Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 9 N° 2 (2024) / Sección Doossier / pp. 1-17 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 12/08/2023 Aceptado: 25/10/2024
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.123
¿Quiénes tienen derecho a la filosofía? Aportes para un
abordaje interseccional de las prácticas filosóficas
Who has a right to philosophy? Contributions to an intersectional
approach to philosophical practices
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad Nacional de Buenos
Aires
Universidad Nacional de Luján
Argentina
Resumen.
El presente
artículo indaga en la problemática del destinatario del derecho a la filosofía,
tal como es presentada y desarrollada por Derrida (2023). Se propone para ello
un modo de abordaje situado e interseccional, que permita revisar la
problemática desde un punto de vista tal que pueda contribuirse a la
materialización de ese derecho en el campo educativo. Para ello, se analizan
dos situaciones particulares: las reformas del plan de estudios de los
profesorados terciarios de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires (Buenos Aires, Argentina), por una parte, y la inclusión de la filosofía como área estratégica en
las becas de ayuda económica Manuel Belgrano, por otra. A partir de estos casos
se proponen algunas derivas conceptuales que permiten pensar de otra manera las
prácticas y las teorías filosóficas. Planteos ligados sobre todo a los
destinatarios del pensamiento filosófico y las subjetivaciones que se
despliegan alrededor del mismo. Consideraciones que se revelan fundamentales
para la necesaria transformación de la praxis
filosófica, en función de materializar y garantizar el derecho de la
filosofía sobre todo para los grupos históricamente expulsados y segregados de
esta posibilidad.
Palabras clave. Derecho a la filosofía, sujeto de la
filosofía, prácticas filosóficas, interseccionalidad, enseñanza de la filosofía
Abstract. This
article proposes to investigate the problematic of the subject of the right to
philosophy, as presented and developed by Derrida (2023). To this end, a
situated and intersectional approach is proposed, which allows us to review the
problem from a point of view that can contribute to the materialisation of this
right in the area of education. To this end, two particular situations are
analysed: on the one hand, the reforms of the curriculum of CABA's tertiary
teacher training courses, and on the other, the inclusion of philosophy as a
strategic area in the Manuel Belgrano scholarships. On the basis of these
cases, some conceptual derivations are proposed that allow us to think about
philosophical practices and theories in a different way. These approaches are
linked above all to the recipients of philosophical thought and the
subjectivations that unfold around it. These considerations are fundamental for
the necessary transformation of philosophical praxis, in order to materialise
and guarantee the right to philosophy, especially for groups that have been
historically expelled and segregated from this possibility.
Keywords. Right
to philosophy, subject of philosophy, philosophical practices,
intersectionality, teaching philosophy
En este artículo pretendo retomar una
pregunta que Derrida formula casi al inicio de ese gran prólogo que
recientemente tradujo Carolina Ávalos Valdivia (Derrida, 2023). Allí el autor
se pregunta:
¿Quién tiene derecho a la filosofía hoy, en
nuestra sociedad? ¿A cuál filosofía? ¿Bajo qué condiciones? ¿En qué espacio
privado o público? ¿En qué lugares de enseñanza, de investigación, de
publicación, de lectura, de discusión? ¿A través de qué instancias y de qué
filtros mediáticos? […] ¿quién puede aspirar legítimamente a la filosofía? ¿A
pensar, decir, discutir, aprender, enseñar, exponer, presentar o representar la
filosofía? (Derrida, 2023, p. 46).
Estas preguntas, que considero centrales,
han acompañado al menos los últimos 10 años de estudios en el área de la
enseñanza de la filosofía en Latinoamérica, expresadas de múltiples formas,
abordadas desde diferentes vertientes y resignificadas en distintos caminos de
respuesta. Son preguntas que necesariamente acompañan la práctica docente en
filosofía y que se reactualizan en cada contexto, en cada aquí y ahora, en cada
momento de la historia. Son a la vez preguntas que no es bueno pasar por alto,
dejar de preguntar, ya que su borramiento suele ser el indicador de una
exclusión. Es por lo que espero aquí volver a pensarlas articulando un diálogo,
un abordaje, unas circunstancias y algunas derivas conceptuales.
Respecto del diálogo, propongo que sea con el mismo texto de Derrida y con las
distintas vertientes que allí se plantean para la resolución de las preguntas.
A lo largo del artículo, pero sobre todo en el quinto apartado, retomo algunas
de sus ideas para pensar el quién del
derecho a la filosofía. En cuanto a la propuesta de abordaje, elijo que sea el pensamiento feminista interseccional el
que instancie la mirada y permita articular el problema en sus diversas
variantes y vertientes, en este caso entrelazando las categorías de género,
clase y raza. Dedicaré el segundo apartado a articular más precisamente esta
modalidad de abordaje. Respecto de las circunstancias,
analizaré brevemente dos circunstancias específicas para considerar el
problema, en tanto la pregunta y el abordaje requieren ser situados para tener
sentido, para ensayar respuestas que no sean meras
En el contexto del pensamiento
contemporáneo, hablar de feminismo interseccional puede querer decir muchas
cosas, incluso algunas contradictorias entre sí. Por eso, propongo comenzar por
clarificar dos cuestiones muy puntuales y específicas que ordenan el abordaje,
sin poder agotar las discusiones y problemas que están detrás de ellas. La
primera es que revisar un problema desde una perspectiva feminista requiere un
principio básico en el que creo es posible encontrar un consenso bastante
amplio: el de definir una perspectiva situada. Negarse a los falsos
universales, negar la posibilidad de una filosofía sin historia, sin
geopolítica, sin contexto. Sin embargo, esta situacionalidad del pensamiento ha
sido rápidamente desacreditada, justamente, como una perspectiva relativista,
posmoderna, que deja de lado el concepto de verdad. Si fuera este el caso,
plantear la pregunta por el quien del
derecho a la filosofía de manera situada nos sumiría en una serie de aporías,
en las que resultaría muy difícil apropiarnos de estas reflexiones para lo que
constituye un propósito irrenunciable del pensamiento feminista, esto es,
intervenir en un orden patriarcal para disputar los rasgos sexistas, racistas,
capacitistas y clasistas; en nuestro caso, de ese “quien” portador del
privilegio de la filosofía (y no ya del derecho a la misma).
Es por ello que la epistemología feminista
en la versión que propone Donna Haraway, y a partir de ella muches otres, se
sostiene en apuesta por una objetividad que n
El punto de vista situado no es el del
individuo, en tanto que ese lugar solo puede ser ocupado por una individuación
ya autorizada; sino que es justamente el de la situación, el punto de vista que
surge de la necesidad de posicionamiento urgente en unos dispositivos que
organizan coordenadas de pensamiento y estructuran las (im)posibilidades. Esta
perspectiva permite pensar la situacionalidad desde un posicionamiento
colectivo, con figuras singulares sin nombre propio como la de “la callejera”,
que acuña María Lugones (2021) para sostener un modo de abordaje
teórico-práctico que habilite la agencia y la resistencia colectiva. Esta
figura evita articular “un pensador” (en general con apellido, abolengo,
masculino y singular) que enuncie una mirada liminar respecto de la vida y la
experiencia de les inferiorizades de cada situación. Por mi parte, pensando
específicamente en la filosofía y su enseñanza universitaria, propuse la figura
de “las maestras” (Galazzi, 2020), conjugada en femenino y en plural, como forma
de intervenir en las prácticas académicas de producción de conocimiento.
En este sentido, considero que el problema
del quien del derecho a la filosofía
requiere ser abordado demarcando una situacionalidad bien concreta, que se
efectiviza prioritariamente en las prácticas de enseñanza y aprendizaje de la
filosofía. Y aún más concretamente, será necesario pensar en las coordenadas
geopolíticas de esa situacionalidad de la transmisión filosófica. Para esto
último, es importante desarrollar, al menos brevemente, el segundo eje de
abordaje relevante, que es la interseccionalidad.
El concepto de interseccionalidad ha sido
por igual retomado y discutido, en tanto, así como resulta sumamente útil para
observar que las opresiones no se dan en un solo sentido y que las situaciones
concretas de injusticia resultan siempre complejas en su abordaje, también
puede funcionar como una categoría encubridora de la vacuidad de algunos
análisis[1]. Es
importante recordar que la formulación inicial de Kimberlé Crenshaw (1989), una
abogada y catedrática estadounidense, se enfoca en comprender problemas muy
concretos de injusticia laboral respecto de las mujeres negras. Es en ese
contexto que Crenshaw propone la necesidad de un enfoque multicausal, pensado
como una reconfiguración mutua de las variables involucradas en el análisis, a
partir de la problematización de las categorías de género, raza y clase
entendidas como interdependientes. Propone, además, una cuestión clave respecto
del concepto: que la complejidad que supone el abordaje interseccional debe
aportar a una consideración del problema que bregue por la justicia para los
grupos o perspectivas desfavorecidos por la intersección. Es decir, no basta
con observar la complejidad y la adición de las injusticias, es necesario que
el analizar desde esta perspectiva, lejos de ser un factor para la perplejidad
y el regodeo intelectual, configure un camino de abordaje de la problemática
que favorezca al grupo más desfavorecido. En ese sentido bien concreto, ligado
estrechamente a las situaciones de injusticia social, creo que el concepto de
interseccionalidad sigue siendo irreprochable.
En cuanto al abordaje interseccional en el
plano eminentemente teórico, desenganchado del contexto de la justicia liberal,
o al uso de la categoría de forma más amplia tal como estamos proponiendo aquí,
existen ricas reformulaciones y revisiones, así como análisis que permiten
pensar ampliamente algunos de sus límites. Por ejemplo, María Lugones propone
que quizá es más adecuado hablar de urdiembre, entrelazo o trama (Lugones,
2008; 2005), como forma de evidenciar la imposibilidad de desarmar, distinguir
o dar respuestas parciales a la imbricación de género, raza y clase. Así
también considera que estas
La primera circunstancia que permite pensar
el problema del quien del derecho a
la filosofía surge, como afirma Carolina Ávalos Valdivia en el estudio
introductorio al texto de Derrida (2023, p. 12), de una urgencia. En efecto, el
camino más usual a partir del cual se reflexiona públicamente acerca del
sentido, la utilidad social, la relevancia comunitaria de la filosofía es la
urgencia de llevar adelante estrategias de defensa frente a recortes en los
planes de estudio.
El que me resulta más cercano y reciente,
que todavía está en la arena de discusión, es el proceso de reforma de los
profesorados terciarios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). En una
primera etapa, durante 2022 en los Profesorados de Educación Física[2], en una
segunda etapa, entre 2023 y 2024 en los Profesorados de Educación Inicial y
Primaria[3]. Este
último proceso tiene un impacto indiscutiblemente más grande, en tanto y en
cuanto se trata de los profesorados más números, con más estudiantes y que no
coexisten con una oferta de profesorados universitarios[4],
como sí ocurre con todos los profesorados orientados a la enseñanza media. En
estos espacios de formación, filosofía forma parte del Ciclo de Formación
General, con 2 horas cuatrimestrales durante el segundo año de carrera[5]. La
asignatura se llama “Filosofía y Educación” y las propuestas iniciales de
reforma, invariablemente, la borran[6].
Estos procesos de reforma constituyen el
nuevo capítulo de una secuencia de intervenciones que comienza en noviembre de
2017 con la propuesta de creación de la UNICABA, una universidad sin
autogobierno, que subsumiría la oferta de los 29 profesorados terciarios de la
ciudad y los unificaría. Esta medida autoritaria, que pretendía borrar de un
plumazo tradiciones institucionales centenarias, comunidades con una cultura
institucional, mecanismos de representación política y acuerdos colectivos
fuertes, fue ampliamente resistida en un proceso que culminó con la creación de
la Universidad de la Ciudad de Buenos Aires, como nueva institución en
coexistencia con los profesorados terciarios. A esta universidad se le
encomendó la tarea de generar trayectos de licenciatura y posgrado para
personas con título terciario. Con los años, esta “promesa” fue incumplida y se
agregaron carreras de grado. Así también, el conflicto con los profesorados
terciarios se sigue desplegando en diferentes frentes: desfinanciamiento, vaciamiento
de recursos, falta de renovación de vacantes, precarización laboral, falta de
difusión y promoción, requerimientos constantes y desarticulados de informes,
propuestas, planes, etc. y, tal como estamos analizando, múltiples proyectos de
reforma que se pretenden tratar de manera urgente y expeditiva con docentes e
instituciones que están desbordadas por todos los anteriores factores.
En el actual proyecto no solo desaparece Filosofía y Educación, sino también todo
lo vinculado con la historia y la sociología de la educación, disciplinas clave
para pensar las injusticias educativas. La transformación deseada incluye
también pasar a un sistema de créditos, la intensificación de las propuestas
“virtuales”, con énfasis en el trabajo asincrónico y una modalidad de
asignación de créditos por asistir (sin intermediación pedagógica alguna) a
actividades culturales.
Las autoridades ministeriales proponen que
estas reformas se inician por la necesidad de dar respuesta a un problema
efectivamente existente: la falta de docentes, sobre todo en el nivel primario
y en el nivel medio, en el sistema educativo porteño. Cada jornada de acto
público queda con un promedio de 450 cargos vacantes sin cubrir[7]. Por otra
parte, se registra una alta deserción en los cargos: hay alumnos de escuelas
primarias que llegaron a tener 15 maestras en solo 4 años. Los bajos salarios,
los cambios constantes en las reglas de juego, la sobrecarga laboral, la
migración a otros distritos con mejor salario, entre otros factores condicionan
esta movilidad[8].
Frente a este panorama complejo, resulta
urgente brindar respuestas, y una de las tareas de quienes participamos del
sistema educativo es ayudar a pensarlas. Uno de los abordajes posibles se puede
ejemplificar con una batería de acciones que se propuso en la legislatura
porteña[9]. Estas incluían cambios en el sistema de actos públicos respecto a
los requisitos solicitados y la agilización de la inscripción en las listas
para los mismos. También cambios en el sistema de contratación, ya que la
ciudad demora muchos meses en pagar las suplencias. El aliento a la posibilidad
de complementar el salario docente de los cargos simples con suplencias de
forma ágil, la restauración de la política pública de “maestros itinerantes”
que consistía en cargos fijos para cubrir suplencias, la restauración de la
paritaria docente en CABA y el aumento de salarios. Respecto del sistema
formador, la necesidad de establecer formas de promoción que valoren el trabajo
en el aula, la jerarquización simbólica del trabajo docente, becas integrales
que sean de la duración de la carrera y con montos que realmente permitan no
trabajar mientras se estudia o hacerlo solo a medio tiempo para que más
personas se formen como docentes, Programas de Alumnas Madres y Alumnos Padres
con espacios de cuidado, prioridad de las vacantes para les egresades de los
profesorados de CABA, construcción de una más sólida articulación en el sistema
formador y entre los niveles, etc.
Sin embargo, lejos de tomar estas u otras
líneas afines de intervención, el GCBA
responde con una reforma de los planes de estudio.
Frente a ello, podemos preguntarnos ¿de qué diagnóstico del problema se parte
al responder al escenario de la falta de docentes, la extrema movilidad laboral
y la enorme cantidad de licencias con una reforma en el sistema de formación
docente? Es una respuesta interesante para explorar porque denota un campo
importante de disputas, lleno de supuestos en tensión, de ideas previas y de
diagnósticos expresados a medias.
Para pensar esta respuesta propongo recurrir
a un informe (Burns y Luque, 2014), cuya mención se repite en las distintas
intervenciones de los funcionarios y que con Diana Gómez y Muriel Vázquez
trabajamos en profundidad (2019). Este informe del Banco Mundial acerca de las
características de los/as docentes en Latinoamérica se plantea la pregunta:
“¿quiénes son los profesores de América Latina y el Caribe?” y se responde
afirmando que “los datos disponibles muestran un panorama inquietante” (Burns y
Luque, 2014, p. 12) a lo que se agrega:
En su mayoría mujeres, de posición económica
relativamente baja. Cerca del 75 % de los profesores de América Latina son
mujeres, pero el rango va desde un 62 % México hasta un 82 % en Uruguay, Brasil
y Chile. Los profesores son también más pobres que el conjunto general de
estudiantes universitarios. Los datos sobre ingresos a las universidades
muestran que los estudiantes que cursan carreras relacionadas con la educación
son de condición socioeconómica más baja y tienen más probabilidades de
pertenecer a la primera generación de sus familias que tiene estudios
universitarios (Bruns y Luque, 2014, p. 12).
Este breve párrafo, que califica como
“inquietantes” las características que poseen quienes en nuestro contexto están
interesades por la docencia, permite observar con algo más de coherencia la
respuesta del GCBA, y por nuestra parte proponer que solo un enfoque
interseccional de la propuesta de reforma puede ayudar a pensar una
contrapropuesta y deslindar líneas de tensión.
En efecto, en el diagnóstico se citó hay un
número que releva género (mujeres) y clase (pobres), pero esa intersección no
es una suma, como propone Crenshaw (1989), sino una potenciación y la
conformación de una categoría con múltiples significantes en las que a mi
entender se encuentra la fundamentación última del proyecto de reforma, y que
por ello es urgente dilucidar.
Centralmente en este caso, debemos tener en
cuenta que la docencia es una profesión feminizada y precarizada desde el
inicio del sistema educativo argentino, y esa feminización ha tenido siempre un
carácter ambiguo y problemático (Morgade, 1997). Sin embargo, esa
problematicidad se despliega en un arco con características sumamente
diferentes para distintos sectores sociales. El extremo menos problemático (al
menos en la actualidad) sitúa a la mujer burguesa, que proyecta el apostolado
de la maternidad a toda la sociedad cumpliendo tareas educativas y
asistenciales. Esta figura porta una cierta legitimidad social que ha sido
clave para la emancipación femenina en nuestro contexto, aun cuando sea
circunscripta al sistema educativo. Sobre todo, en el final del siglo XIX y el
inicio del XX, muchas mujeres de clase media y alta encontraron en el
pensamiento y la práctica pedagógica un lugar de inserción y consagración
parcial, dentro de un campo intelectual masculinizado y con una rígida
estructura patriarcal (Morgade, 1997).
La mujer de la familia popular, en cambio,
no es considerada en el mismo sentido. Se suma al desprecio de clase una
segunda intersección que es bien propia de nuestra herencia colonial, que
asocia pobreza con la negritud, la marronitud, el desprecio por la herencia
indígena, por lo que se considera bárbaro, lo incivilizado. Estas mujeres no
son consideradas posibles educadoras en el sentido pleno de la palabra, se
desempeñan, en el mejor de los casos, como “cuidadoras” desempeñándose como
“sirvientas” (Cumes Simón, 2014) o construyéndose como “vigilantes” hacia
adentro de su propia familia, ya que su tarea es evitar que los hombres caigan
en “el vicio” (Fernández, 1993). En efecto, en el origen del sistema educativo
argentino, Sarmiento confía en las mujeres como civilizadoras, a diferencia de
las derivas que se dieron en otros países latinoamericanos, pero confía en las
que trae de Europa y Estados Unidos, así como contadas locales de linaje
irreprochable. No son las mujeres de las clases populares las que se espera
sigan el camino de la docencia, aunque este espacio haya sido rápidamente una
aspiración para muchas de ellas. Resulta de este modo, en la historia de
nuestro sistema educativo forjado en un enclave colonial, muy difícil deslindar
racismo y clasismo.
Es entonces un estrato racista y clasista el
que refuerza la asociación entre pobreza e incapacidad, entre pobreza y “bajo
rendimiento en el sistema educativo”, a la vez que profundiza la inquietud
respecto de la aspiración de estas mujeres pobres por convertirse en docentes.
Esto se repite una y otra vez, incluso en los discursos de los funcionarios[10] que
presentan a los estudiantes de formación docente como personas que han
fracasado en otras instancias de formación y que eligen la docencia como opción
de descarte. Propongo, entonces, pensar en este sentido la cualidad de inquietante respecto de que sean las
mujeres pobres las que eligen la docencia.
Estas intersecciones permiten vislumbrar por
qué se elige responder mediante una reforma de los planes de estudios, a un
problema que podemos presumir tiene fuertes componentes de resolución
económica. Y también por qué esa reforma se basa fuertemente en la “reducción”
y la superficialización de la formación docente inicial, a través de variadas
estrategias, como reducir la cantidad de horas reloj de cursada sacando
asignaturas o fusionándolas, imponer un porcentaje de horas obligatorias que
puede ser acreditado con “experiencias culturales” no medidas por propuesta
pedagógica alguna o con horas virtuales no sincrónicas, etc. La reforma propone
que las carreras de profesorado, a las que aspiran solo estas personas
consideradas de segunda, deben ser fáciles
y eficientes, al modo del eficientismo pedagógico, que pretende instruir en
la aplicación de algunos esquemas de enseñanza prefabricados, de los que los
docentes son meros ejecutores.
Ahora bien, el punto que aquí más nos
interesa ¿por qué se propone sacar la asignatura “filosofía y educación”, entre
otras, en esta reforma? Si aligerar la cantidad de horas y, sobre todo, reducir
la “dificultad” teórica de los contenidos es el camino elegido (antes que
aligerar el peso de las dificultades económicas para cursar) podemos vislumbrar
el modo en que se piensa a la filosofía. Creo que no se elimina tanto por su
carácter crítico o corrosivo, sino más bien porque se la considera un saber accesible
y relevante solo para unos perfiles profesionales históricamente asociados a
otras clases sociales, que serán en última instancia los que diseñen las
estrategias de enseñanza que les estudiantes de les profesorados deberán poner
en ejecución. Se considera entonces que, en el movimiento de “aligerar” la
formación, esta materia es un blanco indiscutible.
Ahora bien, me pregunto cómo podemos
responder a esta reforma y dónde nos vamos a situar para revisarla. Porque la
respuesta no puede ser conservadora, ya que la reforma es siempre una necesidad
y una tendencia. En general pierden los que se oponen a las reformas sin tener
a la mano lo que podríamos llamar una “contra reforma” o una propuesta
alternativa. Es necesario entonces diagramar un campo de disputa, de líneas de
tensión, para intervenir. Retomo a Haraway cuando, al proponer que es posible
una objetividad situada sostiene que “solo una perspectiva política promete una
mirada objetiva” (Haraway, 1993, p. 123). En ese sentido, señalo la necesidad
de una respuesta política, que jerarquice sus argumentos contextuales y
debatibles, pero con razones que lejos de ser internas a las teorías permitan
priorizar las respuestas que atiendan las demandas de los desfavorecidos por la
intersección.
Si vamos a defender la filosofía en los
planes de estudio de formación superior, es necesario por un lado transcender
el punto de vista de les profesores de filosofía que nos quedamos sin trabajo,
que es un punto válido y pertinente, pero insuficiente. Incluso trascender el
que estuvimos utilizando, el que fundamenta la “pertinencia e importancia de la
filosofía en la formación docente”. Es insuficiente porque todavía argumentamos
como si la filosofía en la formación
docente fuera un significante autoevidente. Propongo que debemos dar un
paso más y fundamentar la pertinencia y la importancia de la filosofía para la
formación de quienes efectivamente quieren ejercer la docencia, es decir,
construir una perspectiva que sitúe el punto de vista de esas mujeres pobres,
racializadas y discriminadas por su clase y género, que no están pudiendo
terminar las carreras. Desde ese punto de vista, que reitero, es una elección
política interseccional, creo que deberían ser abordadas las operaciones de
legitimación de la filosofía en el plan de estudio de los profesorados
terciarios. En otras palabras, nos encontramos en una situación en la que
defender el rol de la filosofía en la formación docente inicial, implicará a su
vez transformar la filosofía, que se estructura como disciplina en el saber
superior alrededor de los mismos supuestos clasistas, racistas y patriarcales
que el diagnóstico antes propuesto.
Las becas “Manuel Belgrano” constituyen una
política pública argentina para articular el pasaje desde el secundario a la
formación superior[11]. En el
año 2023 se incluyó a la filosofía como carrera prioritaria para estas becas,
considerándola una disciplina estratégica para el desarrollo económico con
justicia social[12]. Esto significó que
la filosofía comenzara a ser una opción para muchos estudiantes de sectores con
bajos recursos económicos, que no podrían proseguir sus estudios secundarios
sin beca. Este fomento constituye un enorme desafío para la filosofía universitaria
argentina.
A partir aquel momento se desplegaron
reflexiones dentro y fuera de la universidad, que constituyen una gran
oportunidad para discutir las prácticas de enseñanza y aprendizaje de la
filosofía, las modalidades de transmisión institucional de la misma y las
figuras de los destinatarios de esas prácticas. También se abrieron tensiones y
contradicciones, en función de problematizar qué significa esta nominación
estatal para una disciplina irreverente como la filosofía, esta adscripción de
la posibilidad de colaborar en el “desarrollo” de un Estado Nación, los
compromisos y los límites que esto puede tener. Me interesa nuevamente
interrogar a la filosofía a partir de esta política pública: ¿qué implica esta
interpelación? ¿Qué supone para nosotres, para nuestras prácticas, que el
Estado señale a la filosofía como relevante para el desarrollo con justicia
social, que fomente que más personas estudien filosofía?
En efecto, esta política pública tiende a
materializar, al menos en el plano de la redistribución, el derecho a la
filosofía. Tiende a sostener con acciones concretas que pensar es relevante, y
que cualquiera, todos, tienen derecho a hacerlo. Tienen derecho a ingresar a
los lugares donde se filosofa profesionalmente y tienen derecho a estudiar una
carrera cuya tarea principal es simplemente materializar un pensar (en textos,
en proyectos, en propuestas de enseñanza, en comunicación de la disciplina). En
un mundo donde parece que los hijos de los pobres deberían, si llegan a la
universidad, estudiar carreras para salir de pobre –es decir, carreras con
rentabilidad–, el estado argentino fomenta que quienes quieran y sean pobres
también puedan estudiar filosofía.
Por eso me parece que la existencia de una
política pública –que es a la vez una acción igualitaria, una afirmación de la
idea de que filosofar no es cosa de aristócratas, de gente privilegiada, un
llamado a la igualdad de todos con todos– es una gran oportunidad para
repensarnos en diálogo, en atención a ese llamado, a esa interpelación. Y el
desafío que nos plantea este llamado es enorme, porque implica más que pensar
sobre él, la necesidad de hacerlo realidad. No basta con que alguien tenga una
beca para estudiar una carrera, ni siquiera basta que tenga la beca y muchas de
ganas de estudiar. La beca y las ganas nos llevan a la puerta de la
universidad, pero lo que pasa adentro es una responsabilidad de la universidad
en tanto garante de la producción y reproducción social del conocimiento
filosófico y de sus docentes en tanto funcionarios estatales. Hacerse cargo de
ese llamado igualitario implica, entonces, para la universidad, sostener,
acompañar y garantizar la terminalidad en las carreras para eses estudiantes
que llegaron a la puerta. Garantizarles la posibilidad de estudiar filosofía a
quienes no nacieron en contextos donde estaban destinados a ella, a quienes, si
no existe la política pública, no llegan a la puerta.
Algunas veces existe la ilusión de que la
respuesta para ese desafío es técnica y se convoca a la pedagogía y la
didáctica para brindar soluciones. Se les pregunta: ¿cómo sostenemos a eses
estudiantes?, ¿proponemos espacios de tutorías?, ¿diseñamos guías de estudio?,
¿mejoramos la oferta horaria? Estas preguntas son indispensables, pero no son
suficientes. A mi entender hay que hacer algo más, hay que revisar
filosóficamente los supuestos básicos que se encuentran muy arraigados en
nuestro ideario.
En este punto, Derrida propone también
algunas ideas potentes: señala que, si bien las instituciones filosóficas se
sostienen en unas estructuras históricas que se muestran como tradicionales y
sólidas, “los procesos de su estabilización son siempre relativos, están
amenazados, son esencialmente precarios” (Derrida, 2023, p. 56). Tal como
argumenta Rabossi (2008), tan solo hace menos de 300 años, con el surgimiento
de la universidad alemana, la filosofía tal cual la conocemos y practicamos
puede narrarse a sí misma como una disciplina que tuvo su origen en Grecia,
cinco siglos antes de Cristo. En ese sentido, se puede apostar a que es posible
transformar o deshacer aun los que consideramos principios más básicos respecto
de lo filosófico. Sobre todo, aquellos principios que confinan violentamente al
silencio e inferiorizan a quienes pretenden acercarse a la disciplina
(Cantarelli y Galazzi, 2019).
En efecto, las carreras de filosofía, sobre
todo las más masivas y prestigiosas, suelen ser muy expulsivas, con altísimas
tasas de deserción y muy bajas tasas de egreso (Galazzi, 2019). Por tanto,
estructuralmente, la selección está funcionando y estamos operando bajo el
supuesto de que la excelencia académica se cifra en la selección de los más
aptos. A esta altura, hay bibliotecas escritas mostrando que siempre, con pocas
excepciones legitimantes, quienes quedan fuera de la selección, son justamente
aquelles que, por su clase, su sexo, su género, su cultura y otros factores,
previamente ya habían sido designados como no aptos para la filosofía. En ese
sentido, la filosofía sigue siendo un privilegio de los privilegiados. Es por
eso que no hay dispositivo técnico didáctico-pedagógico que dé respuesta si no
nos ponemos seriamente a inventar un ideario igualitario para la filosofía
profesional.
Hay una versión de la filosofía, plasmada en
innumerables propuestas de enseñanza en el nivel superior, incluso en el mismo
currículum vigente, que propone un recorrido histórico-problemático ceñido a
una secuencia canónica estrictamente limitada, restringe absolutamente los
temas a tratar hasta caricaturizarlos en nombres propios de filósofos (en
masculino) y presenta esa propuesta afirmando solemnemente que ofrece con ello
la llave del pensamiento crítico. Esa construcción de la filosofía enseñable se
niega a responder la pregunta por la utilidad alegando improcedencia y con ello
evita la responsabilidad de dar cuenta del sentido: ¿cuál es el sentido de la
filosofía en la formación docente inicial de unes estudiantes inferiorizades y
discriminades de múltiples maneras dentro y fuera del sistema educativo? O
¿cuáles son las prácticas filosóficas que pueden garantizar el acceso a la
formación en filosofía a jóvenes de las clases populares interesades en ella?
En este sentido, retomo la necesidad de
pensar, en un caso, una contrapropuesta de reforma y en el otro una revisión,
que debería concentrarse en la situacionalidad de los problemas, en la
relevancia de esta situacionalidad, sin, por un lado, caer en la superficialidad
y el facilitamiento bobo que proponen los eficientistas pedagógicos, pero sin
apelar a los vetustos prejuicios elitistas que cifran el “rigor” del
pensamiento filosófico en su inaccesibilidad. En ambos casos, el camino es
siempre repensar la filosofía en diálogo con sus quienes.
Derrida (2023) plantea este problema al
indagar qué significa el derecho a la filosofía. Lo hace al distinguir el
derecho como adverbio (la derechura) y del derecho como sustantivo. Propone en
primer lugar la pregunta de si se puede ir
derecho a la filosofía. Retoma una tradición que es tentadora en nuestra
disciplina, que de algún modo se ahorra el paso por lo institucional cuando se
auto-representa. Se lo saltea para sostener la posibilidad de la derechura, de
ir directo a “la filosofía”. Propone Derrida que esta tradición afirma que
quien tiene la voluntad, el deseo, entonces tiene el derecho, porque parece ser
posible ese camino automático, directo. Esa tradición tiene a Descartes como
referente principal y provee un efecto de transparencia, de inmediatez; una
confianza en la razón como la cosa mejor repartida del mundo, que resulta muy
tentadora en tiempos de zozobra, prohibiciones, borrones, porque se presenta
como una potencia democratizadora. De hecho, lo ha sido en su contexto si
pensamos, por ejemplo, en los vericuetos de la escolástica frente a Descartes
escribiendo en francés y arrojándose a hacer filosofía por la suya.
Sin embargo, propone Derrida, es una
posición con algunos problemas. Para que la palabra filosófica sea un derecho,
al menos en el contexto cultural en el que se inscriben este texto y estas
circunstancias, se requiere una previa autorización,
que no se da de una vez y para siempre, sino en procesos tortuosos de
evaluación que se llevan adelante “de la manera menos natural posible”
(Derrida, 2023, p. 52). De este modo, solo se puede tener ¿la experiencia?, ¿la
sensación?, quizá también la ilusión, de ir derecho a la filosofía, cuando ya
se está en ella. En efecto, el derecho a la filosofía (como sustantivo)
requiere la llegada por un camino sinuoso, no directo: son las instituciones de
enseñanza, es la construcción de un aparato de escritura, es la posibilidad de
problematizar la traducción entre lenguajes los que pueden garantizar un
derecho a la filosofía.
En esta paradoja resuena otro concepto, el
de libertad, que hace eco constantemente en nuestro propio texto cotidiano.
Derrida toma el ejemplo de Teofrasto, al que le prohibieron dirigir escuelas de
filosofía, pero al que, sin embargo, no le prohibieron filosofar. Ese discurso
que propone que a la filosofía se puede ir derecho, le dice a Teofrasto (cito a
Derrida): “Sea filósofo allí donde esté, usted mismo, esté en silencio o
hablando con aquellos que pueden entenderlo, que usted pueda entender, con aquellos
que pueda entenderse. Usted no tiene necesidad de contrato social para eso,
quizá incluso no tiene necesidad de nadie…” (Derrida, 2023, p. 80). Kant
institucionaliza este criterio, cuando en El conflicto de las Facultades (2003
[1798]) afirma que la Facultad de Filosofía “cuenta con el enorme privilegio”
de ejercer una libertad irrestricta de pensamiento a cambio de “no mandar sobre
nadie” (Kant, 2003 [1798], p. 65). Es decir, a cambio de no ejercer esa
libertad en la función pública y circunscribirse al dominio de “la verdad” que
se discute entre académicos.
Esta imagen de la filosofía es
particularmente potente porque a la vez que nos empodera como filósofos y nos
otorga completa la libertad de
pensamiento; nos quita la responsabilidad
sobre la transmisión de la disciplina, alimenta nuestra fantasía de estar fuera
de todo contrato social, incluso a veces de todo vínculo social. Si la
filosofía forma parte de la naturaleza misma del pensar, si afirmamos que hay
una transparencia, una derechura
entre razón o pensamiento y filosofía, entonces basta con querer, basta con
desear, basta con esforzarse, haya o no instituciones, condiciones, lenguaje
común y dispositivos que den lugar a ese filosofar. Esta mirada no se
preocuparía por el borramiento de la filosofía de la formación docente, ni por
el fracaso de algunos al querer formarse en ella, ni por las condiciones
institucionales de transmisión de la filosofía, en tanto “el espíritu sopla
donde quiere”[13] y de
todos modos seguirá habiendo la posibilidad de la filosofía.
Derrida elige el camino de la lengua
filosófica para discutir esta idea, afirma que no se trata solamente de que la
filosofía habla en una lengua eurocentrista, heleno o germanocentrista –visto
desde aquí agregaríamos francocentrista–, sino que aun quienes son hablantes
nativos de esas lenguas deben realizar torciones, aprender una jerga, para
acceder al subcódigo de lenguaje filosófico. Dice Derrida:
Para acceder efectivamente, en
efecto, a esos procedimientos discursivos y, entonces, para tener derecho a lo
filosófico mientras hablamos, para que la democracia filosófica, la democracia
en filosofía sea posible (y no hay democracia en general sin esto, y la
democracia, aquella que está siempre por venir, es también un concepto
filosófico), hay que estar formado. Hay que estar entrenado para reconocer las
connotaciones, los efectos llamados de estilo o de retórica, las
potencialidades semánticas, los pliegues y repliegues virtuales (Derrida, 2023,
p. 84).
Aprender, formarse en un sentido
institucional y estructurante, parece desde esta perspectiva condición de
posibilidad de la democracia filosófica y de la democracia en general. Claro,
esta posición también tiene una contracara conservadora que Derrida reconoce:
esto es, la disposición siempre presente –en la filosofía y en la democracia–
de utilizar esta necesidad de formación para justificar la configuración de una
elite, para realizar operaciones de selección, jerarquización y expulsión.
Desde esta perspectiva cualquier formación que tienda a la apertura de la
filosofía para todos se vuelve una concesión demagógica, una pérdida de
rigurosidad, una bajada inaceptable, que disgrega y banaliza el pensar
filosófico. Sin embargo, coincidimos con Derrida cuando afirma:
Las transformaciones por las cuales algunos
de nosotros trabajamos suponen ciertamente tener en cuenta mutaciones de todo
tipo (sociales en particular, en este país y en otros), pero no para ajustar
“la” filosofía a costa de ella: más bien para incrementar sus oportunidades,
sus derechos o los derechos que ella da y que puede dar a pensar de otra manera
(Derrida, 2023, p. 86).
Se puede apostar a la potencia de obrar de
estas ideas, mantenerse en la tensión que es la propia de lo educativo –de ese
tiempo, dice Derrida “en el pliegue entre el ya y el no todavía” (Derrida,
2023, p. 92)– que es también el tiempo de las declaraciones de los derechos.
Sostener a la filosofía como derecho la desindividualiza y la potencia en su
paradoja de forma virtuosa. Cualquier derecho debe suponer necesariamente dada
la posibilidad para cualquiera de comprenderlo, ejercerlo y practicarlo, a
riesgo de convertirse sino en un privilegio. A la vez, para materializar
cualquier derecho se debe descubrir, revelar o explicitar a los recién llegados y con
los recién llegados la carnadura, el alcance, el contenido de esos derechos,
desde el lenguaje en que están expresados hasta su genealogía, su historia y
las luchas que lo hicieron posible. En este sentido, toda declaración de un
derecho requiere una pedagogía filosófica del derecho, que es a la vez la
declaración de una posibilidad para cualquiera y el compromiso, la
responsabilidad, de que ese cualquiera pueda hacerlo efectivo. Situado en este
pliegue, el derecho a la filosofía es a la vez derecho a potenciar el derecho a
la educación, el derecho a la libertad de expresión, el derecho a la cultura,
entre otros, al mismo tiempo que el derecho a interrogar, a criticar, a
analizar, a deconstruir la democracia de los derechos, en tanto para Derrida la
democracia no puede funcionar más que con la estructura de la promesa, de lo
por venir.
En ese sentido, creo que debemos trastocar
lo que ocurre constantemente, que es el dictado de materias de filosofía que
son casi por completo la realización de operaciones de inferiorización y
selección en las que se le “demuestra” al otre que no está a la altura, que no
entiende lo suficiente, que no piensa bien, etc. Donde se pretenden cancelar el
cuerpo y los afectos, con la prohibición tácita de atender al carácter situado
del pensamiento filosófico (Cantarelli y Mamilovich, 2021). Es fundamental, por
ello, transformar nuestras prácticas y con ellas a la filosofía, para dar lugar
al derecho. En este sentido, la primera pregunta no es sobre la filosofía sino
sobre sus quiénes, inquiriendo qué
hace significativa, relevante, pertinente a esta disciplina para aquelles que
aún luego de haber pasado por diversos dispositivos sociales de selección,
inferiorización, enclasamiento, generización, racialización y discriminación
apuestan por la docencia o apuestan por la filosofía. Fundamentar por qué estas
personas deben cursar y aprobar un espacio de filosofía o deben aprender esta filosofía, estas prácticas, estas
formas de intercambio, de socialización, de pensamiento.
La afirmación un poco soberbia, un poco
rebelde, de que se puede ir derecho a la filosofía, tiene en esta búsqueda una
potencia creadora que es indispensable retomar. Estamos en un contexto en que
la universidad y todo el sistema educativo se ve asediado, se ve hackeado y a
la vez parece dificultado de dar una respuesta por una serie de estructuras y
dispositivos que algunas veces parecen ser como esa escolástica que enfrentaba
Descartes, estructuras conservadoras, jerarquizantes, expulsivas. Una configuración
En ese contexto el gesto de sacarse tanto lastre de la jerga, la
hiperespecialización, la constante evaluación e ir derecho a la filosofía, ponerse a filosofar, animarse a hablar,
hacer, transformar, inventar cosas nuevas, crear intervenciones que disloquen
lo instituido dentro de las instituciones, apropiándonos de ellas, resulta
indispensable. Este gesto colectivo, ese arrebato porque sí, quizá reviva la
potencia de obrar del pensamiento filosófico, convoque a muches otres a la
filosofía a la vez que aporte herramientas para pensar estos tiempos terribles
que nos tocan y quizá resulten indispensables para salir de la parálisis en la
que yo al menos siento que nos encontramos.
Por otro lado, en ese mismo gesto, sostener
la necesidad de una comunidad y una institucionalidad para el ejercicio del
derecho. Como afirma Derrida, una comunidad no es filosófica si no es “capaz de
volver en todos los modos posibles
sobre su vínculo fundamental” (2023, p. 66), y esto implica interrogar los
criterios sexistas, clasistas, racistas y capacitistas que atraviesan a la
filosofía académica. En esta interrogación, es necesario trabajar para una
comunidad de aprendices abierta y democrática, que le otorgue una dimensión
política al derecho y a su garantía y que tome en serio la necesidad y la
responsabilidad frente al Otro de la filosofía (Butler, 2018). Una comunidad
que se niegue a la personificación, a la rostrificación, sobre todo en este momento
autoritario, donde argentina tiene un presidente se caracteriza por tildar de
estúpidos a todos los demás y erigirse como el único portador de todo saber,
ejerciendo pavor y fascinación en muchas personas a quienes les enseñaron que
debían delegar en supuestos expertos el poder del pensamiento. Tenemos entonces
la histórica tarea de inventar formas de comunidad filosófica que hagan del
pensamiento una construcción colectiva e igualitaria.
En este sentido, la pregunta por la
pertinencia de la filosofía para unos quienes
no es banal, es el tipo de preguntas que la filosofía tradicional desecharía y
que el feminismo puede convertir en pregunta filosófica. En efecto, en la
construcción de esa respuesta, deberemos sin dudas resignificar a la filosofía,
desarmarla, transformarla, inventar incluso nuevas filosofías. Porque nos
sostenemos en la certeza de que la filosofía es una promesa siempre disponible
para el pensamiento y que es nuestra respons-habilidad (Haraway, 2019a)[14] volver
disponible esa potencia del pensar filosófico para nuestres estudiantes.
Quiero cerrar este texto con dos conceptos,
que creo abren la posibilidad de continuar narrando las derivas por las que
podemos llegar desde el interrogante por los quiénes de la filosofía a la creación de otras prácticas
filosóficas y otras filosofías. En “Las que hacen historias” Despret y Stengers
proponen un diálogo triangulado entre ellas, Tres Guineas de Virginia Woolf y algunas académicas, acerca de las
prácticas académicas ligadas al pensar. Una de las académicas es Émilie Hache,
una filósofa joven.
Ella sostiene que al dar clases en la
universidad no da nunca por sentado que está en el lugar “merecido” o
“correcto”. Al contrario, propone que habita la universidad en la incomodidad
de saber que para muchísimas personas esta institución sigue siendo un lugar
completamente inaccesible, como lo era para la mayoría de las mujeres cuando
Virginia Woolf escribió Tres Guineas
(Despret y Stengers, 2023, pp. 141-143). Esta forma de situarse me parece
potente y creo que en nuestro contexto se hace muy fuerte en dos sentidos: por
un lado, porque la educación superior tiene mucho que hacer todavía respecto de
su democratización y porque efectivamente muchísimas personas que desearían
seguir estudiando no pueden hacerlo; pero también, por otro lado, porque
algunas carreras (filosofía suele ser el caso), son especialmente expulsivas,
selectivas, segregativas. Tenemos en el aula estudiantes que sabemos están
marcados como “los de afuera” y la circunstancia de las becas Manuel Belgrano
nos ayuda a visibilizarlos. Este modo de situarse y practicar la filosofía,
ante otros que no están, ante quienes quedaron fuera o serán descartados de la
educación superior, es un modo que, dicen las autoras, “expone y obliga”
(Despret y Stengers, 2023, p. 145).
Me interesa esta forma de situar la práctica
de enseñar (también de investigar y de pensar en filosofía) porque no nos aleja
tanto de lo que actualmente atraviesa todo el tiempo la producción que
realizamos: la evaluación. La sensación de ser examinades constantemente es
compartida, y tiene asidero en prácticas concretas. Además, la evaluación se
materializa de un modo esquizofrénico, porque pide cosas diferentes, algunas
veces incompatibles, siempre incumplidas: este texto es riguroso, pero le falta
la chispa filosófica, esta clase es motivadora pero no desarrolla la
bibliografía, este proyecto es interesante pero no lo suficientemente
especializado, y así indefinidamente. La propuesta de Èmile Hache, en cambio,
dibuja un horizonte más claro, un criterio de evaluación: me importa que mi
filosofía sea digna de quienes son su condición de posibilidad.
Ella elige para entender esta forma de hacer
filosofía bajo la fórmula “que lo que hago no les de vergüenza”, es decir, lo
pone al amparo de un afecto como la vergüenza que desde mi perspectiva tiene
muchas derivas opresivas que evitaría. Por eso me lo reapropio bajo la impronta
de la dignidad, que es un afecto propio de las luchas por la emancipación y de
tradiciones ancestrales latinoamericanas que sitúan este valor muy por encima
del éxito o el beneficio personal. Que lo que hago sea digno ante quienes no
están, o ante quienes están a punto de ser expulsados, a mí me conduce a evitar
el lenguaje críptico, a ocuparme de cuestiones en las que encuentro un
significado comunitario, a no hundirme en la competencia feroz, en el regodeo
del nombre propio. Sobre todo, me empuja a no sostener nunca unas prácticas de
la filosofía que se basen en la jerarquización, la selección y la supresión de
personas, de perspectivas, de cosmovisiones, de las sensibilidades diversas. Y
esto no solo en el aula, también en todas las prácticas propias de la filosofía
profesional, incluyendo la escritura de este artículo.
El segundo concepto es del propio Derrida en
el texto que motiva y abre estas reflexiones. En uno de los ricos pliegues que
realiza sobre el concepto de derecho a la filosofía, propone:
Dar derecho a la filosofía no es dar derecho sobre la filosofía, al menos en el sentido de la autoridad ejercida
sobre o con respecto a –porque nos interesaremos más tarde en este juego del
idioma entre el adverbio y el nombre; «dar derecho sobre» puede significar
solamente la apertura a, con o sin
autoridad, poder o vigilancia: una ventana o una puerta da derecho sobre la
calle, el jardín, el foro, la sala de clase, el patio de la prisión– (Derrida,
2023, p. 62).
Esta segunda línea organiza una deriva que
es a la vez de despersonalización y de descapitalización (Derrida, 2023, p.
44). De despersonalización poque lo que da
derecho puede ser una ventana, o una puerta, un hueco. La institución puede
aspirar a ser este hueco, sin la necesidad de suponer que el ejercicio de esta
función requiera de una subjetivación personal que subraye el “dar”, incluso
por sobre el derecho. Y esto porque solemos asociar el dar con una apropiación,
con un cercamiento del campo de especialidad, del saber filosófico, de la
posibilidad de practicarlo. Comenzar por descapitalizar, como pide Derrida en
el inicio mismo de su texto, implica desasociar la práctica de la filosofía con
su posesión, con su personalización, con su adjudicación a un nombre propio.
Para articular un personaje conceptual al
que le sea posible encarnar esta posibilidad académica de dar como un hueco,
como una ventana, retomo la figura de la
callejera de Lugones (2021) y la figura de las maestras que desarrollé en otra ocasión (2020). Estas dos
figuras son apuestas para una subjetivación filosófica impersonal, con
características similares. Conjugadas en femenino, no pretenden apelar a una
esencia de la feminidad, sino a la posibilidad de enunciación desde una
situación minorizada e inferiorizada, que entrelaza la posibilidad de pensar
otras inferiorizaciones de género, raza y clase. Sin referencia a un nombre
propio, pretenden articular otros modos de relacionarse con el conocimiento que
no atiendan a su patentamiento, a la extracción de rentabilidad, sino por el
contrario, a la atención de las necesidades urgentes de todos los grupos
inferiorizados y sojuzgados. Situada en el lugar de la nominación imposible, la callejera nunca tiene nombre propio,
siempre trabaja con seudónimo, y en tanto tal es cualquiera, es todas. La
maestra, en cambio, puede ser una señora burguesa educadora del pueblo, y por
ello elegí en su momento una formulación en plural: la filosofía se hace y se
lega en colectivo, las maestras son
las que celebran ese lazo comunitario y lo honran constantemente entendiendo su
filosofar en primer lugar como entrelazo con otres.
Crear una comunidad y una institucionalidad
que permita a cualquiera ejercer el derecho a la filosofía. Abordar las
prácticas filosóficas como un pensamiento ante Otres no filósofes, no
especializades, no sabies. Abordarlas al modo de las maestras, de la callejera,
que operan como ventana, como puerta hacia el jardín donde el placer y el
disfrute del pensar colectivo sostienen la posibilidad de la filosofía y del
filosofar. Estos son algunos de los caminos, entre otros muchos posibles, en
los que nos podemos situar para materializar el derecho a la filosofía, para
defenderla en cada nuevo intento de recorte, para multiplicarla cuando existe
la posibilidad de políticas públicas que la fomentan. Tenemos el deseo, sigue
por delante la tarea.
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[1] Es lo que suele suceder en general con los conceptos, solo que
cuando se trata de teoría feminista hay, desde mi perspectiva, una exigencia
desmedida respecto de las “soluciones” que pueden ofrecer los abordajes. Mucho
más indulgente se es, en general, respecto de la significatividad, pertinencia,
utilidad e incluso eficacia de los conceptos, sistemas o ideas propuestas por
los filósofos canónicos. En ese sentido, me niego a dejar de utilizar un
concepto como el de interseccionalidad, aun cuando cada vez haya que aclarar
sus alcances y sus límites.
[2] Se trata del ISEF N.º 1 Enrique Romero Brest y el ISEF N.º
2 Prof. Federico Williams Dickens.
[3] En la CABA hay 13 profesorados de educación inicial y 11 de
educación primaria.
[4] En el distrito de la CABA hay una excepción de oferta
universitaria, la del Profesorado de Educación Primaria que hace la Universidad
de la Ciudad (fuente de conflicto y tensión con los profesorados terciarios,
dedicaremos unas líneas en lo que sigue a referir este conflicto). Justamente
porque esta universidad fue la forma de plasmar un modelo de educación que se
quiere imponer a los profesorados y al que se resisten, resulta una buena
referencia para ver cómo se plasma en una carrera el objetivo de la CABA para
los profesorados del nivel. La carrera no tiene ninguna asignatura vinculada a
la filosofía, tampoco aparecen la sociología de la educación, la historia de la
educación, la educación sexual integral, entre otras problemáticas ausencias.
En la provincia de Buenos Aires (Región Metropolitana y Región Bonaerense) hay
37 Universidades de Gestión Estatal que concentran alrededor del 80 % de la
matrícula, sin embargo, solo la Universidad Pedagógica Nacional y la
Universidad Nacional del Sur ofrecen los Profesorados de Educación Primaria e
Inicial, y la Universidad Nacional Raúl Scalabrini Ortiz el Profesorado de
Educación Inicial. Esto se debe a la fuerza que sigue teniendo en Argentina el
modelo normalista, con una tradición institucional rica de formación terciaria
en estos profesorados.
[5] En las formaciones específicas existen otras formas de inclusión de
la filosofía, por ejemplo, los Profesorados de Educación Primaria tienen una
asignatura ligada a la ética y la ciudadanía, mientras que los de inicial no la
incluyen. En lo que sigue solo enfoco en la asignatura del Ciclo de Formación
General.
[6] En el caso de los Profesorados de Educación Física se logró, por
supuesto después de reclamos de la comunidad de filosofía, que se integre una
asignatura denominada “Problemas éticos y filosóficos de la educación”, por lo
que las horas de filosofía no se perdieron. En el caso de los de primaria e
inicial la reforma sigue en discusión.
[7] Solo para tomar alguna referencia, se puede consultar: Suarez, M.
(19 de junio de 2022). Cómo la falta de docentes en CABA atenta contra la
continuidad pedagógica. Tiempo Argentino. https://www.tiempoar.com.ar/informacion-general/como-la-falta-de-docentes-en-caba-atenta-contra-la-continuidad-pedagogica/
[8] Suarez, M. (30 de noviembre de 2022). Lanzan un contador de horas
sin clase por falta de docentes en CABA: en dos semanas relevaron 20.235. Tiempo Argentino. https://www.tiempoar.com.ar/informacion-general/lanzan-un-contador-de-horas-sin-clase-por-falta-de-docentes-en-caba-en-dos-semanas-relevaron-20-235/
[9] Ídem.
[10] Por ejemplo, Soledad Acuña, ministra de educación de la CABA
durante el período 2015-2023, señaló que la elección de la docencia por parte
de quienes estudian en profesorados se debe a haber fracasado antes en otras
carreras. Véase: Redacción. (16 de noviembre de 2020). Soledad Acuña: “La
mayoría elige la carrera docente luego de haber fracasado en otras”. Perfil. https://www.perfil.com/noticias/politica/soledad-acuna-la-mayoria-elige-la-carrera-docente-luego-de-haber-fracasado-en-otras.phtml
[11] Implican un estipendio económico mensual estipulado a partir de la
remuneración más baja de los docentes auxiliares universitarios, que puede
tener una duración de 5 años en el caso de los estudiantes de grado
universitarios. Es requisito de la beca demostrar que se forma parte de una
familia con bajos ingresos y para renovarla anualmente se deben aprobar un
mínimo de asignaturas. Si bien los requisitos son sumamente restrictivos, el
programa prevé la adjudicación a la totalidad de quienes los cumplan. En el
siguiente enlace se pueden consultar los lineamientos generales de las becas: https://acortar.link/2V0WSr.
En este vínculo, el reglamento: https://acortar.link/amfb4Y.
[12] Así se presentó esta política en algunos medios de comunicación de
alcance nacional: diario Tiempo Argentino:
https://acortar.link/vYWp1k, diario Infobae: https://acortar.link/fnWyLd; diario La Capital de Córdoba: https://acortar.link/CPYNR3;
diario Página/12: https://acortar.link/u3kQNh.
[13] En uno de los tantos intentos de reforma que borraban a la
filosofía se realizó un encuentro para pensar la cuestión donde un profesor
universitario muy respetado y prestigioso, invitado para dar su parecer, dio
esta respuesta “hegeliana”.
[14] En el sentido de Haraway, dar una respuesta teniendo la habilidad
de inventar un dispositivo que la vuelva material (2019a, p. 35).