Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 9 N° 2 (2024) / Sección Doossier / pp. 1-14 / 
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido 01/08/2024 Aceptado: 31/12/202
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.133
The University as a Complex of Knowledge and Technologies.
Readings from
Derrida, the Philosophy of Technology and Posthumanism
Carlos Mario
Fisgativa Sabogal
Universidad
del Quindío, Colombia.
cmfisgativa@uniquindio.edu.co
Resumen. Se indaga por la confluencia
entre la tecnología y la universidad para cuestionar los modelos de la
universidad y de las humanidades que se basan en la oposición entre saber y
técnica. En este debate son pertinentes los planteamientos de los posthumanismos,
las filosofías de la tecnología y el pensamiento situado. Iniciamos presentando
planteamientos de Simondon, Stiegler y Derrida acerca de la relación entre
antropogénesis y tecnogénesis. A partir de estas teorías, se problematiza la
pretensión de algo originario ajeno a la técnica, el establecimiento de los
límites fundacionales de lo humano y de las humanidades en oposición con sus
otros. Concluimos que, en vez de delimitación y separación por oposiciones
infranqueables, técnica y episteme, humanidades y tecnología han mantenido una
prolongada y necesaria relación en tanto entramado de artefactos o redes
sociotécnicas en los que la interacción y codependencia es la condición
ineludible.
Palabras clave. Filosofía, humanidades, tecnología, universidad.
Abstract. The confluence between
technology and the university is investigated to question the models of the
university and the humanities that are based on the opposition between
knowledge and technology. For this debate are relevant the approaches of
Posthumanisms, Philosophies of technology and Situated thinking. We begin by
presenting approaches by Simondon, Stiegler and Derrida about the relationship
between anthropogenesis and technogenesis. From these theories, it is
problematized the pretension of something original outside of technology, the
establishment of the foundational limits of the human and the humanities in
opposition to their others. We conclude that, instead of delimitation and
separation due to insurmountable oppositions, technique and episteme,
humanities and technology have maintained a long and necessary relationship as
a network of artifacts or sociotechnical networks in which interaction and
codependency are unavoidables conditions.
Keywords. Philosophy, Humanities, Technology, University.
Las
tensiones entre naturaleza y cultura, entre técnica y naturaleza son
recurrentes en los debates de las ciencias humanas, de las ciencias sociales y
de la filosofía (Haraway, 1995, 1999; Derrida, 1989; Gil, 2017; Rodríguez,
2019, Billi, 2018; 2024). Abordamos estas discusiones en función de la
indagación por las humanidades y la universidad, para identificar
configuraciones alternativas para las universidades actuales y futuras.
Teniendo en cuenta que, desde nuestra perspectiva, preguntarse por la técnica
remite a la desarticulación de las oposiciones jerárquicas entre naturaleza y
cultura, entre naturaleza y técnica, lo que tiene efectos en la comprensión de
la percepción, la subjetividad y sus transformaciones en relación con los
medios y soportes técnicos (Derrida y Stiegler, 1998; Von Amelunxen y Wetzel,
2008; Fisgativa, 2022a).
Para
establecer el marco de discusiones de nuestra indagación, remitimos a El modo
de existencia de los objetos técnicos. En la introducción de este libro,
Simondon plantea una problemática longeva que constituye el horizonte de su
filosofía. Tiene que ver con el desconocimiento y el rechazo de la técnica y de
los objetos técnicos en oposición a otras instancias como lo humano, el arte,
la cultura o la naturaleza. Lo que hace que se perciba al objeto técnico como
el otro, el extranjero, aquel que se debe rechazar o mantener al margen,
replicando profecías apocalípticas autocumplidas, con amplia financiación
publicitaria y con resonancias en la industria crítica, la cultural visual y
letrada (Hui, 2023). Al respecto, señala Simondon:
La cultura se comporta con el objeto técnico
como el hombre con el extranjero cuando se deja llevar por la xenofobia
primitiva. El misoneísmo orientado contra las máquinas no es tanto odio a lo
nuevo como negación de la realidad ajena. Ahora bien, este extranjero todavía
es humano, y la cultura completa es lo que permite descubrir al extranjero como
humano. Del mismo modo, la máquina es el extranjero; es el extranjero en el
cual está encerrado lo humano, desconocido, materializado, vuelto servil, pero
mientras sigue siendo, sin embargo, lo humano (2007, p. 31).
Según
esto, se asume a las máquinas como causantes de alienación, como amenaza de
reemplazo, dejándonos con comprensiones insuficientes de la relación
humanos-cultura-seres técnicos y con relatos distópicos de futuros sin
alternativas (Hui, 2023; Coeckelbergh
y Gunkel, 2023). En este diagnóstico coincide Stiegler, denunciando la
insistencia del rechazo de la técnica y de su estatuto ontológico, por ubicarse
en el intersticio de lo mecánico y lo biológico, lo que nubla las relaciones
con la cultura, la episteme y con la antropogénesis. Precisamente, en la
introducción a La técnica y el tiempo
se lee lo siguiente: “en su origen mismo y hasta ahora, el filósofo ha rechazado la técnica como objeto de
pensamiento. La técnica es lo impensado” (Stiegler,
2002, p. 9). Stiegler traza una línea
de debate hasta la antigüedad, para mostrar el esquema argumentativo del
desprecio a la técnica, con el cual se la priva de episteme:
En el albor de su historia, la filosofía
aísla techné y episteme
que los tiempos homéricos no distinguían todavía. Este
gesto está determinado por un contexto político en el que el filósofo acusa al
sofista de instrumentalizar el logos, como retórica y logografía, medio de
poder y del no-lugar del saber. La esencia de los entes técnicos en general se
enuncia sobre la herencia de ese conflicto en el que la episteme filosófica
lucha contra la techné sofística,
desvalorizando con ello cualquier saber técnico (2007, p. 13).
Por su
parte, en De la gramatología, Derrida
(2005) denuncia que en la metafísica occidental el destino de la técnica y de
la escritura está signado por el rechazo a la exterioridad o la secundariedad,
dado que se consideran accesorias, carentes de logos, peligrosas para el saber
(episteme), para la memoria y para el
orden político, en tanto “adición de una técnica, es una suerte de astucia
artificial y artificiosa para hacer presente al habla cuando, en verdad, está
ausente. Es una violencia cometida contra el destino natural de la lengua
(Derrida, 2005, p. 184). Esta es una denuncia reiterada. Por ejemplo, en
1966-1968 al ocuparse del discurso de las ciencias humanas, afirma el autor:
Pese a todas sus renovaciones y sus
disfraces, esa oposición es congénita de la filosofía. Es incluso más antigua
que Platón. Tiene por lo menos la edad de la sofística. A partir de la
oposición physis/nomos, physis/téchne, aquélla
ha sido traída hasta nosotros a través de toda una cadena histórica que opone
la «naturaleza» a la ley, a la institución, al arte, a la técnica, pero también
a la libertad, a lo arbitrario, a la historia, a la sociedad, al espíritu, etc.
(Derrida, 1989, p. 389).
En
contraste con el rechazo de la técnica basado en oposiciones jerárquicas, con
la amenaza de la técnica al saber y la profecía del reemplazo de los hombres
por las máquinas, Simondon busca una toma de conciencia de los objetos técnicos
que a su vez arroje luces sobre la concepción de lo humano, en tanto que hay
una interconexión y afectación recíproca:
La cultura se ha constituido en sistema de
defensa contra las técnicas; ahora bien, esta defensa se presenta como una
defensa del hombre, suponiendo que los objetos técnicos no contienen realidad
humana. Querríamos mostrar que la cultura ignora en la realidad técnica una
realidad humana y que, para cumplir su rol completo, la cultura debe incorporar
los seres técnicos bajo la forma de conocimiento y de sentido de los valores
(Simondon, 2007, p. 31).
Además,
lleva a repensar las relaciones entre lo humano, la técnica y el mundo de los
objetos técnicos, entendidos como mediación entre la “naturaleza” y lo
“humano”, en tanto ha transformado y constituido al humano mismo:
La oposición que se ha erigido entre la
cultura y la técnica, entre el hombre y la máquina, es falsa y sin fundamentos;
sólo recubre ignorancia o resentimiento. Enmascara detrás de un humanismo fácil
una realidad rica en esfuerzos humanos y en fuerzas naturales (Simondon, 2007,
p. 31).
Contra
el recurrente argumento de la alienación del hombre por la máquina, que replica
la oposición antagónica entre cultura y tecnología, desde las posturas de
Simondon, Stiegler y Derrida se encuentra que ese extranjero, ese otro, no es
una negatividad o algo ajeno, sino que es un otro que tiene bastante de humano,
de material y de memoria cultural, que es condición del saber (episteme) y que
está implica un logos que no ha de
ser inferior a otros.
En síntesis, las posturas revisadas confluyen en el
cuestionamiento de las relaciones dualistas y jerárquicas entre cultura y
naturaleza, naturaleza y técnica, humano y no humano, también problematizan la pretensión de algo originario ajeno a la técnica
(considerada como prótesis) (Parente, 2010; Bradley, 2011; Rodríguez, 2007), lo
que tiene consecuencias para la determinación de los límites fundacionales de
lo humano y de las humanidades en oposición con sus otros. Asimismo, estas
propuestas exigen reconocer que los soportes y los artefactos no son simples
accesorios o instrumentos que se limitan a cumplir una finalidad preestablecida
por sus usuarios.
Este
apartado da cuenta de perspectivas que piensan el surgimiento de lo humano como
indisociable de la técnica, es decir, que conciben el encuentro entre
antropogénesis y tecnogénesis, entre devenir de la técnica y de lo humano, como
aspectos que deben pensarse en conjunto y no desde oposiciones jerárquicas
radicales. Ante la pregunta por la técnica, la comprensión de lo humano se
vuelve problemática, pues deja de respaldarse en una esencia o sustancia
inmutable, tampoco se define como el único agente dotado de razón para conocer
y transformar el mundo a voluntad. Por el contrario, lo humano hace parte del
entramado de todos esos elementos. Es por ello que en este apartado
relacionamos la filosofía de la técnica de Simondon y Stiegler, los
post-humanismos y la filosofía derridiana, para determinar cómo aportan para
otras comprensiones de lo humano que consideren la mediación e internalización
de la técnica, gracias a interrogantes que nutren el debate. Desde estos
posicionamientos teóricos, se da el encuentro con otras problematizaciones de
lo humano y las humanidades (Calarco, 2021).
En contraste con la comprensión de lo humano que supone
un ser con una evolución biológica y hasta cognitiva sin tener en cuenta la
exterioridad de los objetos y conjuntos técnicos que le hicieron posible,
Stiegler y Simondon dejan en claro que el devenir de lo humano y de la técnica
son inseparables, por ello, muestran que tanto la individuación humana como el
surgimiento de los seres técnicos son el resultado de dinámicas evolutivas y de
individuación (Simondon, 2019, 2007). A pesar de que sea clásica la oposición techné y episteme, humano y animal, con estos referentes teóricos es posible
señalar que el “origen” de la técnica y de lo humano se confunden, en tanto que
no se puede trazar una distinción radical o precisa en las fases de la
hominización, en las cuales se aislaría lo humano y su capacidad cognitiva de
la externalización de la técnica. De modo que, la técnica sería determinante de
la antropogénesis y relevante para la distinción frente a lo animal (Macraigne et
al. 2018, p. 234). Además, no habría naturaleza o “humano” separable de
suplementos técnicos, como la escritura y otras formas de la memoria (Bradley,
2011; Fisgativa, 2022b).
Las discusiones acerca de la técnica que se encuentran en
la obra de Derrida contribuyen a pensar los límites de lo humano y a revisar
los criterios de su supuesta excepcionalidad, teniendo en cuenta el carácter
prostético de la técnica y la escritura. En efecto,
la desconstrucción altera los conceptos
recibidos de lo humano y lo tecnológico al afirmar su relación constitutiva
mutua o, paradójicamente, su disyunción constitutiva. Ningún término actúa como
el ancla de la relación a partir de la cual la otra debe ser entendida. Por
tanto, la tecnología no puede entenderse como una herramienta del ser humano,
por un lado; ni puede entenderse lo humano como efecto de técnicas, ni como
objeto totalmente calculable de representación científica (Clark, 2000, p.
247).
Lo
protésico o tecnológico serían determinantes de la vida, las capacidades
humanas se entretejen con la técnica; incluso, en la subjetividad, la
percepción, el pensamiento y lo afectivo se encuentra la tecnología (Clark, 2000, p. 242). Por
su parte, Cary Wolfe sostiene que en vez de la separación de lo humano frente a
lo no humano, desde una perspectiva posthumana se asume la contaminación, la
interacción y coevolución con factores culturales, materiales y técnicos, es
decir, con aspectos no exclusivamente humanos, de allí que no se pueda concebir
lo humano sin las prótesis. Efectivamente,
el humano mismo es un ser prostético, quien
desde el principio está constituido como humano por su co-evolución con y su
co-constitución por tecnologías externas de archivado de varios tipos
–incluyendo el lenguaje mismo como el primer archivo y prótesis– (2009, p.
XXIX).
De modo
que, para los posthumanismos, no hay humanidad originaria, sino natur-cultura,
media/naturaleza y transmediación. Lo que lleva a replantear los discursos que
consideran a lo humano como dominador de la técnica o de la naturaleza, como un
ser esencialmente ajeno a las mediaciones, y con un acceso excepcional a un
lenguaje o logos que le es propiedad exclusiva. Mientras que, desde los textos
de Derrida se puede pensar la técnica o la tecnología no como alienación o
exterioridad, sino como suplemento inseparable, dado que, “lo protésico no es
una excepción sino la misma condición de la vida. Lo mismo ocurre, por
extensión, con toda la tecnología, no hay vida sin tecnología” (Lindberg, 2016,
p. 377). El carácter prostético de la técnica no solo es el de agregado
suplementario y excesivo, sino el del otro indispensable, inseparable y
constitutivo. Esto supone una proximidad difícil de percibir, pues al estar tan
embebidos en la técnica, pensamos que podemos permanecer a distancia de ese
suplemento que se nos esconde. Precisamente, tanto Stiegler como Latour
insisten en el ocultarse y olvido de la técnica, de allí que se pueda hablar de
la opacidad de los seres técnicos (Latour, 2013, p. 212). Para considerar el
lugar de la técnica en la antropogénesis y en la cultura material, hay que
desentrañar esa opacidad, el ocultarse o el carácter de suplementos de la
técnica que “se oculta mejor que la famosa aletheia”
(Latour, 2013, p. 219).
Mientras
que los posthumanismos son radicales en su crítica a la excepcionalidad humana
y a las violentas consecuencias del humanismo, tienen en común con Derrida y
las filosofías de la técnica el no rechazar lo tecnológico como un otro o
enemigo de lo humano. La hibridación naturaleza/cultura/tecnología, el
pensamiento de lo cyborg y las condiciones tecnológicas de todo saber son sus
puntos de encuentro (Haraway, 1995, 1999). Por otra parte, las filosofías de la
técnica se soportan en una construcción simultánea entre el objeto o sistema
técnico y lo humano y cultural, lo que implica que no se puede concebir lo
humano sin la interiorización técnica, y sin el componente de saber que hay en
la techné, de modo que no se disocian
radical y apresuradamente. En este sentido, se pone un polo en lo humano para
poder pensar en el objeto técnico o lo tecnológico, no desde posiciones
posiciones sustancialistas que impiden pensar la evolución o individuación de
sistemas técnicos y sociales (Simondon, 2019). Derrida comparte elementos de
ambos debates, sin encajar plenamente allí. Cuestiona el ideal humanista e
ilustrado, pero se resiste a un rechazo total de los postulados de dicha
tradición, los para desplazarlos y horadarlos (Derrida, 2002). Así mismo,
evidencia el rechazo de la técnica, de la escritura frente a una supuesta
naturaleza o condición humana que le serían ajenas. Es por ello que, “sería
inadecuado, tanto desde el punto de vista académico como ético, desconectar la
condición posthumana de las críticas decoloniales, feministas y antirracistas a
las limitaciones de los avances tecnológicos y la modernización occidental”
(Braidotti, 2019, p. 82). Por su parte, Mbembe señala que el pensamiento
latinoamericano, feminista y descolonial aportan para resistir los relatos
unificados de lo humano, la humanidad o el mundo, proponiendo otros imaginarios
y cartografías de las relaciones de poder (2023, pp. 55-56). Este es un marco
referencial para debates contemporáneos, en los que, a pesar de sus
diferencias, conviven las apuestas de los posthumanismos, la denominada
deconstrucción y las filosofías de la técnica, el pensamiento situado y la
crítica a la colonialidad (Cardona y Fisgativa, 2024; Monfrinotti, 2023).
Ha sido
frecuente considerar al saber universitario, especialmente el de las
humanidades, las ciencias sociales y la razón filosófica, como ajeno al
componente técnico, considerado como lo externo al saber, el mal y el enemigo.
La distinción entre naturaleza, técnica y cultura ha sido determinante de las
distinciones entre saberes, entre disciplinas, métodos y epistemologías
(Mbembe, 2023, pp. 62-63). Además, la separación entre el afuera y el interior,
entre facultades y disciplinas, es constituyente de los discursos sobre la
universidad, y propicia la proliferación de conflictos (Derrida, 1990, p. 425).
Estos dualismos centrales en las retóricas de la crisis y en los lamentos por
el espectro evanescente de los humanismos en la universidad contemporánea
(Ávila Cañamares, 2021). Aunque estas dualidades jerárquicas han sido
cuestionadas, son estructurantes de los espacios de formación universitaria y
de las tensiones entre disciplinas, facultades y paradigmas (Wallerstein, 2006;
López, 2020). Consideramos que una ruta para replantear la pregunta por las
filosofías y las humanidades en las universidades consiste en revisar estas
oposiciones, indagando por los objetos técnicos, las redes socio-técnicas, su
génesis y su evolución.
Las
universidades se han considerado instituciones guardianas, productoras y
reproductoras del saber, establecidas en una posición trascendental o un punto
cero de observación. Por ello es un bastante problemático el trazado de límites
que instituye a la universidad como espacio del saber en el que los sabios
juzgan y critican a los sabios, evitando la injerencia del estado, de lo
económico o la industria. En El conflicto
de las facultades, Kant (2003) propone una estructura o idea de la universidad
que se erige en oposición a la técnica, a lo económico y externo de la
universidad es la que propone. Ello depende de una comprensión de la razón y
una manera de su institucionalización, que tiene efecto en la organización de
las facultades, en el lenguaje pedagógico, filosófico y en la labor docente.
Responde a una arquitectónica auto-legitimada que asume la autonomía del modelo
de racionalidad del orden práctico y que contrasta con lo mecánico y necesario
del mundo físico. Al legitimar los privilegios de la universidad y de la
filosofía se le otorga el derecho a la excepción y un lugar exclusivo ajeno a
la censura. Ahora bien, “el cuidado que resguarda la pureza del saber que no se
contamina con intereses que le son ajenos, puede afianzar poderes de casta o de
clase y acaba inevitablemente, respondiendo a intereses ajenos a la
especulación o teorización pura” (Barrionuevo, 2018, pp. 198-199).
Lo
problemático de estos gestos fundacionales es que ocultan la violencia que los
instituye (Derrida, 1982, p. 60) como es el caso del modelo kantiano e
ilustrado de universidad y su problemática autonomía, no sólo por los patrones
autodestructivos que genera, sino porque parece que la autonomía como
autodeterminación fuese un valor incuestionable que da identidad a la
universidad y a las humanidades en ella. En tanto que lugar privilegiado y
estructurado por jerarquías arbóreas, “la universidad es vista, no sólo como el
lugar donde se produce el conocimiento que conduce al progreso moral o material
de la sociedad, sino como el núcleo vigilante de esa legitimidad”
(Castro-Gómez, 2007, p. 81). Según el filósofo colombiano Santiago
Castro-Gómez, estos modelos son herencias coloniales, suponen que hombre y
naturaleza se dan de modo separado, que pertenecen a diferentes ámbitos
ontológicos. Además, implica que los agentes del conocimiento se instalan en un
punto de observación inobservado, garante de certeza y previo a la experiencia
(2007, 2015). Como si fuese posible el conocimiento sin propósito o intereses,
solo centrado en las prácticas y criterios de la autonomía de la razón ¿Han
sido autónomas alguna vez las humanidades? ¿Alguna vez existió este modelo de
universidad?
Otros
pensadores suramericanos como Marilena Chaui (2018, p. 350) y Diego Tatian
(2018) han abordado la discusión, señalando como la autonomía se ha convertido
en desconocimiento de lo que rodea e interpela a la universidad, concentrando
en la gestión de recursos condicionados por indicadores y mediciones de
productividad, lo que evidencia lo ilusorio de la autonomía. De manera que,
como señalan Mui y Murphy, “la universidad no puede ser liberada, ni siquiera
teóricamente, de la red de relaciones de poder industriales, económicas y
tecnológicas en la que está enredada” (2019, pp. 462-463). Por su parte,
Stiegler (2015a) habla de la autonomía condicionada o dependiente, lo que lleva
a replantear la comprensión de la universidad sin condiciones derridiana desde
la libertad condicional y el futuro condicionado incluso por los aspectos
técnicos y los dispositivos de memoria o retención (Mui y Murphy, 2019, p.
456).
Entonces, es necesario explorar paradigmas de pensamiento
que no fetichicen la autonomía (sinónimo de la voluntad en tanto
autodeterminación), para dar lugar a otras versiones del saber
institucionalizado o tal vez a su disolución, dado que la autonomía puede que
sea solo compatible con versiones monolíticas del saber, y que la apertura a la
diversidad y a la alteridad, a lo que rodea e interpela a la universidad, sean
condiciones que alteren y desarticulen la institución universitaria que hemos
heredado (Santos, 2019, 2021). Además de mostrar que la universidad no es una
institución o un modo de ser anacrónico, señalamos que la autonomía es una idea
cuestionable y que ese ideal de universidad no viene a ser problematizado o
desplazado exclusivamente por la revolución digital, sino que ha sido y será
cuestionado por la evolución de la forma universidad. La universidad no solo
depende y responde a su autotelia, no solo a sus intereses, dado que está
enclavada en situaciones complejas, en entramados de relaciones, saberes y
poderes que no domina, que no la tienen como centro incuestionable, sino que le
exigen y le aportan para poder garantizar su existencia. La necesidad de
ampliar el rango de los saberes legitimados y las dinámicas económicas y
estatales, han cuestionado dichos privilegios. Actualmente este rol es
compartido con otras instituciones, la industria y las comunidades. En efecto,
hace tres décadas, señalaba Derrida que:
hoy, más que nunca, la determinación del
Estado comprende el estado de la ciencia, de todas las ciencias, del todo de la
ciencia. El funcionamiento de las estructuras estatales (no hablamos de
régimen) depende esencial y concretamente del estado de todas las ciencias y
tecnociencias. Ya no se pueden distinguir ahí las ciencias llamadas
fundamentales de las ciencias «con finalidad rentable». Y lo que se ha llamado
justamente complejo militar-industrial del Estado moderno supone esta unidad de
lo fundamental y lo que posee «finalidad rentable». Asimismo, habría que hacer
que esta «lógica» comunicase con la de la «performatividad» del discurso
científico (Derrida, 1995, p. 129).
A pesar
de las resistencias de esta filosofía a que sus propuestas se relacionen con
Derrida, (Fisgativa, 2022a), encontramos una afirmación similar en Posthuman Knowledge de Braidotti:
Las universidades, las academias de ciencias
y los institutos especializados no son ni mucho menos los únicos propietarios
de la capacidad de producción de conocimientos en la actualidad. Si el
capitalismo realmente ha dado un giro cognitivo, entonces el material cognitivo
se está produciendo de innumerables maneras y en múltiples lugares que incluyen
el sector corporativo, el mundo del arte, el ejército, el sector activista, la
blogósfera e Internet (2019, p. 91).
Con este
recorrido mostramos que la comprensión de lo humano que se tenga es
determinante de la versión de la universidad y de la técnica que se quiera
establecer. Así mismo, si aceptamos que las tecnologías y los artefactos tienen
un efecto de recursividad o de reconfiguración de los individuos, los sistemas
sociales y las instituciones, vale la pena indagar cómo estos postulados
afectan la autocomprensión de la filosofía en la actualidad en los escenarios
de formación universitaria, en tanto que permeados por la interacción con
artefactos y con tecnologías digitales.
La
educación superior está sujeta a cambios, está formada por las dinámicas
sociales. Desde una aproximación a los ensambles sociotécnicos se puede
sostener que no hay una forma necesaria u objetiva para la universidad, y que
esta depende de aspectos sociales, materiales, legales e institucionales de la
universidad, lo que condiciona su función de memoria, producción y reproducción
del saber. Kittler ha explorado el aspecto medial de la universidad, en tanto
depende de una configuración material y tecnológica, entre ellas, las de las
técnicas de archivo, reproducción, la imprenta, lo postal, los órdenes
jurídicos y estatales. De hecho, señala que hacia el siglo XVI la universidad
fue posible en el cruce entre aspectos legales y mediales como la imprenta, la
transcripción, los archivos y lo postal:
Fue a través de este triple hardware como surgió y se fundamentó
la producción acumulativa del saber que perduró por siglos, hasta que hubo
dos acontecimientos, probablemente correlativos entre sí, que modificaron
todos los parámetros mediales del sistema universitario: en primer lugar, la
invención de la imprenta, en segundo lugar, la emergencia de los estados
territoriales (Kittler, 2008, p. 190).
Esa configuración
técnica seguirá cambiando con el tiempo para responder a nuevas exigencias. De
allí la necesidad de elucidar las dinámicas de interacción de la universidad
con lo que la rodea y sostiene. Mientras que en las primeras décadas de
consolidación de la computación y el internet la universidad se dedica al
metasaber sobre los libros al no tener el control de la imprenta, en el siglo
XXI, con la proliferación de plataformas, aplicaciones, el incremento de la
conectividad y de las actividades llevadas a cabo con el soporte eléctrico y
electrónico, es relevante indagar cómo los artefactos, prácticas y entramados
sociotécnicos afectan la comprensión del saber y de la universidad y cómo
responden a los usos o prácticas emergentes asociadas con la digitalización y
las plataformas (Giraldo-Ramírez et al
2023).
Efectivamente,
las prácticas de lectura y escritura han cambiado, las maneras en que circula
la información dependen de soportes eléctricos, electrónicos y digitales
(Sung-Do y Ulmer, 2005; Marín-Ochoa y Lotero-Echeverri, 2020). La
accesibilidad y circulación de imágenes, sonidos, discursos, virus, software
libre, comercial y plagiado tienen una dinámica acelerada gracias al internet y
otros medios, lo que lleva a pensar los soportes, los archivos custodiados por
la universidad, ya que cada vez dependen más de la electricidad y de las redes
materiales y socio técnicas que permiten la conectividad por internet, el
almacenamiento y recopilación de cantidades crecientes de datos digitales
(Fisgativa et al., 2022). La
proliferación impide cualquier saber comprensivo de todo lo que circula en un
área específica, la alteración de las relaciones espaciales tiene efecto en lo
laboral y en la enseñanza, ya que no se trata del modelo de la reunión de los
“hombres dotados de razón” para hablar o decidir. También se dan cambios a
nivel perceptivo y cognitivo, dado que la sobreexposición a estímulos lleva al
agotamiento (Stiegler, 2015a, 2015b). Además, el exceso de archivos, imágenes,
textos y sonidos que circulan generan dificultad para ser archivadas, por lo
que se requieren criterios de selección y almacenamiento, así como preguntas o
interpelaciones para hacerlos relevantes (Quiroga, 2020).
En la
actualidad son muchos los agentes, gestores e instituciones que generan y
resguardan el saber (Prescott, 2016). Entre los fenómenos recientes está la
creciente tercerización de procesos en la universidad, la presencia ignorada de
aplicaciones, plataformas, de otros servicios y agentes, la ciudad, el complejo
material o la planta administrativa hace que se deba considerar la universidad
como objeto social. Es difícil aceptar las consecuencias que se derivan de
estas afirmaciones: dependencia de intereses externos a la universidad,
negación del ideal de autonomía, la necesidad de soportes materiales,
tecnológicos y simbólicos que no son de exclusivo dominio de la universidad. Es
destacable la manera en que Derrida plantea estas problemáticas:
Singular e injusta amenaza, porque la
creencia constitutiva de la Universidad, es que la idea de ciencia es el
principio mismo de la Universidad. ¿Cómo podría él entonces amenazarla en su
desarrollo técnico, en el momento en el que no se puede separar saber y poder,
razón y performatividad, metafísica y matriz técnica? La universidad es un
producto (finito), yo diría casi un infante de la pareja inseparable de la
metafísica y de la técnica (Derrida, 1990, pp. 412-414).
En el
horizonte tecnológico y epistemológico del siglo XXI nuevamente se ponen en
entredicho las fronteras entre lo netamente técnico y práctico versus la
ciencia y lo teóricamente fundamental, postura que no corresponde con la
unicidad orgánica del saber en la que la filosofía cumpliría un rol ordenador y
aparte de las demás disciplinas. Sustentar la separación en discursos acerca de
crisis apocalípticas, lleva a ocultar que la institución universitaria “no es
natural, tiene una historia” (Derrida, 1990, p. 408). Cabe interrogar cuál es
el hardware del saber universitario y si las categorías para pensar si esos
soportes, modos de almacenar y las maneras de interpretar corresponden con
criterios de la universidad aislada de los otros agentes y garantes de los
procesos de producción y circulación del conocimiento. Teniendo en cuenta que
el complejo conjunto de saberes, prácticas, tecnologías e intereses que
constituyen las universidades, son múltiples y no son deterministas o
progresivos:
En lugar de plantear un objeto predefinido
con funciones que pueden restarse o reasignarse, el desafío es descubrir cómo
el ensamblaje de diferentes funciones y objetos da lugar a poderes o formas de
agencia particulares. En este sentido, una 'universidad' no es una entidad que
'se asienta' en el tiempo y el espacio independientemente de la agencia que
ejerce: podríamos decir más bien que se manifiesta a través de la negociación
de los elementos que comprende y habilita, con diferentes grados de fuerza. Una
universidad desterritorializada, por tanto, todavía puede ser una universidad (Bacevic,
2018, p. 6).
Estas
perspectivas aportan para cambiar la comprensión del saber y de la universidad
en relación con otros agentes del conocimiento. Frente a versiones
universalistas, eurocéntricas e ilustradas de la filosofía, del saber y de la
estructura universitaria, encontramos posturas localizadas, interesadas, que
reconocen y despliegan su lugar de enunciación, ello como gesto epistémico, que
reconoce el emplazamiento y la posición (Haraway, 2019, 1995; Braidotti, 2013,
2019, Vargas-Monroy, 2010). Por ejemplo, al caracterizar su perspectiva que
cuestiona el humanismo y las estructuras disciplinarias de las humanidades,
Braidotti señala que es “una figuración fundamentada y en perspectiva que
ilumina la complejidad de los procesos continuos de formación del sujeto. Esto
permite cartografías de poderes y discursos más sutiles y complejas. Comienzan
cuestionando quiénes podríamos ser “nosotros” (2019, p. 84-85).
Desde
estas posturas se problematizan los esquemas antropocéntricos de las
humanidades que se muestran insuficientes para ocuparse de lo ecológico y de
las relaciones con los otros no humanos, los medios, la naturaleza y la
cultura. Ahora bien,
Esto es particularmente relevante ya que la
mayoría de los diagnósticos actuales de la crisis de la universidad a menudo se
basan en una noción de la universidad altamente abstracta, idealizada y –no
menos importante– histórica, geográfica y culturalmente específica (Bacevic,
2018, p. 4).
En las
primeras décadas del siglo XXI afrontamos la transformación y posible
obsolescencia de las disciplinas frente a la proliferación de campos de
investigación, puesto que “hay una profunda disyunción entre las taxonomías y
clasificaciones disciplinares heredadas de los siglos XIX y XX y la
proliferación de la imaginación temática, ritmo de constitución de diversos
subcampos” (Mbembe, 2023, p. 61). Asimismo, dada la disponibilidad de nuevos
datos y unidades de análisis, Mbembe habla del surgimiento de nuevos
ensamblajes cognitivos que involucran las tecnologías, lo no humano y lo
materia:
nuevos cuerpos de pensamiento están
involucrados en repensar la naturaleza del conocimiento mismo, la naturaleza
del ser, de la materia, cómo se distribuyen los grados de agencia entre los
agentes humanos y no humanos. Contrariamente a varios discursos sobre la crisis
de las humanidades, la época se caracteriza por una mayor curiosidad y la
experimentación que la acompaña (2023, p. 60).
Ante
estas condiciones, se ha vuelto indispensable para las humanidades en su nicho
institucional y universitario pensar en la confluencia con la creciente
mediación tecnológica, tanto en la educación, en la investigación y en sus
formas de consolidarse como archivo. No solo porque los discursos de la crisis
o del fin de las humanidades y la filosofía asumen a la tecnología o a lo
económico como aquel otro que trae amenazas para los rezagos de un humanismo
asediado (Rivero Franyutti, 2013), también porque problematizan la
fundamentación de las ciencias humanas (Rodríguez, 2019; Foucault, 2015) y de
la formación universitaria. Entonces, resulta engañoso afirmar que sólo ahora
el saber y el hacer filosófico pasan por dichas mediaciones o interfaces. Lo
que hasta la fecha hemos conocido como universidad o como filosofía ya dependía
de las técnicas y del conglomerado de elementos materiales, institucionales y
semióticos que le dieron lugar y en el cual tenía un rol particular. Los mismos
procesos de archivo, lectura y clasificación que hacen posible hablar de
historia de la filosofía ya son un entramado de técnicas-prácticas, saberes y
soportes (López, 2018, 2021).
Indagar
por la técnica en general y por las mediaciones tecnológicas en las
humanidades, requiere problematizar el binarismo jerárquico entre naturaleza y
cultura, entre el artificio y lo dado, lo que altera la comprensión de lo
humano y de lo viviente, de las humanidades y su justificación. Esto permite
reflexionar acerca de los nuevos desafíos que se presentan para las humanidades
y la filosofía en escenarios en los que se ha cuestionado el privilegio del
saber universitario y de la filosofía en su centro, cuando la excepcionalidad
de lo humano y su distinción radical de las máquinas y las técnicas ya no se
sostiene. Puesto que estas posturas sirven “para proteger algo de lo que, en
filosofía y en las humanidades, siempre ha opuesto resistencia a la
tecnologización” (Derrida, 1997, p. 132). Lo que amerita indagar cómo se configuran
los saberes, instituciones y prácticas asociadas a la universidad.
Revisemos
nuestro recorrido. A partir de Simondon, se piensa en la génesis y evolución no
solo de los objetos técnicos, sino de los sistemas técnicos. El objeto técnico
es el resultado del proceso de desarrollo o evolución dentro de conjuntos
materiales, científicos y sociales. Lo que ayuda a entender el proceso de
individuación que incluye al viviente y humano, la sociedad y al objeto técnico
y sus sistemas, y nos confronta con la necesidad de pensar los ensamblajes
materiales o las redes sociotécnicas y sus dispositivos técnico materiales
(Latour, 2018, p. 21). Así como continúa la internalización cognitiva asociada
a la externalización técnica, también se transforman los conjuntos que forman
un complejo articulado de cadenas operatorias.
Retomando
los aportes de Simondon, Stegler y Latour, podemos señalar que la evolución de
los objetos técnicos o de las redes o sistemas sociotécnicos puede ser llevada
a la pregunta por las transformaciones del artefacto o interfaz universitaria.
Pensar en las transformaciones de los elementos que configuran la institución
universitaria hace posible la analogía entre la evolución, génesis y tendencia
de los objetos y de los sistemas técnicos, para pensar la enseñanza de las
humanidades o la formación en filosofía (Fisgativa et al. 2022). Dado que así se cuestionan oposiciones jerárquicas
predominantes en ciertas antropologías filosóficas, las mismas que han sido
revisadas desde las filosofías a las que recurrimos.
Asimismo,
consideramos a los posthumanismos como una alternativa teórica para pensar la
actualidad y el futuro de las instancias epistemológicas e institucionales de
las humanidades en la universidad. De allí su pertinencia para nuestra
pesquisa. Pues, en palabras de Braidotti,
En este punto es que lo posthumano constituye
un campo académico transdisciplinario que es más que la suma de sus partes y
apunta a un salto cualitativo hacia la construcción de diferentes sujetos y
campos de conocimiento. Yo lo llamo PostHumanidades Críticas. Nos enfrentamos
al desafío conceptual de tener que mantener simultáneamente en nuestras mentes
incrustadas, encarnadas y relacionales ideas potencialmente contradictorias
como el materialismo y la vitalidad, el crecimiento y la extinción, la Cuarta
Revolución Industrial y la Sexta Extinción (2019, p. 84).
De modo
que, pensar la universidad en la actualidad requiere de otras comprensiones de
la relación entre técnica y episteme, soportes o interfaces, tales como las
consideradas más arriba. Puesto que, “tal vitalidad en la producción de
información, datos y afirmaciones de conocimiento no puede dejar de impactar el
papel del conocimiento académico, especialmente la erudición en Humanidades y
la función de la universidad en su conjunto” (Braidotti, 2019, p. 91). De allí
que se deban incluir en la reflexión las transformaciones tecnológicas y
digitales del conocimiento, pues la tecnología no solo disrumpe ahora en la
razón de ser de la academia y de la universidad, sino que siempre lo ha hecho.
En
síntesis, se exploraron algunas discusiones sobre la universidad contemporánea
en sus interacciones con tecnologías emergentes y con las reconfiguraciones de
saberes, instituciones, soportes y problemas que implican, para mostrar que es
innegable la interacción de las universidades con otros agentes, sean
instituciones educativas de otros niveles, la industria, lo militar, las
comunidades, el dinero, el trabajo, la política. Asimismo, se evidenció la
necesidad de analizar las interacciones entre las humanidades y las mediaciones
tecnológicas, los artefactos, las plataformas y los formatos digitales que
condicionan y alteran las maneras de leer, escribir, investigar y archivar.
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