2006, p. 203). Los conceptos centrales de este trabajo se ordenan en torno al
régimen metafísico de la Naturaleza naturante de Spinoza que se expresa en su poiesis
inmanente. En este régimen, las relaciones entre naturaleza, razón y ética
establecidas por la modernidad se ven modificadas radicalmente y es a partir de
este campo de relaciones conceptuales, que se desprenden los afectos de las
prácticas poéticas que buscamos distinguir del campo estético tradicional. Por
ello, cuando más adelante hablemos de disposiciones o estados afectivos, nos
referimos al componente ético spinoziano articulado en gran correspondencia con
las prácticas poéticas sudamericanas que este texto recorre. En este régimen
metafísico pensamos la capacidad de lenguaje como habilidad de composición
etológica, produciendo afectos que podrían beneficiar la composición de una
matriz potenciadora de comunidades de vivientes.
De la perspectiva spinoziana de la
naturaleza unívoca que se expresa en su poiesis inmanente, es posible
pensar conceptos de la lengua científica que en esta nueva relación entre razón
y naturaleza podrían permitirnos proyectar un paradigma alternativo al que rige
en nuestros días. Por ejemplo, cuando nos referimos a la capacidad de composición
etológica en el lenguaje, hacemos referencia a un término de las ciencias
naturales que ha sufrido diversas transformaciones en la historia, cuya
convergencia hasta aquí corresponde al comportamiento de los seres vivos. Para
nuestro caso, consideraremos que el comportamiento de los seres vivos se
desarrolla en un proceso activo de composición de lo común en un sentido
sistémico. Ello implicaría un conjunto de acciones concientes o no, ejecutadas
por cada unidad sistémica. A falta de un mejor término, distinguiremos la poiesis
voluntaria realizada por la unidad singularizada en el individuo, de la poiesis
fisiometabólica de los sistemas vivos en general[5], que en nuestro caso se
encuentran incluidas en la poiesis inmanente de la naturaleza. Diremos
que las acciones ejecutadas por cada unidad sistémica singular son de
naturaleza afectiva, ya que se generan como respuesta a las diversas
interacciones que el sistema y sus unidades permiten, produciendo afectos y afecciones
que intervienen en la capacidad de afectarse y afectar de las unidades más
próximas a la interacción en el sistema compuesto. Desde una concepción
estrictamente mecanicista y reduccionista de lo etológico, la afectividad más
evidente sería aquella que toma lugar en la poiesis fisiometabólica. Sin
embargo, para la “mantención” del sistema común, los recursos de memoria se
hacen necesarios para hacer posible la repetición de los estados afectivos
funcionales al sistema, lo que luego se traduciría en el “comportamiento”. En
el marco del régimen metafísico de la Naturaleza naturante, la dimensión
afectiva comprendería toda resultante de las interacciones fisicoquímicas,
fisiológicas o ecológicas que se generan entre unidades sistémicas y diremos
que cuando hay lenguaje, dichas interacciones pueden ser también respecto al
sentido en su dualidad sensible y significante. Es a partir de esta relación
inmanente entre poiesis –tanto fisiometabólica como voluntaria– y la
composición de un sistema común entre seres vivos, que vinculamos el concepto
griego de ethos, como costumbre o manera de hacer. En este régimen
metafísico, la poiesis tendría un componente ético que es afectivo en el
sentido del comportamiento de los seres vivos en sus sistemas comunes para
producir sus formas de vida. Así, la poiesis voluntaria que el individuo
con lenguaje puede realizar podría vincularse a una ética como actividad
realizada en respuesta a estados afectivos experimentados en dichos sistemas.
Por eso, definiremos el término poiética como una actividad de poiesis
voluntaria del individuo con lenguaje, resultante de la atención a los estados
afectivos experimentados en lo común.
La poiesis
inmanente de los seres vivos, su comportamiento como vinculación entre poiesis
y ethos a la luz del régimen de la Naturaleza naturante, se puede
articular con gran correspondencia con algunas propuestas contemporáneas de la
lengua científica que describen la producción de sistemas ecológicos donde las
fronteras de la identidad sea esta orgánica o incluso la subjetividad misma, se
difuminan y modifican en un equilibrio dinámico cuyo ajuste depende de las
dinámicas de su red de relaciones. Lo que implica pensar que para mantenerse,
los sistemas vivientes necesitan abrirse a la incorporación de nuevas leyes
impulsadas por la tensión dinámica que su propia condición de complejidad
sistémica presenta (Demptser, 1998) y que las unidades sistémicas del complejo
pueden considerarse, al igual que el sistema general del que forman parte,
unidades ecológicas (Margulis, 1991). Para nosotros la tensión dinámica será un
despliegue de afectividad. Por eso pensamos la hospitalidad como factor necesario
para practicar la respuesta afectiva en la composición de lo común:
El
tratamiento de Jacques Derrida (2021) a la cuestión de la hospitalidad nos
permite articular este concepto como un encuentro entre la lengua filosófica y
científica, ayudándonos a ilustrar el carácter abierto de las comunidades de
vivientes. La Ley de Hospitalidad trae consigo una importante ambivalencia: su
(im)posible incondicionalidad de acoger a cualquier “otro” que se presente y la
condicionalidad a la que ella misma –la Ley– es sometida por “sus leyes” cuando
se trata de su condición de Derecho y, por tanto, su ineludible transgresión en
la práctica del cumplimiento de su mandato. Para la acogida del huésped, las
leyes son custodiadas por una “ipseidad”: el dueño de casa, (potestas).
Esta identidad consigo mismo del dueño de casa impone un interrogatorio al
extranjero: “pide su nombre” (nom de famille) (Derrida, 2021, p.29). El
extranjero es sometido a un examen que permite al anfitrión reconocer o
desconocer la naturaleza del “otro” para determinar –a partir de las leyes de
hospitalidad–si se trata de un huésped o de un agente hostil, extranjero o
bárbaro, invitado o parásito y, en consecuencia, el despliegue de su habilidad
de respuesta ante el acontecimiento. Las interpretaciones fisiológicas
describen un procedimiento paralelo que tiene lugar en los organismos con
sistema inmune. Así como las leyes de hospitalidad, las leyes de inmunidad: se
somete lo extraño a un examen de reconocimiento mediado por mecanismos
fisiológicos conservados. Muchos “agentes de ley” inmunitaria son reclutados
para el proceso de reconocimiento que puede resultar en una respuesta
inflamatoria con la finalidad de eliminar dicho agente extraño. El sistema
inmune desconoce y destruye al bárbaro. También existe un sistema de registro a
través de la producción de anticuerpos, que memoriza las características del
agente extraño para así eliminarlo con mayor eficiencia en un próximo
encuentro. El sistema inmune tampoco es un cumplidor acérrimo de sus propias
leyes: puede desconocer lo propio y destruirlo. También puede desconocer un
agente extraño y, sin embargo, permitirle hospedaje. Siendo esto último, en
muchos casos, beneficioso tanto para el anfitrión, que recibe nuevas
habilidades (nuevas leyes), como para el huésped que puede seguir viviendo y,
donde además, ambos –huésped y anfitrión– sufren modificaciones en su
estructura individual que potencian la continuidad de su existencia. Si el
sistema inmune se encuentra hipersensibilizado, y sus leyes pierden el criterio
de lo propio, se corre el riesgo de la autoinmunidad, arriesgando la
destrucción del propio hogar. También sucede si el sistema está absolutamente
abierto –incondicional–. Las interpretaciones fisiológicas de la inmunidad
responden al principio de homeostasis, un equilibrio dinámico que consiste en
una constante adaptación a los cambios de los sistemas del cuerpo homeostático[6]. Desde nuestro paradigma, para el cumplimiento de la ley de
homeostasis, los sistemas participan de un acuerdo de coexistencia en lo que
llamaremos una “matriz afectiva” que radica en los márgenes de la identidad,
una renuncia al determinismo de una ontología estructural para permitir la
composición de un ethos. El término matriz afectiva nos permite nombrar
la figura del “hogar” como manera de vivir en tanto ethos. Comprendido
como una red poiética de relaciones entre modos de la naturaleza que se relacionan
por intercambio afectivo modificando sus relaciones en cuanto a comunalidad de
naturalezas. Esta matriz afectiva se genera a través de la composición de lo
común que potencia la perseverancia de los individuos y las cosas de la red. La
perseverancia de la red procede según un equilibrio dinámico de sus tensiones,
balance que se debe a la memoria de la matriz, una concatenación causal de la
afectividad y actualización continua de las identidades de sus componentes. Las
leyes de la casa y las leyes que trae el dueño de casa al dar acogida al
extraño, modifican los estadios identitarios previos al acuerdo. Anfitriones y
huéspedes –“todos y cada uno rehenes de los otros” (Derrida, 2021, p. 125)–
modifican su estructura en pos de un equilibrio dinámico de lo viviente, donde
la liberación consiste en una transgresión por contaminación de las leyes que
reciben a las leyes que llegan. Una posibilidad para la diversificación. La
modificación de los límites estructurales de las leyes se produce no sin
conflicto y las matrices afectivas van modificando sus componentes dependiendo
de las naturalezas de los afectados y las causas de las afecciones.
Entonces,
si el equilibrio dinámico de un ethos se compone a través de darse
nuevas leyes respondiendo a la red de relaciones afectivas, estas nuevas leyes
se pueden dar ya sea a través del conflicto que pide transgresión de leyes
anteriores o incorporación de novedades produciendo modificaciones estructurales.
En esto radica una potencia democrática amplia, tanto política como epistémica.
Por un lado, debido al componente emancipatorio de la ida y venida entre
hostilidad y hospitalidad: la liberación del anfitrión a través de las leyes
depende del huésped, de que éste entre en la casa sin espera, sin
interrogatorio, sin demanda ontologizadora. Es el invitado quien permite al
anfitrión traer la ley de afuera que libera, emancipa la casa. En la
hospitalidad hay una cesión, una renuncia, siempre una pérdida del hogar
anterior en rumbo hacia el hogar por venir. La hospitalidad de la poiética
estaría, entonces, vinculada con esta resistencia a la conservación del sentido
(ontologización), de la identidad (ipseité), de lo propio (eigen),
para privilegiar la potencia de existencia a través de un establecimiento de lo
común con los otros, modificando las estructuras de identidad de forma
dinámica, como la homeostasis que mantiene el funcionamiento de sistemas vivos
en una modulación afectiva por sobre la conservación absoluta de las leyes
previas que arriesgan la continuidad del sistema, su conatus. Por otra
parte, si pensamos las comunidades humanas como configuradoras y partes de
matrices afectivas con distintos grados de potencia, la comprensión de una
inmanencia poiética en la naturaleza de los afectos nos permite conocer la
potencia del pensamiento sobre ellos y entonces ejecutar acciones, realizar
prácticas de composición de la potencia común de las matrices afectivas. De
esta manera, la matriz afectiva actualiza el pensamiento y el pensamiento
actualiza la matriz. Los individuos humanos producen afectos de muchas maneras.
En este caso, el lenguaje es una habilidad para la composición etológica con un
rendimiento que no sería exclusivamente lingüístico en cuanto a la lógica y la
comunicación, sino que también como la experiencia de sustitución sígnica que
permite la atención afectiva. Generando la actualización del sentido sensible y
significante, permitiendo figuraciones y configuraciones de sentidos que
constituyen el conocimiento que luego actualiza su sentido para reconfigurarse
actualizando su sentido y así, hasta el infinito. Así, es posible pensar que la
capacidad de figuración poética permite generar afectos que compongan
potenciando la perseverancia de lo común posibilitando también transformaciones
epistémicas que, a su vez, actualizan el sentido de la matriz. La naturaleza
poiética implica la incorporación de lo que está fuera del sentido actual de
los individuos, la creación de nuevas leyes, por la relación afectiva con las
leyes extranjeras, la lógica y el sentido preestablecido y determinante.
Pensando
en cómo potenciar la perseverancia de nuestra matriz común con tal capacidad
afectiva del lenguaje, creemos que el uso combinado de categorías producidas
por sistemas epistémicos distintos sirve de ejemplo para mostrar la posibilidad
de una “hospitalidad ontológica”, que realice lo que queremos decir cuando
hablemos más adelante de poiética de la lengua. Tal como sucede en las
prácticas de figuración poética y en lo filosófico, el sentido se figura en un
montaje de diversas lenguas, relaciones categoriales o sígnicas de distinta
procedencia. Esta práctica de puesta en relación permite reunir
interpretaciones disponibles en distintas epistemes como más que
metáforas o metonimias, generando interpelaciones que movilizan la
confrontación de los sentidos de los fenómenos. Se trata de un juego de montaje
ontológico cuyo objetivo no es la revelación ni el resguardo del ser, el
sentido, la identidad, sino establecer una práctica poiética con la finalidad
de revisar y afectar el ethos previamente instituido. Nos referimos a
una relación de conflicto, desacuerdo o correspondencia entre modos –conceptos,
por ejemplo– en el sistema común como respuesta ética para la perseveración en
la vida. En el caso de los vivientes con lenguaje, con la finalidad de generar
la crítica y una habilidad de respuesta a las formas de vivir y las formas de
vida con las que vivimos. Una práctica poética es un proceso de figuración
sensible que produce transformación de los sentidos en su dualidad sensible y
significante que escala en la medida de las afecciones de los que acceden al
encuentro con la misma. Hacer montajes poéticos es un oficio con la huella, lo
no evidente que incita a la interpretación, el sentido sin ontología, entonces:
la posibilidad y el acontecimiento de la afección que demanda respuesta, lo que
muestra su potencia política y democrática según las definiciones de Rancière
(1996).
Definidas
previamente como prácticas de transfiguración de sentido sensible y
significante, la producción de afectos de prácticas poéticas se basa en las
afecciones de los individuos que realizan esta actividad, produciendo sentidos
heterónomos mediados por disposiciones afectivas heterónomas dados en la
inmanencia y la contingencia de su matriz afectiva. Bajo esta mirada, podemos
vincular las prácticas poéticas con la poiética que definimos más arriba, una
actividad hospitalaria de transfiguración de sentidos que potencia la matriz
afectiva, pudiendo derivar en transformaciones epistémicas e institucionales en
las comunidades humanas. La resultante de ello es la aparición de una relación
concreta entre poética y política en la composición etológica. El proceso
poiético con el lenguaje produciría una doble naturaleza en las prácticas
poéticas, vinculada a su potencialidad ético-política: la de exceder los
conceptos y, a la vez, cuestionar el sistema de juicios que los produce. Dar
sentido y configurar sentido tanto sensible como significante. Si los afectos
son cualquier modo generado por la Naturaleza naturante que produce un cambio
en la actualidad del cuerpo que los percibe, “lo dado a sentir” entonces
corresponde a los afectos generados en la inmanencia. Con esto, podemos definir
la práctica poética como un dar a sentir generador de afectos con potencia de
modificación del sentido del sistema común, en su materialidad y en su idea. El
sentido se reparte entre sensibilidad y significación y su existencia actual
puede ser potente o impotente. Entonces, la práctica poética se puede convertir
en actividad poiética cuando es estimulada por el deseo de interpelar al otro
para recibir respuesta en una búsqueda de conocimiento afectivo. En ese
panorama causal, el acto poiético depende de la existencia de todo aquello de
lo que se distingue el cuerpo del individuo que lo genera, no se puede generar
sin el sistema común del individuo, su red de relaciones potentes que
correspondería a lo que Spinoza llama “nociones comunes”[7] cuando se trata del sentido en tanto que significación dada por la
mecánica afectiva de lo que en nuestra aproximación a la definición de la
composición etológica sería el sentido sensible. Lo que también podemos poner a
la manera de una interdependencia necesaria e imprescindible entre formas de
vivir y formas de vida. Así, la práctica poiética no se restringe a su
finalidad estética en cuanto que obra de arte y tampoco queda reducida al solo
juego libre de la imaginación. Lo que buscamos es mostrar su potencia en la
configuración de formas de vivir.
Nuestra idea de transfiguración de sentidos en
la poética y su vinculación con el ethos como composición etológica,
está inspirada en las definiciones del hacer poético elaboradas por diversos
poetas y artistas sudamericanos. Por ejemplo, las declaraciones realizadas en
el año 1938, cuando el Ministerio de Educación de Uruguay invitó a tres poetas
referenciales de la época para hablar de su práctica poética: la uruguaya Juana de Ibarbourou, la argentina
Alfonsina Storni y la chilena Gabriela Mistral. Ibarbourou, señaló que el
poeta es quien puede crear sin necesidad de aprender técnicas de un maestro.
Planteaba la poética como independiente de una técnica y como algo que surge
de un afán comunicativo. Para Alfonsina Storni, eran las circunstancias y el
carácter del escritor los que regularían su producción. Gabriela Mistral
reflexionó sobre la forma de ver del poeta, que sería antilógica y
antirrealista, con capacidad transfiguradora de cosas (Mistral et al., 2021).
Años después, el poeta chileno Humberto Díaz-Casanueva, señaló que el poeta de
su tiempo escribe un poema como respuesta a “estados afectivos fundamentales”
(Díaz-Casanueva, 2014, p.112). Ya en la segunda mitad del siglo XX, Jorge
Teillier propuso una práctica poética cronista, el poeta como hermano de los
seres y las cosas, asumiendo la misión de dar cuenta de los efectos de la
modernización e insistiendo en las formas de existencia recíprocas de la
naturaleza, la memoria y la muerte (Teillier, 1965). Después de la dictadura
militar en Chile, el artista visual Eugenio Dittborn propuso una poética de la
imagen como un trabajo material con la memoria, la cual se produciría al
conectar elementos distanciados entre sí, juntando una figura con otra
(Dittborn, 1996, pp. 46-51). Raúl Ruiz propuso sus poéticas del cine como
espejo, instrumento de especulación y reflexión, más allá que el puro reflejo
de un Yo, un modo de práctica especulativa y reflexiva (Ruiz, 1995). Es
posible distinguir en estas propuestas de poética un enfoque en los afectos de
su práctica, más que explicar lo que poética es o decir su origen. Ello nos
permite complementar el argumento de la práctica poética que tiene por
principio de su hacer la atención a los diversos estados afectivos que
experimenta el individuo que la realiza. Así, considerando la afectividad como
una experiencia universal en los individuos con lenguaje, otorga la libertad de
práctica a la figura del cualquiera. La práctica poética es una actividad que
interviene mucho más allá del campo del arte como institución. Consiste en un
hacer sin técnica preestablecida que, aplicando cierta mecánica sensible, se
realiza dando a sentir a través de la figuración, transfiguración y
configuración de sentido en su dualidad sensible y significante.
Para continuar esclareciendo el
potencial ético-político en nuestra definición de práctica poética ahondaremos
en la relación entre los conceptos griegos de poiesis y ethos.
Según el trabajo filológico de Emilio Lledó (1961), el verbo poiein
aparece por primera vez en los fragmentos de Heráclito, primeramente como un
“hacer” en el estado de vigilia, dependiente del logos. Y más adelante
vinculado a un “crear” asociado a un orden cósmico y relacionado tanto a
actividades humanas como divinas. En el fragmento 30, poiein, es
comprendido por Heráclito como principio y comienzo. Más adelante, en la
evolución de la lengua griega, aparece en el primer texto de Heródoto el
deverbativo de poieo (ποιέω): poiesis, ya vinculada directamente
al ejercicio de los poetas. Pero en el segundo texto del prosista jonio,
aparece poiesis en el sentido de “fabricación”, “confección”,
“preparación”, sentido primario de poieo. El sentido dinámico del
concepto de poiesis que circula entre un hacer y un devenir de lo que
todavía no llega a realizarse se mantiene, para Lledó, a lo largo de toda la
evolución del concepto por mucho que este cambie. De esta manera, es posible
pensar la poiesis como proceso de un hacer donde el objeto de la
realización no se independiza de su proceso técnico, sino que se confunde en el
mismo. Así, la poiesis procede en una dialéctica creadora, haciéndose
ella misma objeto (Lledó, 1961). Nuestro término de práctica poética
excede los límites de la institución del arte del debate estético moderno, la
institución literaria e incluso, el campo técnico. Por eso, la raíz de nuestro
sentido de poética sería el concepto de creación en el sentido griego de poieo,
un hacer. Proponemos que la práctica poética puede implicar el pensamiento
sobre el propio hacer y su actualización continua, lo cual tendría un sentido
vital etológico en el hacedor, el poietés, término que usaremos para
referirnos al individuo con lenguaje realizador de una poiesis
voluntaria a partir de los estados afectivos que experimenta.
Una práctica poética que nos permitirá
vincular nuestra propuesta discursiva con algo concreto es la poética lárica.
En la mitología romana, el término “lar” hace referencia al hogar y representa
la divinidad de la casa. En comunidades cuyas formas de vivir se estructuran
atendiendo a los ciclos y eventos geosféricos[8], el sistema común es
comprendido como hogar abierto, en tanto compartido por multiplicidad de seres
y cosas que se afectan y modifican entre sí, vivos y muertos, incluyendo
cuerpos orgánicos e inorgánicos y tránsitos por diferentes estados de
materialidad y no materialidad. La poesía lárica se caracteriza por la
existencia de un deseo por ese hogar y sus ritmos de existencia recíproca con
un componente de “problematización del desarraigo” (Moncada, 2016, p.160),
puesto que dicho hogar se ha perdido o se ve amenazado. En su ensayo sobre la
poética de los lares, Jorge Tellier (1965) compromete la poética lárica con la
misión de dar cuenta de los efectos de la modernización a través de la
manifestación del deseo por esas formas de vivir perdidas. Los territorios
sur-patagónicos de Chile concentran escrituras fuertemente situadas que emergen
de selvas y provincias donde las aguas caen, corren, se reúnen y desbordan.
Vastas extensiones de bosque. Niebla, nieve, lluvia. Glaciares, pampas,
ventisqueros y largos inviernos. Espacios donde la forma civil de vivir aún se
encuentra rodeada por un amplio sistema salvaje, generando una memoria de lo
común como más que humano. Una habituación a lo silvestre que, manteniendo
interacciones vitales en condiciones más indómitas respecto a las grandes
ciudades, estructura otras formas de vivir. La influencia de lo no humano en la
poética generada en estos territorios nutre la experiencia de composición del ethos.
En la poiesis de los sistemas comunes entre seres vivos, se produce la
inscripción de una memoria que modula la afectividad que facilita la
perseverancia del sistema, generando modos de hacer y formas de vivir. Aquí, la
poética es una práctica que se genera a partir de una composición con el
sentido de la experiencia de ese proceso de modulación afectiva entre las
unidades sistémicas. Cabe mencionar que dichas unidades son más que humanas,
más que vivientes y más que orgánicas. En uno de sus ensayos sobre escrituras
sur patagónicas, el poeta e investigador en literatura, Sergio Mansilla
menciona la importancia del paisaje en la conformación de la subjetividad de
los escritores: “el paisaje tiene un peso insoslayable en la conformación de la
subjetividad, lo que puede llamarse historia, no es separable de la geografía
en la que ésta acontece” (Mansilla, 2021, p. 321). En
este tipo de escrituras podemos verificar la existencia de prácticas poéticas
que se realizan vinculando la poiesis voluntaria del individuo con
lenguaje con la composición etológica como respuesta a los estados afectivos
generados en el sistema común que compone.
El sentido de la poiesis
inmanente de la Naturaleza naturante spinoziana como proceso que produce estos
afectos a los que nos referimos, se vincula con la propuesta de la poiesis
que se produce a sí misma como un proceso que, modificándose en su
procedimiento, se produce cada vez a sí mismo: más que producir un ser, una
identidad, da cuenta de un “siendo” inmanente. La Naturaleza naturante,
existiendo, se afecta a sí misma. Es causa adecuada de sus afectos y estos son
diferentes grados de su potencia de obrar. Algunos grados tienen más potencia
que otros y la potencia se puede aumentar en el entendimiento de los afectos.
Los individuos afectados pueden comprometerse o no con el conatus. Por
su naturaleza, tienen la capacidad de conocer y, a través del conocimiento de
las causas de sus propias afecciones, es que tienen potencia de obrar. La experiencia de los fenómenos se anuncia en las afecciones del
individuo que razona. Los casos de la experiencia afectan al cuerpo de
diferentes maneras y, por ende, ese cuerpo existe con potencia o impotencia. Un
cuerpo que puede afectarse de muchas maneras aumenta su potencia de existencia.
La razón de Spinoza corresponde a una potencia de composición regida por las
naturalezas afines de los cuerpos en una interacción de afecciones dada por la
inmanencia de la poiesis de la naturaleza. La razón recoge y organiza
los casos de las interacciones dadas en una red de relaciones entre distintos
cuerpos e ideas. La relación afectiva, en este sentido, determina la acción. Recordando el resumido
panorama de poéticas chilenas mencionadas anteriormente y disponiendo de la
obra de Spinoza como base metafísica del modelo poiético que sustenta el
aspecto ético de la poiesis, sería posible identificar dichas prácticas
en una dimensión inmanente que se daría en una mecánica afectiva entre
singularidades interrelacionadas. Así, la práctica de esta respuesta afectiva
podría potenciar la habilidad de la misma cuanto más cosas en común tiene con
otros cuerpos, es decir, cuánto más conocimiento adecuado de los afectos
incorpora en su composición.
El
término poiética designa una actividad de la vida práctica del individuo con
lenguaje que es inmanente a su existencia y que consiste en el montaje sígnico,
sensible y significante, de elementos que se conectan entre sí con la
imaginación y la memoria. Por su naturaleza, esta actividad es un universal
humano no abstracto que se puede verificar en el aprendizaje de la lengua
materna. Este es el lugar de igualdad del cual parten las prácticas poéticas.
El modelo poiético del montaje tiene una base metafísica que es ética en el
sentido de la atención a los afectos para la composición de lo común por el conatus
de los modos de la sustancia unívoca, afectos que definen su potencia de
existencia. Por ello, nuestra toma de posición ética no se restringe al sentido
de la comunidad humana, sino a la actividad de los seres vivos en el
mantenimiento del equilibrio dinámico de un común que es la matriz afectiva
donde todos los modos que la componen aplican sus habilidades para la potencia
de su naturaleza. Naturalezas de modos que componen un común que beneficia su
perseverancia.
Por lo
anterior, presentamos la actividad poiética como modelo de un proceso de
composición etológica. En la relación entre la dinámica de la matriz afectiva
de nuestro modelo poiético y la estética, en tanto que reparto de lo sensible[9], se puede mostrar una posibilidad emancipatoria. Cuando el
individuo con lenguaje puede verificar la universalidad de su habilidad de
composición, produce visibilidad del reparto dado y movilización de la
verificación de la igualdad, permitiéndonos mostrar la potencia política de la
poiética. Justamente, el sentido de política que presentamos aquí tiene que ver
con la actividad que tiene por principio la igualdad y que, por tanto, pone a
prueba la distribución de las partes de una comunidad:
La política[...] es la
actividad que tiene
por principio la igualdad, y el principio de la igualdad se transforma
en
distribución de las partes de la comunidad en el modo de un
aprieto: ¿De qué
cosas hay o no hay igualdad entre cuáles y cuáles?
¿Qué son esas “qué”, quiénes
son esas “cuáles”? ¿Como es que la igualdad
consiste en igualdad y desigualdad?
(Rancière, 1996, p. 7)
De esta
manera, la poiética funciona como distinción de un tipo de práctica, modelo de
composición, pero también como una forma de obra, más que una manera del hacer
propiamente tal, o la calidad de obra (de arte, por ejemplo), nos referimos a
una praxis inmanente. Podemos decir que una práctica poiética transfigura el
sentido preestablecido de los elementos de su hacer como respuesta a situación
del individuo que compone su matriz, motivado por la mantención de su
equilibrio dinámico. Una acción proactiva de montaje sígnico que cualquiera
capaz de aprender una lengua materna puede ejercer. Esta es nuestra apuesta
emancipatoria en términos de Joseph Jacotot:
En la situación experimental creada por
Jacotot, el alumno se vinculaba con una voluntad, la de Jacotot, y con una
inteligencia, la del libro, por completo distintas. Se llamará emancipación a
la diferencia conocida y mantenida entre estas dos relaciones, el acto de una
inteligencia que no obedece más que a sí misma, aún cuando la voluntad obedece
a otra voluntad. (Rancière, 2007, pp. 28-29)
Relacionamos,
entonces, la política definida por Rancière con la emancipación de Jacotot, a
partir de la igualdad de las capacidades intelectuales, en el orden de las
cuales se encuentra la inteligencia para el aprendizaje de la lengua materna[10]. Bajo esta lógica, queremos dar cuenta de una habilidad humana que
posibilita el ejercicio de una proactividad en el equilibrio dinámico de lo
común, una dimensión práctica de la lengua que va más allá –y, tal vez, más
acá– de la comunicación y de la identidad fija entre significado y
significante. Un montaje sígnico como práctica de composición del ethos
que, por su procedimiento de sustitución de relaciones de sentido entre
elementos, posee el carácter de hospitalidad ontológica, permitiendo la
figuración de sentidos que pueden ser tanto sensibles como significantes. A
esto llamaremos poiética de la lengua. Diremos que la capacidad de montaje y
transfiguración de sentido se desarrollan cuando las actividades
poéticas se generan como respuesta a las condiciones que establecieron
previamente los sentidos susceptibles de transfiguración. Por ejemplo, en
respuesta a los estados afectivos fundamentales, permitiendo tomar una
conciencia del reparto que produce el sentido actual del orden vital, posibilitando
una diversidad de figuraciones de sentido, mostrando un potencial de
configuración epistémica que influye en la configuración de maneras de vivir.
Si bien,
la práctica poética puede cumplir con la definición de práctica artística de
Rancière como “maneras de hacer que intervienen en la distribución general de
las maneras de hacer y en sus relaciones con maneras de ser y formas de
visibilidad” (Ranciére, 2009, pp. 10-11), sería como un “hacer” sin técnica
preestablecida que toma el carácter de universal verificable. Una intervención
en la distribución general de las maneras de hacer y las consecuencias
derivadas de ella no implican necesariamente la toma de conciencia de la
igualdad, por lo mismo nuestra distinción entre prácticas poéticas y artísticas
apunta directamente al factor emancipatorio que de ella se desprende. Las
figuras de comunidad que las prácticas poiéticas movilizan, podrían intervenir
en el orden social, pero también pueden ir más allá del mismo. El principio
ético en la poiética de la lengua es previo a la resolución de las maneras de
ser y formas de visibilidad de su hacer. Su espacio emancipatorio es la toma de
conciencia de la igualdad en la capacidad transfiguradora del sentido dado y de
la capacidad del montaje sensible de dicha transfiguración. En lo concreto,
esto permite que cualquiera que no tenga parte en el reparto de los modos de
hacer, tome conciencia de que su sola habilidad de aprendizaje y montaje de
lenguas le permite realizar prácticas poéticas, desplazando las
identificaciones con los lugares del reparto. En este punto es que hablamos de
democracia:
La democracia instituye por lo tanto
comunidades de un tipo específico, comunidades polémicas que ponen en juego la
oposición misma de las dos lógicas, la lógica policial de distribución de los
lugares y la lógica política del trato igualitario.[...] Hay democracia si hay
una esfera específica de apariencia del pueblo. Hay democracia si hay actores
específicos de la política que no son ni agentes del dispositivo estatal ni
partes de la sociedad, si hay colectivos que desplazan las identificaciones en
términos de partes del Estado o de la sociedad. Hay democracia, por último, si
hay un litigio dirigido en el escenario de manifestación del pueblo por un
sujeto no identitario. Las formas de la democracia son las formas de
manifestación de esta apariencia, de esta subjetivación no identitaria y de
esta dirección del litigio. (Rancière, 1996, p. 127)
La
manifestación de una subjetivación no identitaria en la poiética de la lengua
es la verificación de una condición humana: que un cualquiera –como
singularidad que remite a una universalidad no identificable– está en igualdad
en el aprendizaje de su lengua materna para la práctica de transfiguraciones de
sentido pudiendo resolver modos de hacer sin ley que, potencialmente pueden
configurar nuevos modos del sentir y, por tanto, nuevas formas de existir. Esto
implica la generación de nuevas relaciones en lo común que pueden transformar
las maneras de vivir, produciendo a su vez, transformaciones epistémicas que
influyan en sus configuraciones, probándose constantemente. Al intervenir en el
proceso de figuraciones de sentido, la poiética de la lengua es una práctica de
exploración y composición sensible que puede abrir el litigio de ideas sobre
las formas de conocimiento vinculadas a una comunidad, lo que nosotros
llamaremos democracia epistémica. Según la definición de Rancière (1996) de la
democracia como instituyente de comunidades que polemizan entre la distribución
de los lugares (lógica policial) y el trato igualitario (lógica política), la
democracia no es consenso, sino que la instauración del litigio. La relación
entre conocimiento y poder estaría presente en la lógica policial del lugar de
la autoridad epistémica, las instituciones epistémicas, donde la potencia
política de la poiética de la lengua es abrir el litigio por la distribución de
los lugares y prácticas de la generación del conocimiento. Por tanto, en el
plano de lo epistemológico habría un ámbito democrático que sería la
posibilidad de que cualquier parte de la comunidad pueda participar en la configuración
epistémica desde el presupuesto de igualdad. De ello deriva también el aspecto
epistémico de la democracia, que se muestra en la susceptibilidad de
transfiguración de su sentido mismo. Nuestra propuesta, entonces, va más allá
de una “ecología de saberes” o la “traducción” interepistémica/intercultural
(de Sousa Santos, 2010), porque arriesga la pérdida de la identidad del
conocimiento establecido para producir perspectivas novedosas que potencian la
matriz afectiva de las comunidades. La poiética de la lengua se presenta como
medio para el desarrollo de una epistemología política como exploración de la
relación entre conocimiento y democracia (Herzog y Morales-Olivares, 2021), con
un horizonte emancipatorio a partir de la igualdad de las inteligencias que
supone que cualquiera puede aprender cualquier cosa. Lo que aquí buscamos es
establecer la producción de conocimiento bajo una lógica que la desenmarque de
la deuda neoliberal que le impone el capitalismo contemporáneo.
En la
democracia epistémica aquí definida, ocurre una confrontación de leyes del
sentido en su dualidad sensible y significante que produce la transgresión y
reinvención de las mismas. En este punto es que identificamos el carácter
ontológico de su proceder, que toma lugar en la dinámica de sustituciones
sígnicas que se juega en el terreno de la hospitalidad. Así, las transformaciones epistémicas se
pueden provocar, por ejemplo, en el montaje desjerarquizado de relaciones entre
diversas categorías, mediante la interpelación entre sentidos elaborados por
diferentes epistemes. Un juego ontológico cuyo objetivo no es la
revelación ni el resguardo del ser, su sentido o identidad, sino establecer una
práctica proactiva en la revisión y afectación del ethos previamente
instituido.
La
poiética interviene en el proceso de formación de figuras de la comunidad
porque tiene agencia en el pensamiento de comunidades posibles. Puede abrir el
litigio de ideas de comunidad. Para que la comunidad no identificada pueda
pensar su propio reparto, la poiética de la lengua permite la transformación de
la experiencia de montaje sensible en pensamiento de la comunidad posible. Por
tanto, contrario a la función del arte levantada por el régimen estético de las
artes (Rancière, 2009), la poiética de la lengua podría permitir la composición
de sentido sensible y significante con lo real-actual para que, tras la promesa
de la comunidad que responde al conatus, su propia transfiguración se
mantenga en movimiento. La democracia epistémica sería entonces el resultado de
una poiética de la lengua, un medio para posibilitar el cumplimiento del
destino ético del conatus en los vivientes con lenguaje. Se trata de un
juego que permitiría provocar estas nuevas formas de lo que se da a sentir
según Rancière (2009): “Actos estéticos como configuraciones de la experiencia
que dan cabida a nuevos modos del sentir e inducen formas nuevas de la
subjetividad política” (p. 5). Estas formas nuevas de la subjetividad política
intervienen en las maneras de hacer que configuran nuevas maneras de vivir y
transfiguran sus comunidades, generando la composición dinámica y continua para
que el reparto se revise y transforme en el desacuerdo. Un juego al cual todos
los vivientes con lenguaje pueden acceder sin parte y sin ley.
Según
Jacques Derrida (2023), el discurso clásico de la filosofía suscribiría una
lógica que presupone respuestas preestablecidas sobre el “asunto propio de la
filosofía” bajo el resguardo de la naturalización y universalización de una
lengua filosófica desprendida, indiscutiblemente, de su origen en las lenguas
privilegiadas occidentales, griego y alemán. Al ingresar a la discusión sobre
el asunto propio de la filosofía, Derrida expone dos aspectos en disputa. Por
un lado, la lógica del discurso clásico de la filosofía que presupone un
derecho natural a la filosofía, donde la prohibición de su enseñanza a través
del derecho positivo, no menoscabaría el mismo, asumiendo la posibilidad de un
acceso directo a la filosofía sin mediación institucional y, por otro lado, la
presuposición de que dicho derecho natural es disociable de un derecho
institucional. Con ello, Derrida refiere este discurso a una filosofía
determinada: la filosofía de la lengua y el lenguaje.
[…] y, entonces, para tener derecho a lo
filosófico mientras hablamos, para que la democracia filosófica, la democracia
en filosofía sea posible (y no hay democracia en general sin esto, y la
democracia, aquella que está siempre por venir, es también un concepto
filosófico), hay que estar formado. Hay que estar entrenado para reconocer las
connotaciones, los efectos llamados de estilo o de retórica, las
potencialidades semánticas, los pliegues y repliegues virtuales, toda una
economía en obra en lo que quizás, bajo el nombre de filosofía, no es más que
la práctica más económica de la lengua natural. (Derrida, 2023, pp. 84-85)
En otras
palabras, para ir derecho a la filosofía se hace necesario pasar por el
“entrenamiento” de su lengua. Lo cual implicaría una contradicción, puesto que
la condición que lo permite ya sería una mediación, impidiendo el acceso
directo a la misma. A partir de la propuesta de Derrida, se obtiene que las
lenguas privilegiadas dieron origen a la lengua de la filosofía que es también
una lengua de acceso privilegiado, y que la filosofía es una lengua mediada
siempre por otra lengua singular. Por lo que no existiría un acceso “directo” a
la filosofía. Si la filosofía es una lengua, ¿de qué manera el uso de otras
lenguas podría dirigirse a lo filosófico? Y de realizarse, ¿podría dicho hacer
cobijarse bajo el nombre de filosofía? Al igual que Derrida, suscribimos la
preocupación por una democracia por venir y nos interesa incrementar las
oportunidades, derechos a y derechos que da la filosofía para pensar de otra
manera y ampliar las posibilidades de configuración de formas de vivir. En esta
investigación proponemos la existencia de un proceso del lenguaje que se
desarrolla a través de una práctica de montaje de lenguas que podemos verificar
en prácticas poéticas de la escritura que serán descritas a continuación y que
nos permitirán señalar un acceso democrático a lo filosófico, excediendo su
lengua.
A
continuación presentaremos tres ejemplos de prácticas poéticas de la escritura
donde identificamos un montaje de lenguas y la transfiguración de sentidos.
Particularmente veremos en ellas una puesta en relación entre elementos de la
lengua filosófica que nos permite pensar este tipo de escrituras como
direccionadas a lo filosófico. Discutiremos si se pueden pensar también como
más que filosóficas y más que literarias.
El poema
es lo que difiere el sentido, testimonio de la huella, imposibilidad de un
sentido como unidad originaria y clausura ontológica (Polanco & Vicencio,
2020, p. 151). El montaje poético podría pensarse con la metáfora de la llama
de una vela que ilumina solo partes de las cosas, pero que sobre todo muestra
la sombra, la huella (Aranda, 2019). Esa huella que no tiene origen y que
muestra que “lo mismo” deja de ser el sentido último de lo otro. En reiteradas
ocasiones se ha observado en el pensamiento poético el planteamiento del
problema de la palabra como nombre. La pregunta por el nombre. El caso
particular de la poeta chilena Ximena Rivera (Viña del Mar, 1959-2013) es un
ejemplo contundente y fundamental para nuestro planteamiento. Con una inquietud
metafísica evidente, la poeta piensa poéticamente en el origen y el nombre en
la tensión entre la búsqueda de un sentido último y la pérdida del mismo (Aranda, 2019, p.29), una renuncia a la
desocultación:
“Lo bello y lo triste”
1
Usted, después, lee
tarde
no sé qué sombras
no sé qué cuerpos de mi
memoria
tenemos todavía su nombre
distinguido en las letras
que no es nuevo sino derivado,
como un vaso de hermosas
líneas,
aunque vacío. (Rivera, 2013,
p. 19)
VIII
¿Te nombraré con ese nombre
que he conservado para ti
entre todos los nombres que conozco?
«Hemos realizado el único
milagro
del cual Dios no haya concedido licencia».
¿El poeta mentía o decía la
verdad
en el voluntario decir de este designio?
Sólo sabemos que vivimos y
morimos un poco cada día
con la certeza que cada cual
tiene el nombre secreto que merece. (Rivera,
2013, p. 37)
VI
La fantasía del origen
es creer que todo está en silencio.
No es fácil
definir la realidad del agua, por ejemplo
que viene con persistencia
y se muestra para convencernos que su
sonoridad basta.
El Demiurgo de la materia
es rebelde a la definición
pero está aquí
y
le llamamos realidad. (Rivera, 2016, p. 122)
Noche
que puede llenarse de infinitas maneras. El nombre como renuncia al origen,
pues el origen es silencio irreductible a la objetivación, ausencia de unidad,
presente como diferencia, inmediatez del origen que no se revela en el nombre.
La filósofa y poeta chilena Natalí Aranda propone dicho origen como différance[11] (Derrida, 2015), el diferir
espaciotemporal como apertura que no se relaciona con la desocultación, sino
con la renuncia a esa posibilidad. La creación poética como origen de la
ceniza, del resto que no dice el ser, sino que invita a la composición de múltiples
sentidos. La différance como huella que “no es ente ni signo, sino pura
posibilidad de sentido”, performatividad de entrar en juego con lo que no
regresa, entrega a lo infinitamente otro sin retorno a lo mismo. El poema como
“encuentro con el afuera radical” (Aranda, 2019,
p.23) nos permite regresar al pensamiento metafísico desde la ética. La
poética emprende su poiética: lo otro nos interpela a responder solidariamente
a la diferencia. Abandona la jerarquía de la voz del logos en cuanto
sentido y presencia inmediata del Ser para las posibilidades que abre este
dislocamiento entre el ser y el ente en el intersticio de la grama. Se da en un
tiempo siempre diferido, por tanto no depende del sentido originario de una
verdad traída a la presencia, más bien sería borradura del origen. Prescindir
de la presencia constante de lo que es para una ausencia presente de la
diferencia. Retardo y diferencia de lo infinitamente otro. De esta manera, la
poesía tendría una posibilidad de apertura absoluta a la actualización del
sentido y, así –desde la acogida del otro–, liberar las determinaciones vitales
de las restricciones que implica la identidad y asumir una responsabilidad por
la participación en la composición de lo común.
El libro
Sentido y ceguera del poema de Mario Montalbetti (Callao, Perú, 1953)
desafía su propia categorización al interior de los géneros literarios
presentándose como una suerte de ensayo versificado, mostrando un poema que se
despliega en una reflexión sobre los problemas del lenguaje, donde expone la
falta de relación entre decir y ver a partir de la pregunta ¿cuándo es que el
lenguaje vale la pena? A partir de esta pregunta, Montalbetti ensaya
poéticamente el pensamiento en torno al sentido y la visión, la continuidad del
poema pende de una serie de preguntas fundamentales y profundamente filosóficas
sobre el lenguaje:
b) Tal
vez he debido distinguir lenguaje de lengua.
¿Cuándo
es que el lenguaje vale la pena?
no es
la misma pregunta que
¿cuándo
es que la lengua vale la pena?
La
diferencia, en sucinto:
el
lenguaje no dice nada, la lengua sí.
(Las
lenguas son el resultado de negociaciones
muchas
veces turbias
entre
el lenguaje y lo que el ser humano
quiere
hacer con él, comunicar, por ejemplo,
o
contar una historia o un chiste).
//
Decimos
la nube es blanca, el río fluye.
Hablamos
sobre las cosas
pero
las cosas son indiferentes a lo que decimos sobre ellas.
Las
cosas siguen su curso de ser, de estar, de moverse
perfectamente
indiferentes a lo que decimos sobre ellas.
(Montalbetti,
2018, pp. 8,12)
Por otro
lado, nos encontramos con la escritura de Clarice Lispector (Chechelnik,
Ucrania 1920 - Río de Janeiro, Brasil 1977). Esta escritora de familia
ucraniana migrante de la primera guerra mundial, creció en Brasil y tuvo el
privilegio de dedicarse completamente al ejercicio de la escritura. Sus
trabajos más conocidos se han categorizado como cuento y novela. La escritura
de Lispector goza de un inquietante tono filosófico. Preocupaciones metafísicas
y existencialistas abundan en sus textos, echando mano de la lengua filosófica
sin brindar explicaciones o fuentes, donde, para tocar asuntos profundamente
filosóficos, realiza una escritura de lenguas montadas. Quizá uno de los
trabajos que más evidencia sus recursos conceptuales en filosofía es su primera
novela Cerca del corazón salvaje (Lispector, 2015), donde se pueden
encontrar referencias a la Ética spinoziana. En su madurez, los conceptos
filosóficos logran una integración en el desarrollo narrativo, muy propia de su
inimitable estilo y, si bien, no reciben atención protagónica, es posible
encontrar con recurrencia el tratamiento narrativo de problemas filosóficos
integrados en las reflexiones de sus personajes y narradores. La escritura de
Lispector pone en evidencia la práctica de una democracia epistémica. Las
libertades expresivas que la práctica de la escritura permite, tensionan el
pensamiento filosófico y se sirven de él, en una cotidianidad reflexiva con la
naturalidad del diálogo interno:
Y no avanzaré «de pensamiento en
pensamiento», sino de actitud en actitud. Seremos inhumanos como la más alta
conquista del hombre. Ser es ser más allá de lo humano. Ser hombre no es más
que una vicisitud, ser hombre ha sido una compulsión. Lo desconocido nos
aguarda, pero siento que eso desconocido es una totalización y que será la
verdadera humanización que ansiamos. ¿Estoy hablando de la muerte? No, de la
vida. No es un estado de felicidad, es un estado de contacto. (Lispector, 2018,
p. 148)
¿Sería
adecuado plantear estas prácticas de la escritura como filosóficas? ¿A qué
propósito serviría el esfuerzo de nombramiento filosófico a prácticas que en
principio no buscan ser reconocidas como filosóficas? y, con ello, ¿puede la
filosofía ser democrática sin entrenamiento igualitario de su lengua? Ejercer
el derecho a lo filosófico, como crear filosofía, ¿podría dar cabida al derecho
a la filosofía como adverbio y sustantivo? Tal vez permita un paso del derecho
natural (la lengua) al derecho positivo/de ciudadanía. Entonces, ¿sería
adecuado considerar dichas prácticas como vías de acceso directo a la
filosofía? Donde el derecho natural de las mismas se traduzca en una
direccionalidad, ¿sería esto un trayecto directo a lo filosófico, pero no a la
filosofía?
Derrida
nos lleva a pensar que la literatura, donde es posible “decirlo todo” y
“reunir, a través de la traducción, todas las figuras en una” (Derrida, 2017,
p.117), es una forma de acercamiento a lo filosófico, pues, al igual que la
filosofía, plantea preguntas universales desde una lengua particular. Lo que
nosotros buscamos defender es que la figuración poética como práctica primaria
de la lengua materna, es decir, antes de volverse lengua filosófica o
literatura, pone en marcha el procedimiento poiético de la lengua. En el
ejemplo de Lispector hay preguntas universales figuradas por medio de una
poliglotía, porque la poiética de la lengua se daría como un montaje de lenguas
produciendo su propia lengua en su realización, mostrando en su proceder la
huella de la alteridad. En este sentido, la práctica poética es más que lengua
filosófica y puede servirse de ella como puede servirse de toda lengua,
movilizando lo filosófico. La poiética de la lengua produce respuestas, que
antes que ligadas al decir, serían afectivas. Si la filosofía se encarga de
hacer preguntas, la práctica poética como poiética de la lengua sería un
proceso que responde a la ley del conatus a través de la figuración que,
gracias a la reciprocidad del otro, explora el sentido de lo sentido en
particular. Así, podría producir formas de conocimiento a partir de la mecánica
afectiva que se da entre el sentido, lo sentido y el dar a sentir. La democracia
epistémica es practicar el montaje de lenguas diversas. Excede la filosofía en
cuanto a su institución, porque la lengua filosófica en la práctica poética es
un material de montaje y una mediación, más no necesariamente el objeto de la poiesis.
Tal vez
estas prácticas carentes de pretensiones de reconocimiento institucional
podrían otorgar la posibilidad de abrir un paso al ejercicio del derecho a la
filosofía sin entrenamiento formal de su lengua, el servicio a este propósito
es lo que otorga a estas prácticas su responsabilidad en la democracia por
venir, pero no solo respecto a lo filosófico. Reclamar estos espacios fuera del
discurso clásico de la filosofía como filosóficos o pertenecientes a la
filosofía como institución es, para nosotros, volver a limitarlos al reparto
establecido de los lugares para el pensamiento. Si nombráramos estos espacios
como filosóficos, ¿tendría lugar la necesidad de restaurar el derecho a la
lengua filosófica?, ¿cómo reclamar ese derecho y para qué? La generación de
instituciones de creación y resguardo del derecho a lo filosófico pudiera ser
una forma de reclamar el derecho a esa lengua, pero además de peligrar en
convertirse en nada más que una antesala del Derecho, dicha lengua también
corre el riesgo de la repetición de una forma. La práctica poética de la
escritura, podría considerarse una actividad filosófica que, regida por la
voluntad de composición del ethos, sería primero una actividad poiética
del pensamiento. Derrida indica que aquello que llamamos filosofía podría “no
ser más que la práctica más económica de la lengua natural” (Derrida, 2023, p.
85). La economía como intercambio de sentidos, generación de un itinerario de
traducciones intralingüísticas de la lengua materna, esa lengua con la que
hablamos y con la que podríamos filosofar pero que, por sobre todas las cosas,
permite la actividad poiética del pensamiento. Entonces, estas prácticas
poéticas nos hacen pasar por la filosofía y pasar la filosofía, más allá de
ella. La potencia democrática que se nos presenta con esta poiética en la
práctica poética de la escritura podría llevarnos, tal vez, más allá de la
institución filosófica y literaria, incrementando los derechos en juego y
oportunidades de lo filosófico.
Este trabajo
buscó articular perspectivas muy diversas para el encuentro y producción de
medios para la emancipación intelectual de comunidades humanas. Dicho objetivo
se configura a partir de nuestra presentación de la relación entre poética,
ética y política como una vinculación asociada a los haceres que relacionan poiesis
y ethos, produciendo un elemento de hospitalidad que permite la
composición de matrices afectivas, suscribiendo el régimen de la poiesis
inmanente de la Naturaleza naturante de Spinoza. El aspecto político de dicha
relación se presenta en el aumento de la potencia de obrar de los individuos
con lenguaje que componen una matriz afectiva. Donde el aumento de la potencia
de obrar facilita la perseverancia en la existencia de los individuos de la
matriz. En el desarrollo de nuestra argumentación, las aproximaciones
disciplinares de la filosofía y la ciencia son consideradas lenguas aplicadas a
una actividad poiética. En términos prácticos, la capacidad de lenguaje tiene
la potencia de producir una actividad poiética de la lengua, que es una
actividad de transfiguración de sentido por medio de un montaje de
sustituciones sígnicas que producen nuevos sentidos y, por ello es que podemos
relacionarlo con la configuración epistémica que influye en el ethos en
cuanto a configuración de costumbres y maneras de vivir. La práctica misma de
transfiguración de sentido en respuesta a estados afectivos, que sería el
elemento distintivo de nuestra visión de la poética, es lo que sería político
en tanto que para ejercer dicha práctica se vuelve necesario el proceso de
verificación de la igualdad de las inteligencias, para lo cual, siguiendo a
Jacotot (Rancière, 2007), basta la capacidad para aprender la lengua materna,
revelando su potencia emancipatoria. Por eso, nuestra definición de democracia
epistémica, más que con un aumento de los lugares de representación y
visibilización de las diferentes epistemes que se vayan identificando,
tiene que ver con un campo político producido como lugar donde se lleva a cabo
el litigio en el que se pone en práctica la verificación de la igualdad en los
lugares del reparto de la producción de conocimiento. En este espacio es donde
abordamos el problema del derecho a la filosofía y proponemos la actividad
poiética de la lengua como medio para la creación de conocimiento a disposición
de cualquier sujeto, un medio a través del cual es posible la producción de
nuevas lenguas y formas de la subjetividad, pudiendo generar nuevas
composiciones de lo común, formas de comunidad y formas de vivir alternativas a
las formas neoliberales que caracterizan nuestro tiempo.
Algunos
problemas quedan abiertos para seguir pensando y nuevas preguntas se nos
presentan como posibles rutas para esta investigación. Por ejemplo, si el uso
poético del lenguaje como aplicación no lingüística del mismo puede influir en
las distintas formas de producción de sentido, entonces ¿de qué manera el uso
poético del lenguaje podría influir en la producción de subjetividades que den
cuenta de su autonomía en la producción de sentidos? Nuestra hipótesis actual
es que la poiética de la lengua como práctica de lenguaje excedente del
rendimiento lingüístico permitiría elaborar “configuraciones
metafísico-temporales” (Claro, 2014). Nuestra posición respecto a las
configuraciones metafísicas que sostienen los sistemas de juicios productores
de sus conceptos, es que estas producen ciertas formas de la subjetividad por
medio de la producción de paradigmas de lo real-actual y al “sujeto como
fragmento del proceso de una verdad” (Badiou, 2003, p. 24). ¿En qué medida
ciertas formas de la subjetividad permiten producir otras lenguas y lenguajes?
¿En qué medida se producen para producir repetición de lo mismo? Es aquí donde
entra en pertinencia la exploración del vínculo entre metafísica y
neoliberalismo para sostener un horizonte emancipatorio en la configuración de
formas de vivir alternativas a aquellas que perjudican la proliferación de la
vida.
Como
proyección práctica, nuestra propuesta podría llevarse al terreno de la
enseñanza y procesos de aprendizaje. Algo de esto nos dejan los escritos
pedagógicos de Gabriela Mistral (2022) que, desde la segunda mitad del siglo
XX, nos revelan la existencia de la gran preocupación de la maestra por
destacar la importancia de la actividad poética de los niños en la escuela y
cómo esto se vincula con la influencia recíproca en la relación
humano-naturaleza. En este sentido, nuestra actividad poiética de la lengua
podría convertirse en una versátil herramienta pedagógica, donde el aprendizaje
estaría principalmente orientado a la actividad creativa de los estudiantes a
partir de su igualdad en la capacidad de aprendizaje y montaje de lenguas,
otorgando al estudiante una oportunidad de experiencia activa en la
participación del campo del conocimiento.
Aranda, N.
(2019). El poema como huella en Ximena Rivera. Ediciones Inubicalistas.
Arfuch, L.
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[1] Este término fue elaborado por la autora de este artículo en su
tesis de magíster en Pensamiento Contemporáneo que se encuentra en proceso de
publicación.
[2] Cfr. El romanticismo proclama el devenir sensible como la finalidad
misma de la actividad del pensamiento en general. El arte vuelve así a ser un
símbolo del trabajo. Producir une el acto de fabricar con el de poner al día,
el de definir una nueva relación entre el hacer y el ver [...]. El arte
anticipa el trabajo porque realiza su principio: la transformación de la
materia sensible en presentación de la comunidad a sí misma [...]. Es como
trabajo que el arte puede tomar el carácter de actividad exclusiva. (Rancière,
2009, pp. 56-58)
[3] El denominado “giro afectivo” de las ciencias sociales presenta un
abundante enfoque en el asunto de las emociones. Muchas veces dando lugar a lo
que en este trabajo consideramos un peligro de confusión conceptual que
convierte en equivalentes afectos y emociones. A pesar de la influencia
spinoziana en la comprensión contemporánea de la afectividad –importante
destacar su influencia debida a la interpretación deleuziana–, esta confusión
productora del sinónimo entre afectos y emociones parece mostrar una incorporación
deficiente de lo que aquí consideramos un rasgo crucial de la ontología
spinoziana. A saber: que todos los modos en los que se expresa la Naturaleza
naturante son afectos, desbordando tajantemente la categoría de las emociones
que, como muchas otras, está a su vez contenida en los afectos.
[4] Si bien, nuestra nuestra traducción de Vidal Peña utiliza la
palabra “alma”, nosotros reemplazaremos dicha palabra por “mente” con la
finalidad de resaltar la distinción que el mismo Spinoza decidió utilizar en su
demostración metafísica usando el concepto de mens en vez del de anima en
Descartes, distinguiendo su sentido de unión “alma-cuerpo” del de la tradición.
[5] La producción de los sistemas autopoiéticos definidos por Maturana
& Varela (1998), contempla primeramente un metabolismo energético llevado a
cabo por toda unidad celular. En los organismos multicelulares, dicha
producción metabólica contempla una integración en una fisiología que serían
las funciones orgánicas reguladas por un principio de equilibrio dinámico
denominado “homeostasis”. Los sistemas autopoiéticos producen sus propios
límites y se consideran organizacionalmente cerrados y de control centralizado,
por lo que para su perseverancia sus límites han de ser estrictamente
conservados.
[6] Sobre los conceptos de equilibrio dinámico y homeostasis, nos
basamos en la discusión sobre la naturaleza “simpoiética” de los sistemas vivos
semi abiertos de la ecóloga Beth Dempster (1998) en su tesis de Magíster en
Estudios Medioambientales de la Universidad de Waterloo, Canada. Donde
problematiza la interpretación autopoiética de los organismos desarrollada por
Maturana y Varela (1998).
[7] Cfr. Aquello que es común a todas las cosas, y que está
igualmente en la parte y en el todo, no puede ser concebido sino adecuadamente.
[...] De aquí se sigue que hay ciertas ideas o nociones comunes a todos los
hombres. Pues todos los cuerpos concuerdan en ciertas cosas, las cuales deben
ser percibidas por todos adecuadamente, o sea, clara y distintamente. [...]. De
aquí se sigue que el alma es tanto más apta para percibir adecuadamente
muchas cosas, cuanto más cosas en común tiene su cuerpo con otros cuerpos. (Spinoza,
2006, pp. 160-161)
[8] Aquí nos referimos a lo geosférico como nombre que integra las
diferentes superficies de intercambio de flujos de masa y energía de nuestro
planeta como son la litósfera (tierra), criósfera (masas de hielo), hidrósfera
(masas agua), atmósfera (aire) y la biósfera (sistemas vivos).
[9] Cfr. Elaborar el sentido mismo de lo que el término estética
designa: no la teoría del arte en general o una teoría del arte que lo
remitiría a sus efectos sobre la sensibilidad, sino un régimen específico de
identificación y de pensamiento de las artes: un modo de articulación entre
maneras de hacer y modos de pensabilidad de sus relaciones, que implican una
cierta idea de la efectividad del pensamiento. (Rancière, 2009, p. 7)
[10] Cfr. La desigualdad existe en el orden de las manifestaciones de la
inteligencia, según la mayor o menor energía que la voluntad le comunique a la
inteligencia para descubrir y combinar nuevas relaciones, pero no hay jerarquía
de capacidades intelectuales. La toma de conciencia de esta igualdad de
naturaleza se llama emancipación, y es lo que abre el camino para cualquier
aventura en el país del saber. (Rancière, 2007, p. 44)
[11] Neologismo introducido por Jacques
Derrida (2015, p.104, nota 29) que apunta a la anulación de la presuposición de
una presencia pura respecto de toda palabra y todo significado debido a la
diferencia espacial y temporal que subyace en el significante.