Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 10 N° 1 (2025) / Sección Artículos / pp. 1-17 / 
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 15/03/2025 Aceptado: 12/08/2025
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.145
The Hermeneutical Self-Reflection: A Key Aspect
of the Thought of Ignacio Ellacuria
Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Filosofía y
Letras; Argentina
ffer.rramirez@gmail.com
Resumen. Este trabajo explora la asunción de la hermenéutica –en particular, de
la autorreflexión hermenéutica— en el marco de la filosofía de Ignacio
Ellacuría. Para ello, encuadramos nuestra reflexión teórica revisando las
claves centrales de la hermenéutica filosófica según Heidegger y Gadamer.
Posteriormente, indagamos en la profundización de la noción de autorreflexión
hermenéutica, derivado de un sugerente debate entre Jürgen Habermas y
Hans-Georg Gadamer. En este contexto, analizamos el modo peculiar en que Ellacuría
asume esta tradición de pensamiento, enfatizando sus desplazamientos y
resignificaciones conceptuales, y explicitando sus potencialidades para el
desarrollo del pensamiento crítico.
Palabras clave. hermenéutica, autorreflexión, crítica, intereses,
Ellacuría.
Abstract. In the present paper we
explore the assumption of hermeneutics, particularly hermeneutical
self-reflection, in the context of the philosophy of Ignacio Ellacuria. To this
end, we frame our theoretical reflection by reviewing the key aspects of
hermeneutical philosophy as articulated by Heidegger and Gadamer. Subsequently,
we conduct a deeper examination of the notion of hermeneutical self-reflection,
which arise from a thought-provoking debate between Jürgen Habermas and
Hans-Georg Gadamer. In that context, we analyze the peculiar way in which
Ellacuria adopts this tradition of thought, emphasizing its conceptual shifts
and re-significations, and explaining its potential for fostering critical
thought.
Keywords. hermeneutic, self-reflection,
critical thought, interest, Ellacuría.
La obra
filosófica de Ignacio Ellacuría se vio marcada por diversas dimensiones
vitales, desde su activa participación en la realidad salvadoreña y
latinoamericana –en calidad de pastor, de figura pública e intelectual—, hasta
por su labor universitaria y su colaboración filosófica con Xavier Zubiri.
Estas experiencias no solo dejaron una impronta en su personalidad, sino que
también definieron su programa filosófico, orientándolo en su búsqueda
fundamental.
En sus
comienzos, su proyecto filosófico se encuentra muy próximo a los planteos
teórico-conceptuales de Zubiri, principalmente, en su desarrollo de una
metafísica intramundana radicalizada hacia la dimensión histórica (cf.
Ellacuría, 1990). Su inquietud por comprender las particularidades de lo histórico
desde el enfoque zubiriano le dotan, asimismo, de los fundamentos para su
proyecto de una teología de la liberación como proceso de salvación en la
historia (Ellacuría, 1973, 2000a; López de Goicoechea Zavala, 2021).
La
urgencia e importancia de las circunstancias histórico-sociales de El Salvador
lo llevan, de manera creciente, a asumir de una manera más sistemática y
reflexiva los desafíos, debates y problemáticas coyunturales de las mayorías
populares sometidas a la opresión por una sucesión escandalosa de gobiernos
tiránicos. Esto, a nuestro modo de ver, contribuye decisivamente a que su
pensamiento se aparte de los enfoques más formales y trascendentales de la
filosofía zubiriana y que ahonde en la necesidad de una autorreflexión
hermenéutica, es decir, un proceso de esclarecimiento de la propia situación
hermenéutica (cf. Tamayo Acosta y Romero Cuevas, 2019, p. 110) a fin de
configurar las bases de una filosofía en clave liberadora.
En tal
sentido, la propuesta de este trabajo es aproximarnos a las particularidades
que reviste la autorreflexión hermenéutica para este autor. A fin de destacar
su orientación hacemos una revisión de la tradición hermenéutica desde los
enfoques de Heidegger y Gadamer. No obstante, debido a que el mencionado
concepto tiene su profundización en un debate entre Gadamer y Habermas, hacemos
una revisión del mismo con el objeto de esclarecer la tesitura que le da origen
y la proyección que este tiene. Definido este contexto teórico, nos ocupamos de
mostrar la perspectiva ellacuriana enfatizando en las convergencias y
divergencias con este concepto en su formulación original.
La
noción de hermenéutica de la que Ellacuría abreva, y de la cual es crítico,
tiene su fuente en las obras de Heidegger y Gadamer (cf. Ellacuría, 2000a, pp.
187-218)[1]. En este
sentido, cabe detenerse en algunos aspectos esenciales de este asunto desde los
mentados autores. En sentido general, podemos definir la hermenéutica como
aquella interpretación o comprensión que es efectuada siempre desde alguna
presuposición o prejuicio (cf. Grondin, 2016, p. 299). Esta definición da en la
clave de la cuestión, que veremos cómo ha oscilado de un pensador a otro.
En el
caso heideggeriano veremos cómo inscribe la hermenéutica en la ontología
fundamental del Dasein. La comprensión se asienta como una de las estructuras
existenciales que es co-originaria de la disposición afectiva del Dasein, pero
esta no significa una comprensión propia de las ciencias humanas, al modo como
lo propone Dilthey en contraposición a la explicación que encontramos en las
ciencias naturales (cf. Zubiri, 1983, p. 330; Heidegger, 2012, p. 162). En este
caso la comprensión es pensada en clave existencial, es decir, al Dasein le va su ser, debe hacerse cargo
de su ser, por tanto, este está siempre orientado hacia una de sus posibilidades.
El comprender es entendido como el poder ser, es decir, como posibilidad; por
consiguiente, el Dasein está, en rigor, siempre arrojado hacia una de sus
posibilidades (cf. Heidegger, 2012, p. 163).
Ahora
bien, esa comprensión se hace explícita a través de la interpretación (Auslegung) (cf. Heidegger, 2012, p. 167), la cual no debe
confundirse con lo expresado explícita y conscientemente. Justamente, porque la
comprensión es una instancia ontológica anterior. En concreto, la
interpretación define para el Dasein
un horizonte de sentido, de acuerdo con el cual los útiles y su sí mismo le son
dados. En consecuencia, el sentido como tal solo se constituye por
intermediación de este peculiar ente que es el Dasein. Veamos qué dice el autor
sobre esto:
Sentido es el horizonte del proyecto
estructurado por el haber‐previo, la manera previa de ver y la manera de entender previa,
horizonte desde el cual algo se hace comprensible en cuanto algo. En la medida
en que el comprender y la interpretación conforman la constitución existencial
del ser del Ahí, el sentido debe ser concebido como la estructura existencial‐formal de la aperturidad que es propia del comprender. (Heidegger, 2012,
p. 170)
Vemos
cómo la noción de horizonte está estrechamente ligada a la de sentido; en
rigor, el horizonte es el sentido en función del cual se define el proyecto del
Dasein. Para caracterizar este horizonte Heidegger refiere a tres conceptos
esenciales a la cuestión: el haber
previo [Vorhabe], la manera previa de ver [Vorsich] y la manera de entender previa [Vorgriff]. El haber previo refiere al ámbito de
significatividad abierto para todo Dasein, el cual es formalmente atemático,
además de primario y primero en el orden ontológico-existencial. Este tiene la
particularidad de ser una totalidad de significación en función de la cual los
entes intramundanos definen su valor pragmático para con el Dasein, es decir,
las cosas adquieren un sentido dentro del proyecto del Dasein.
Ahora
bien, este haber previo es, por así decirlo, condición necesaria pero no
suficiente, debido a que queda velado la perspectiva desde la cual se realiza
comprensivamente el Dasein, es decir, es necesario llevar a cabo un recorte de
la mentada totalidad, con la finalidad de especificar con relación a qué
posibilidad del Dasein se usa un útil. En otras palabras, la posibilidad
define, determina, la orientación del útil. Por último, esta comprensión se
ajusta a determinada conceptualización de los entes a los cuales se dirige la
interpretación, es decir, remite a la idea de hacer al útil asible como tal o
cual cosa (cf. Heidegger, 2012, p. 169; Lara, 2015, p. 153). En resumidas
cuentas, esta conjunción de categorías existenciales son las que permiten que
algo se haga comprensible en cuanto algo para el Dasein.
En
virtud de lo dicho, el horizonte de sentido abierto por el Dasein es la llave
de la comprensión del mundo, pero esto corre con la posibilidad de convertirse
en un círculo vicioso:
El comprender, en cuanto aperturidad del Ahí,
atañe siempre a la totalidad del estar‐en‐el‐mundo. En todo comprender del mundo está comprendida
también la existencia, y viceversa. Además, toda
interpretación se mueve en la estructura de prioridad ya caracterizada. Toda
interpretación que haya de aportar comprensión debe haber comprendido ya lo que
en ella se ha de interpretar. (Heidegger, 2012, p. 153)
En toda
interpretación ya debe estar comprendido lo que se debe interpretar. Acá
Heidegger inserta el famoso círculo hermenéutico sin hacer ninguna mención de
la relación parte-todo (cf. Grondin, 2016). Lo dicho puede ser confundido con
un uróboros, aquella mítica
imagen de la serpiente que se muerde la cola a sí misma, conformando un círculo
vicioso, como apunta el mismo Heidegger, o toma la forma de una petitio principii para la lógica, ya
que: “La demostración científica no debe presuponer lo que ella tiene que
demostrar” (Grondin, 2016). Esto para el autor no afecta directamente a la
hermenéutica en sí mismo:
Por el contrario, el cumplimiento de las
condiciones fundamentales de toda interpretación exige no desconocer de partida
las esenciales condiciones de su realización. Lo decisivo no es salir del
círculo, sino entrar en él en forma correcta. Este círculo del comprender no es
un circuito en el que gire un género cualquiera de conocimientos, sino que es
la expresión de la estructura
existencial de prioridad del Dasein
mismo. No se lo debe rebajar a la condición de un circulus vitiosus, y ni
siquiera a la de un círculo vicioso tolerado. En él se encierra una positiva
posibilidad del conocimiento más originario, posibilidad que, sin embargo, sólo
será asumida de manera auténtica cuando la interpretación haya comprendido que
su primera, constante y última tarea consiste en no dejar que el haber previo,
la manera previa de ver y la manera de entender previa le sean dados por
simples ocurrencias y opiniones populares, sino en asegurarse el carácter
científico del tema mediante la elaboración de esa estructura de prioridad a
partir de las cosas mismas. (Heidegger, 2012, p. 154)
La clave
del círculo hermenéutico, a fin de no caer en un círculo vicioso o falaz, es
entrar en él de la forma correcta. Para ello es fundamental un examen y
revisión de los elementos previos (el haber-previo, la manera previa de ver y
la manera previa de entender) para evitar que sean llevados por “las asunciones
dominantes” (Lara, 2015, p. 154). Normalmente, afirma Heidegger, lo hace bajo
el modo de la aversión esquivadora de su propia condición, es decir el Dasein
está sometido a la dictadura del Uno o el se (Das Man), esto es,
las interpretaciones dominantes de una época que codifican el modo en que este
se apropia o no de sus posibilidades.
Por el
contrario, su carácter científico puede ser explorado en la medida en que se
asuma esa estructura de prioridad a partir de las cosas mismas, es decir,
partir de un análisis originario de las cosas. Por esta razón, el pensamiento
del último Heidegger de la deconstrucción de la historia de la metafísica, puede
ser visto como un intento de comprensión más adecuado del Ser. En otras
palabras, como un modo de ingresar adecuadamente en el círculo hermenéutico de
la comprensión del Ser (cf. Grondin, 2016).
Recapitulando,
podemos apreciar que la clave del círculo hermenéutico se encuentra, para este
autor, en la comprensión-interpretación, por ello, para una correcta inserción
en el mentado círculo es necesario una ruptura con las interpretaciones
dominantes. De lo contrario, todo el horizonte de sentido desde el cual el
Dasein abre en cada caso aquello de lo que se ocupa, así como sus posibilidades
más propias, se verán contaminadas, por así decirlo, por formas impropias o
alienantes de sí mismo.
Ahora
bien, la comprensión desde la perspectiva gadameriana sigue el hilo conductor
temático de la cuestión hermenéutica de acuerdo con cómo lo desarrolla
Heidegger. En este sentido, retoma el concepto de comprensión e interpretación
de Ser y tiempo, pero observa en este
una limitación en su análisis, pues se restringe a definir la preestructura de
la comprensión, sin por ello indagar en la historicidad de la misma (Gadamer,
1999, p. 331).
Gadamer
enfoca la cuestión del vínculo del lector o intérprete con respecto a un texto
e identifica una dimensión esencial, esto es, el hecho de que no es posible
prescindir de las propias opiniones. En otras palabras, los “prejuicios” son
constitutivos a la interpretación (cf. Gadamer, 1999, p. 337), contrario al
ideal ilustrado de un saber que ha cortado los lazos inhibitorios de la
tradición y la autoridad. No obstante, esto no significa un encierro en los
propios prejuicios ensombreciendo, de esta manera, el sentido general del
texto, sino que, para Gadamer (1999), es necesario una suerte de premisa
metodológica, a saber,
Una conciencia formada hermenéuticamente
tiene que mostrarse receptiva desde el principio de la alteridad del texto.
Pero esta receptividad no presupone ni ‘neutralidad’ frente a las cosas ni
tampoco autocancelación, sino que incluye una matizada incorporación de las
propias opiniones previas y prejuicios. Lo que importa es hacerse cargo de las
propias anticipaciones, con el fin de que el texto mismo pueda presentarse en
su alteridad y obtenga así la posibilidad de confrontar su verdad objetiva con
las propias opiniones previas. (p. 335)
La
importancia otorgada a los prejuicios como parte constitutiva del círculo
hermenéutico se debe a que estos constituyen en el intérprete la “realidad histórica de su ser”
(Gadamer, 1999, p. 344). En otras palabras, tiene un estatuto ontológico de
primer orden.
Ahora
bien, ¿qué efectos tiene esto en la constitución del círculo hermenéutico?
Contrariamente a lo que Heidegger realiza, Gadamer retoma los motivos clásicos
del círculo hermenéutico, en el cual rescata la relación parte-todo. Esto
resulta esencial para nuestro planteo, puesto que es en el conjunto de las anticipaciones
de sentido de quien comprende el texto donde se debe dar un continuo proceso de
corrección, rectificación y ampliación del sentido de la parte con respecto al
todo, y viceversa. En otras palabras, la extrapolación de sentidos individuales
a la totalidad del texto tiene efectos perjudiciales, ya que puede caer en la
falacia pars pro toto, a saber, una
falacia común en la cual la parte asume el lugar de la totalidad, una suerte de
sinécdoque textual, mientras que lo que el círculo debe favorecer y fortalecer
es que el sentido de lo individual esté en sintonía con el todo. Dice Gadamer
(1999):
El movimiento de la comprensión va
constantemente del todo a la parte y de esta al todo. La tarea es ampliar la
unidad del sentido comprendido en círculos concéntricos. El criterio para la
corrección de la comprensión es siempre la congruencia de cada detalle con el
todo. Cuando no hay tal congruencia, esto significa que la comprensión ha
fracasado. (p. 361)
Ahora
bien, este círculo hermenéutico no es metodológico, tampoco es de naturaleza
formal, ni subjetivo ni objetivo, sino, como examinamos al comienzo, para
Gadamer (1999), en sintonía con Heidegger, se constituye en “un momento
estructural ontológico de la comprensión” (p. 363). Este círculo se manifiesta en
el movimiento recíproco entre el intérprete y sus anticipaciones de sentido con
respecto a la comunidad histórica o tradición en la cual este se encuentra
inmerso, y viceversa. En este proceso, el intérprete está determinado en su
precomprensión por la comunidad histórica en la cual está inserto, la cual actúa
como un marco de prejuicio; al mismo tiempo, el intérprete también es determinante
de esta comunidad por sus propias anticipaciones de sentido.
A este
círculo se le adscribe un presupuesto formal que es la “anticipación de la
perfección” (Gadamer, 1999, p. 363), es decir, “que solo es comprensible lo que
representa una unidad perfecta de sentido” (Gadamer, 1999, p. 363). Este
principio, señala que las expectativas de sentido se guían por aspectos no solo
inmanentes a las anticipaciones de sentido del intérprete, sino también por
factores trascendentes, es decir, estrechamente vinculadas a la verdad del
texto (cf. Gadamer, 1999, p. 364).
Este
principio que figura como un ideal regulativo de la interpretación, tiene la
función de remediar las insuficiencias de la comprensión. Cuando dicho
presupuesto no se cumple, es forzoso encontrar medios para su resolución. No
obstante, Gadamer afirma que la clave última de la comprensión no es ni la del
intérprete ni la de la supuesta verdad del texto, en rigor:
Comprender significa primariamente entenderse
en la cosa, y sólo secundariamente destacar y comprender la opinión del otro
como tal. Por eso la primera de todas las condiciones hermenéuticas es la
precomprensión que surge del tener que ver con el mismo asunto. Desde esto se
determina lo que lo que puede ser considerado como sentido unitario, y en
consecuencia la aplicación de la anticipación de la perfección (Gadamer, 1999,
p. 364).
Una
correcta interpretación de la tradición implica distinguir los prejuicios
verdaderos bajos los cuales comprendemos, de los falsos (cf. Gadamer, 1999, p.
369). Este aspecto es el que define la “conciencia histórica” o “conciencia de
la historia efectual [Wirkungsgeschichte]”.
Esta conciencia refiere a la necesidad de hacer conscientes los prejuicios que
guían al intérprete en la comprensión. Esto significa que es necesario
comprender los efectos de la historia, es decir, indagar en la propia
historicidad, ya que allí se acopian un conjunto de condicionamientos
históricos inexorables para la comprensión. “Cuando se niega la historia
efectual en la ingenuidad de la fe metodológica, la consecuencia puede ser
incluso una auténtica deformación del conocimiento” (Gadamer, 1999, p. 369).
La
conciencia de la historia efectual es, para este autor, conciencia de la propia
situación hermenéutica. La particularidad de esta situación hermenéutica es que
nos encontramos sumergidos en ella, es decir, insertos en un cúmulo de
prejuicios heredados que conforman un horizonte de sentido del presente –esto
lo aclaramos a continuación— con el que nos enfrentamos a la tradición que se
quiere comprender, por lo que si se quiere tener un conocimiento objetivo de la
misma es necesaria una tarea de “iluminación” de aquello que nunca se puede
llevar a cabo por entero. En otras palabras, se presenta como una tarea siempre
inacabada: “Ser histórico quiere decir no agotarse nunca en el saberse”
(Gadamer, 1999, p. 372).
El
concepto de situación está emparentado con el de horizonte, puesto que este se
define como el ámbito de visión abarcable desde un determinado punto. Es decir,
el ámbito de inteligibilidad posibilitado por determinada perspectiva
histórica. Por esto, la “elaboración de la situación hermenéutica significa
entonces la obtención del horizonte correcto para las cuestiones que se nos
plantean cara a la tradición” (Gadamer, 1999, p. 373)
A la
obtención de este horizonte adecuado debe sumarse la necesidad de “desplazarse
al horizonte histórico desde el que habla la tradición”, de lo contrario, se
“estará abocado a malentendidos respecto al significado de los contenidos de
aquella” (Gadamer, 1999, p. 373). La importancia de reconocer la posición y el
horizonte desde el cual habla la alteridad de la tradición, radica en que esta se
haga comprensible en su sentido, lo cual no significa que “uno se entienda con
ella ni en ella” (Gadamer, 1999, p. 373).
Ahora
bien, ¿Qué significa desplazarse hacia el horizonte ajeno que constituye la
tradición u otra cultura?
[...] uno tiene que traerse a sí mismo hasta
esta otra situación. Sólo así se satisface el sentido del “desplazarse”’. Si
uno se desplaza, por ejemplo, a la situación de otro hombre, uno le
comprenderá, esto es, se hará consciente de su alteridad, de su individualidad
irreductible, precisamente porque es uno el
que se desplaza a su situación.
(Gadamer, 1999, p. 375)
De esta
manera se gana un nuevo horizonte a partir del cual se puede ver mejor lo
cercano y muy cercano a partir de una integración en un todo más grande, dice
Gadamer (1999, p. 375). En suma, “Comprender es siempre el proceso de fusión de
estos presuntos ‘horizontes para sí mismos’” (Gadamer, 1999, p. 377).
Inevitablemente, hay aquí, señala Gadamer, una tensión entre texto y presente
que no puede ser esquivada o asimilada ingenuamente, sino que tiene que ser
asumida conscientemente para poder desarrollarla de la manera más productiva. En
definitiva, el tratamiento productivo de esta tensión es necesario para lograr
una comprensión correcta a partir de una rectificación de los propios
prejuicios.
Desde la
perspectiva heideggeriana y gadameriana nos es factible explicitar la cuestión
hermenéutica, si bien no en sus detalles más pormenorizados, si por lo menos,
en sus líneas-fuerza fundamentales, lo cual permite orientar nuestra reflexión
en torno a la problemática que plantea Habermas a Gadamer.
Lo
expuesto hasta aquí deja en claro que la propuesta de la hermenéutica
gadameriana significa una rehabilitación clara de los prejuicios, la tradición
y la autoridad. Justamente, es este punto de ruptura con los ideales de la
Ilustración los que lleva a este autor a atravesar numerosas polémicas con
hábiles rivales en estas lides. En este caso, queremos detenernos en la
polémica suscitada con Habermas, y, finalmente, apuntar las claves propuestas
por Paul Ricoeur para darle una orientación integradora a la discusión.
La
disputa llevada a cabo por Habermas contra Gadamer se encuadra en sus textos
preliminares a una de sus obras fundamentales: La teoría de la acción comunicativa. El objetivo contenido en estas
diatribas teóricas es un proceso de autoesclarecimiento metodológico por parte
del autor a fin de rectificar el posicionamiento de la Teoría Crítica de la
Sociedad, como él mismo lo indica en el prólogo del libro La lógica de las ciencias sociales (cf. 2007b, pp. 14; 17).
Los
cuestionamientos de Habermas los podemos apuntar en dos niveles distintos: por
un lado, la falta de crítica de la hermenéutica a las desviaciones ideológicas
del lenguaje; por otro lado, su cuestionamiento a las pretensiones de la
universalidad hermenéutica. Ambas dimensiones dan en el corazón mismo de la
propuesta gadameriana. Por esta razón, pretendemos abordarlas separadamente con
el objeto de acreditar el alcance que Habermas intenta darle a su cuestionamiento.
El
principal mérito que le reconoce Habermas a Gadamer es “haber demostrado que la
comprensión hermenéutica está referida, de forma trascendentalmente necesaria,
a la articulación de una autocomprensión orientadora de la acción.” (Habermas,
2007b, p. 247). Este aspecto decisivo atribuido a la hermenéutica se articula
con otros dos intereses rectores del conocimiento, anclados en sus respectivos
marcos trascendentales: el trabajo, cuyo interés es técnico o de manipulación y
control de procesos objetivados; y el dominio, cuyo interés es la emancipación
de los lazos ideológicamente fijados (cf. 2007a, pp. 169-172; véase también,
2007b, p. 259).
El
trabajo, el lenguaje o la interacción lingüísticamente mediada y la dominación
son los marcos trascendentales que Habermas reconstruye, dentro del cual la
hermenéutica ocupa un espacio decisivo, por ser, ulteriormente, un peldaño
esencial para su teoría de la acción comunicativa. Esto se debe a que esta
perspectiva filosófica tiene la tarea de una autorreflexión de la propia
situación hermenéutica o precomprensión de los plexos simbólicos que median al
intérprete de la tradición, con el objeto de lograr una “fusión de horizontes”
entre los participantes de la interacción comunicativa en un doble sentido: vertical,
el cual consiste en la superación de la distancia histórica entre el presente
del intérprete y el pasado-presente del texto; horizontal, es la comprensión
entre distancias geográficas y culturales (cf. Habermas, 2007b, p. 236). Esto
permite que la comprensión de los interlocutores intérpretes ganen un horizonte
significativamente más amplio (cf. Habermas, 2007b, p. 237).
La tarea
hermenéutica no encierra subrepticiamente la potestad de un sujeto cognoscente
capaz de superar, a partir de una pirueta teórica de ignotos dominios, la
distancia temporal con el texto, precisamente, porque el intérprete está desde
un comienzo preformado por el horizonte de expectativas de inteligibilidad que
la tradición le ha legado, es decir, no es él el que habla el lenguaje, sino el
lenguaje de la tradición el que habla a través suyo. Este descentramiento de la
subjetividad es de vital importancia, justamente, porque es necesario
desentrañar ese vaporoso magma de los plexos simbólicos que median los planes
de acción intersubjetivamente concertados.
Para
Habermas (2007b) la orientación intersubjetiva conforme a los prejuicios
heredados de la tradición tiene necesariamente que incorporar un momento de
revisión de ese pasado, de lo contrario, las identidades personales o colectivas
quedarían capturadas por la impronta indeleble de la tradición, sin poder
expresar su novedad, lo no idéntico a las mismas (cf. p. 250; véase también,
Adorno, 2011). Acreditar a la tradición como una autoridad absoluta la torna un
vehículo de poder dogmático y diluye las fuerzas de la reflexión para recusar
sus pretensiones (cf. Habermas, 2007b, p. 255).
La
revisión de los prejuicios que pautan el horizonte de acción se debe a que no
se puede ser ingenuo respecto del lenguaje como fuente de dominio y poder:
El lenguaje es también un medio en que se
reproduce el dominio y el poder social. Sirve a la legitimación de relaciones
de poder organizado. Y en la medida en que las legitimaciones no declaran la
relación de poder que ellas posibilitan, en la medida en que tal relación de
poder no hace sino expresarse en tales legitimaciones, el lenguaje es también
ideológico. Y entonces no se trata de equivocaciones en un lenguaje, sino de
equivocaciones y engaños con el lenguaje como tal. La experiencia hermenéutica
que choca con tal dependencia del plexo simbólico respecto de las relaciones
fácticas, se convierte en crítica ideológica. (Habermas, 2007b, pp. 257-258)
Frente
al carácter inequívoco de dominio y poder que inficiona el lenguaje, Habermas
reivindica la autorreflexión hermenéutica, pues allí ve un salvoconducto para
las tentativas de la tradición de obliterar la expresión singular de los
actores sociales en el presente y su correcta comunicación y orientación en los
planes de acción conjuntos. Esto da en el hueso de la labor hermenéutica, ya
que el diálogo está en el seno de la misma. En efecto, el intérprete en base a
preguntas se introduce en la alteridad del texto y, por tanto, en su verdad, de
allí que una reflexión sobre las formas de dominio solapadas en el lenguaje sea
decisiva. Por esta razón, Gadamer mismo termina reconociendo a esto como una
tarea virtuosa de la hermenéutica o, mejor dicho, considera un desvío dogmático
la ausencia de la reflexión hermenéutica, e inclusive en el marco de la reflexión
emancipatoria:
En un punto coincido ahí con mis críticos y
debo agradecerles que lo destaquen: así como la crítica de la ideología pasa
del «arte» de la comprensión a la autorreflexión, creo que también la reflexión
hermenéutica es un momento integral de la comprensión misma, hasta tal punto
que la separación entre la reflexión y la praxis supone, a mi juicio, un desvío
dogmático que afecta también al concepto de reflexión emancipatoria. (Gadamer,
1992, p. 260)
¿En qué
consiste esta autorreflexión? Desde el enfoque habermasiano la autorreflexión
de un sujeto le permite tomar conciencia de los presupuestos inconscientes que
rigen sus pautas de acción llevadas a cabo hasta ese momento con recta
intención. En tal sentido, el sujeto puede explicitar conscientemente las
“libertades y dependencias respecto del lenguaje” (Habermas, 2007b, p. 282), es
decir, puede advertir el plexo de influencias y efectos que el lenguaje, como
vehiculizador de tramas de poder y dominio, ejerce sobre sí mismo.
Esto le
lleva a diferenciar la autorreflexión de la tarea teórica de la lingüística, ya
que esta última se encarga de los sistemas de reglas que configuran el
lenguaje, esto es, explicitar su estructura gramatical. Esto, sin embargo, no
es adecuado en cuanto herramienta emancipatoria del sujeto, ya que no permite
“traer a la conciencia los presupuestos inconscientes” (Habermas, 2007b, p.
282).
Nuestro
autor conecta el interés emancipatorio directamente con la autorreflexión (cf.
Habermas, 2007a), pues, en ella cifra las posibilidades de liberarse de los
poderes hipostasiados, algo que asocia directamente con la práctica
psicoanalítica donde convergen ambas dimensiones: autorreflexión e interés por
la emancipación (cf. Ureña, 1978, pp. 92-105). En otras palabras, en la tarea
de la autorreflexión están las bases de la crítica de las ideologías, que
permitirían la restitución del diálogo sistemáticamente distorsionado por las
formas de comunicación basadas en criterios estratégicos; asimismo, esto daría
lugar a ampliar el horizonte de la utopía de una interacción comunicativa
irrestricta y sin coacciones.
Por otra
parte, está la crítica a la pretensión de universalidad de la hermenéutica.
Esta tentativa de la más alta exigencia filosófica, tiene para Habermas un
claro límite tanto en la dimensión ideológica como en la presencia de
patologías profundamente arraigadas e ininteligibles para los sujetos que
intervienen en la comunicación, puesto que, en ambos casos, estamos ante
situaciones donde los sujetos que llevan a cabo sus manifestaciones vitales
desconocen sus propias intenciones, lo cual puede concebirse como una
“comunicación sistemáticamente distorsionada” (Habermas, 2007b, p. 286). Por
esta razón, el autor examina los límites de la tesis fundamental de la
hermenéutica que sostiene que lo esencial es el diálogo.
En el
marco de la interpretación, ya sea de un texto o una cultural, cuya alteridad
histórico-cultural presenta ingentes desafíos, no obstante, pueden ser
superados en la medida en que los hablantes disponen de las herramientas para
familiarizarse del léxico o reglas gramaticales y de sentidos propias de esa
cultura que hacen posible la Verstehen.
Ahora bien, en aquellos casos en que los plexos simbólicos y de sentido están patológicamente
reprimidos o sepultados, ponen en entredicho la posibilidad de una auténtica
comunicación. En otras palabras, la Verstehen
es insuficiente en el marco de una comunicación sistemáticamente distorsionada.
La hermenéutica no tiene los recursos adecuados para abordar las complejidades
de una comunicación cuyos déficits inherentes se deben a la subrepción
patológica del sentido. Por consiguiente, a la conciencia hermenéutica no le
queda otra opción que sustraerse a los dominios de la comunicación lingüística
normal (cf. Habermas, 2007b, p. 286).
Solo por
intermedio de una “hermenéutica profunda” que retome el hilo del síntoma ‒señal inequívoca de la desimbolización a la que recurre la persona para
atravesar un trauma‒, es capaz de sacar a la luz los sentidos sepultados, es decir,
poder efectuar una resimbolización de lo reprimido a partir de un proceso de
ilustración y autorreflexión subjetiva. De esta manera, se logra esclarecer la
ininteligibilidad de la comunicación sistemáticamente distorsionada, y por
tanto restituir el diálogo preterido.
Para
Habermas resulta evidente que toda meta-psicología, es decir, toda teoría de
las estructuras que gobiernan la constitución de la personalidad, parte de una
meta-hermenéutica o “teoría de la competencia comunicativa”; precisamente,
porque todos los elementos que componen estructuralmente la personalidad, en
particular, el “ello” y el “super-yo”, se derivan de una deformación de “la
estructura de intersubjetividad dada en la comunicación exenta de coacciones”
(Habermas, 2007b, p. 298).
Retomando
las premisas ontológicas planteadas por este autor referidas al consenso previo
constituido por la tradición como suelo nutricio conforme al cual es posible
todo diálogo, hallamos que Habermas no encuentra satisfactorio este planteo,
por lo que cuestiona cómo ha de entenderse ese consenso. El recorrido teórico
que nos propuso el autor sirve para desmontar la falacia que solapadamente se
filtra en la autocomprensión ontológica de la hermenéutica, justamente, porque esta
pasa inadvertidamente por encima el hecho de que todo consenso realizado por
medio del lenguaje lejos está de producirse sin coacciones y distorsiones, como
pone en evidencia la hermenéutica profunda:
La experiencia de la hermenéutica profunda
nos enseña que en la dogmática del plexo de tradición no solamente se impone la
objetividad del lenguaje en general sino también la represividad de las
relaciones de poder que deforman la intersubjetividad del entendimiento como
tal y distorsionan sistemáticamente la comunicación lingüística cotidiana. De
ahí que todo consenso en que la comprensión termina quede en principio bajo la
sospecha de haber sido impuesto pseudocomunicativamente. (Habermas, 2007b, p.
302)
El
recorrido hasta aquí realizado evidencia las diferencias significativas de
Habermas con Gadamer respecto a esa vértebra fundamental de la hermenéutica que
es el diálogo constituido en el contexto de prejuicios de la tradición. Esta
crítica queda zanjada tanto en el dominio del lenguaje como vehículo eficaz de
formas de poder y distorsión de la comunicación, como a través de las
patologías de la personalidad que también sistemáticamente desfiguran la
comunicación.
Es en
este marco que la intervención de Paul Ricoeur resulta verdaderamente
enriquecedora del debate tratando de ofrecer una posición mediadora e
integradora de ambas posturas donde la polarización entre conciencia
hermenéutica y conciencia crítica no se repugnan, sino que están
dialécticamente vinculadas.
La
posición ricoeuriana reflota los fundamentos de la hermenéutica gadameriana
como un intento de superación de los atolladeros en que incurre la tradición
romántica de la filosofía, la cual se opuso a los ideales de la ilustración,
cayendo en una postura reaccionaria y restauradora de muchos de los aspectos
abogados por aquella. Así pues, examinado a grandes rasgos, la contraposición
entre Gadamer y Habermas toma la forma de una actualización de la confrontación
histórica entre el Romanticismo y la Ilustración.
Los
análisis ricoeurianos se adentran en un tratamiento original de la
problemática, proponiendo soluciones sumamente pertinentes, que no implican una
suerte de síntesis superadora, sino mostrar cómo las dos universalidades tanto
la de la hermenéutica como la de la crítica de las ideologías se interpenetran
(cf. Ricoeur, 2008, p. 180), “reconociendo que el lugar de cada una esté
inscripto en el de la otra” (Ricoeur, 2008, p. 149). Dicho en otras palabras,
el autor se propone reelaborar de qué manera la crítica se puede pensar como
una meta-hermenéutica, según lo propone el mismo Habermas.
Las
discrepancias entre los autores que retoma Ricoeur la podemos sintetizar como
una oposición por parte de Habermas con respecto a Gadamer por su
ontologización del “diálogo que somos” sin considerar la sistemática distorsión
de la comunicación por los mecanismos velados de la violencia. Esta objeción
legítima, considera Ricoeur, no obstante, pierde de vista un elemento esencial:
¿puede la crítica de las ideologías emanciparse, por así decirlo, de una
situación hermenéutica determinada? ¿Acaso toda reflexión no está incardinada
desde un comienzo en herencias culturales, en un Estado-nación, pueblo, como
medio en el cual sucede toda acción comunicativa? Desde el enfoque ricoeuriano:
La tarea de la hermenéutica de las
tradiciones consiste en recordar a la crítica de las ideologías que es sobre el
fondo de la reinterpretación creadora de las herencias culturales desde donde
el hombre puede proyectar su emancipación y anticipar una comunicación sin
trabas y sin límites. (Ricoeur, 2008, p. 182)
Es
decir, es sobre la base de la pertenencia a una tradición con sus plexos
simbólicos determinados que modula, pero no obtura, las condiciones de
posibilidad del saber, que se debe efectuar un distanciamiento crítico de las
relaciones de poder y formas de violencia que veladamente distorsionan la
comunicación intersubjetiva.
En otras
palabras, toda pertenencia nos remite a una ideología determinada, que cumple
la función de integración social, pero también es susceptible de distorsión y
deformación de los lazos sociales. La insuficiencia del planteo hermenéutico
radica en que no ofrece las herramientas para una reflexión que libere de ese
sustrato ideológico que puede devenir en patología social (cf. Ricoeur, 2008,
p. 144). En virtud de esto, es necesaria la contraposición dialéctica del
distanciamiento crítico, en la hermenéutica misma, no fuera de ella (cf.
Ricoeur, 2008, p. 145). Sin embargo, ¿acaso los autores mismos no hablan desde
dos tradiciones: la Romántica y la Ilustrada, concretamente? ¿El hecho de que
Habermas reflote la crítica de la autoridad no es acaso una continuación de la
tradición ilustrada? Naturalmente. Esto no objeta la crítica de Habermas, sino
que muestra hasta qué punto su discurso, al menos en los años de esa discusión[2], se
encuentra situado en una perspectiva constituida al hilo de una tradición
teórico-conceptual.
Además,
la inscripción en una tradición no resulta ser un hecho unívoco y uniforme, aun
cuando podamos considerar que existe una tradición que es hegemónica y que,
como afirma Benjamin (2007): es la tradición de los opresores, de la
continuidad homogénea, lineal y vacía del progreso. Sin embargo, existe una
tradición de los oprimidos, solapada, cubierta por las ruinas de la historia,
la cual es posible invocar y reflotar con un inequívoco potencial
crítico-transformador, de manera semejante a cómo Robespierre miraba hacia la
antigua Roma para inspirarse en la rebelión de los esclavos dirigidos por
Espartaco. En sentido estricto, no hay, inclusive, una única tradición de los
oprimidos, sino que es múltiple, lo cual abre el interrogante de si es posible
un diálogo orientado al entendimiento (cf. Romero Cuevas, 2016, pp. 155-157).
Esto excede los límites de este trabajo, pero queda apuntado como cuestión a
tratar.
Esta
dialéctica entre pertenencia y distanciamiento es una formulación mediadora y
enriquecedora del debate sostenido por nuestros interlocutores previos; sin
embargo, admite, a nuestro modo de ver, que la revisemos en los términos que
ellos mismos le hubieran puesto. En el caso de Gadamer al horizonte de
comprensión constituido por los prejuicios de la tradición, el cual enmudece
por faltas de recursos ante las patologías del diálogo social, se lo debe
complementar con una autorreflexión hermenéutica, por la cual se produce un
saber objetivante sobre el sí mismo que permite desactivar los efectos
indeseados de las normas sociales y las dinámicas del lenguaje que vehiculizan
formas de poder y violencia que sistemáticamente distorsionan la comunicación,
sustrayendo la posibilidad de un diálogo irrestricto y sin coacciones.
En
resumidas cuentas, no hay oposición, sino una dialéctica entre tradición e
ilustración; entre prejuicio y juicio; entre autoridad y crítica (¿e
insubordinación?), entre comprensión histórica y crítica sociológica, por una
asumimos y naturalizamos los símbolos de una cultura, por la otra
desnaturalizamos aquellos elementos asumidos como evidentes e incuestionables.
En el
marco de esta dialéctica es que se constituye una clarificación de la propia
situación hermenéutica, de lo contrario hay un conjunto de elementos, “cuerpos
extraños”, como lo llama Habermas, que desvirtúan el horizonte en función del
cual es posible la praxis social intersubjetiva, o, como veremos en Ellacuría,
de una praxis histórica transformadora de las condiciones históricas reales.
En lo
sucesivo nos ocuparemos de la recepción de la hermenéutica por parte de Ellacuría.
Su programa filosófico, como veremos, tiene proximidades con esta corriente de
pensamiento, pero también distanciamientos que lo tornan un proyecto filosófico
más cercano a la teoría crítica. En tal sentido, veremos de qué manera su
enfoque teórico conduce a vías de reflexión que son solidarias con la corriente
hermenéutica, lo que, de manera concomitante, nos permitirá esclarecer los
supuestos que operan en su pensamiento, como, así también, mostraremos en qué
sentido aporta elementos de reflexión sugerentes de ser explorados para dicha
corriente de pensamiento.
Para
nuestro autor, como lo rescatan Tamayo Acosta y Romero Cuevas (2019)[3], es
central definir la situación hermenéutica desde la que partimos, en función de
la cual podemos insertarnos adecuadamente en el círculo hermenéutico, o, dicho
en otros términos, adoptamos la perspectiva adecuada que sirva de principio
orientador de la acción. Desde Ellacuría la perspectiva de la propia situación
hermenéutica acarrea numerosas precisiones conceptuales al respecto, por lo
que, si queremos explicitar de la manera más fecunda sus planteos es menester
hacer una mínima referencia a estas cuestiones.
El
pensamiento filosófico de Ellacuría es tributario de las propuestas
teórico-conceptuales propuestas por Xavier Zubiri. El ejemplo más contundente
de ello lo encontramos en su obra póstuma Filosofía
de la realidad histórica (1990). Allí elabora una metafísica intramundana
radicalizada hacia la realidad histórica. Sin embargo, en sus últimos escritos
resulta cada vez más evidente la reorientación de su proyecto filosófico hacia
lo que podríamos denominar: una facticidad radical. Con este concepto no
aludimos a la facticidad de tipo heideggeriana donde el Dasein está arrojado a
una determinada situación hermenéutica donde tiene que realizar sus
posibilidades; tampoco, o al menos no solamente, por una facticidad articulada
en función de los prejuicios procedentes de la tradición; sino que es una
facticidad que asume el complejo estructural de todos los condicionamientos del
saber, entiéndase: biológicos, socio-políticos, históricos, inconscientes,
geo-culturales, etc. (Ellacuría, 2000a, pp. 207-211, 2000b, p. 234).
Estas
particularidades de su reflexión lo distancian considerablemente de su maestro
Zubiri, sobre todo, de su obra Inteligencia
sentiente (1998) que permanece estrechamente ligado a una reflexión de
corte formal, lo que Max Horkheimer denominaría teoría tradicional (2003); a
pesar de ello, no podemos considerar que su enfoque teórico se halla
desprendido completamente de los fundamentos trascendentales de la metafísica
zubiriana[4]. En
efecto, estos parámetros formales y trascendentales de su filosofía no acaban
de desaparecer en sus últimos escritos, por el contrario, hay nítidas
referencias a la misma (Ellacuría, 1991a). En este sentido, su filosofía tiene
un carácter impuro, mixto, que la tornan un territorio favorable para trazar
una vecindad entre la teoría tradicional y la teoría crítica. Por lo pronto,
nos ocuparemos brevemente de mostrar las diversas aristas que conforman su
reflexión, con la intención de reconstruir adecuadamente nuestro objeto de
análisis: la autorreflexión hermenéutica.
Desde un
comienzo su estrecho vínculo con el pensamiento de Xavier Zubiri le lleva a
adoptar el marco teórico-conceptual de orden metafísico propuesto por este
autor, pero radicalizado hacia la realidad histórica. Este enfoque parte de que
la realidad tiene una doble dimensión físico-trascendental; lo físico refiere a
todo contenido empíricamente aprehensible; lo trascendental, por su parte, es
la dimensión de formalidad de realidad (cf. Ellacuría, 1990; véase también, Zubiri,
1985). Sin adentrarnos en las espesuras de toda esta problemática, pues solo
queremos dejarlas apuntadas para enseñar las aristas que conforman su reflexión
y como se entrelazan, encontramos que la realidad histórica es una totalidad
estructural dinámica y dialéctica, donde destacan tres aspectos estructurales:
la persona, la sociedad y la historia (cf. Ellacuría, 1990; 1991).
Para
nuestro autor, la realidad histórica es el lugar de máxima densidad de lo real,
es decir, donde la realidad da más de sí; esto se debe a que en la historia
está abierto y disponible un plexo de posibilidades concretos, reales, para ser
apropiadas por el cuerpo social, las cuales, ulteriormente, decantan en
capacidades que enriquecen ese manojo de posibilidades. En tal sentido, la
realidad histórica constituye una totalidad dinámica inmanente que el autor
denomina praxis; por esta razón, las praxis individuales, de grupo, clases o
naciones, están inscriptas como praxis particulares que se desenvuelven en el
marco de dicha totalidad.
Ahora
bien, la praxis no es homogénea, todo lo contrario, está atravesada por
profundas divisiones, asimetrías, antagonismos, contraposiciones:
La praxis,
en efecto, es compleja, y en nuestro caso, contrapuesta; la unidad de la praxis no sólo no es una unidad uniforme
ni una identidad estática, sino que es una unidad de diversas praxis, cuando no de praxis contrarias. Lo grave de estas praxis es que son momentos de una sola praxis y que, por tanto, no permiten
aislacionismos robinsonianos, pues se entra en el juego de presencia, pero
también por ausencia. (Ellacuría, 1991, p. 112)
En este
sentido, el conocimiento es el momento teórico de la praxis, es decir, es un
momento más o menos autonomizado de la praxis histórica total. Esto se debe a
que el conocimiento está profundamente condicionado por elementos extrateóricos
que acentúan la finitud del saber. Entre estos factores se destacan: los
elementos socio-políticos –antagonismos, luchas entre diversas fuerzas
sociales, intereses de clase, etc.–; la dimensión histórica, que se configura
según la tradición y posiciona cada saber en una determinada etapa del proceso
histórico; y los aspectos biológicos e interiores inconscientes, entre otros
(cf. Ellacuría, 2000, pp. 209-210; véase también, Ellacuría, 1991, p. 588;
2001, p. 126)
Estas
dimensiones restringen el conocimiento a los estrechos límites de la formación
social hegemónica, a menos que se realice una autorreflexión hermenéutica
crítica y sistemática sobre la propia apertura cognitiva, volitiva y
sentimental al mundo, capaz de orientar a la praxis adecuadamente en orden a la
liberación. De lo contrario la praxis resulta ser un puro reflejo de la
ideología dominante o una reacción más o menos ajustada a la misma (cf.
Ellacuría, 1991, p. 120).
Los
condicionamiento históricos y de intereses ético-políticos del saber dejan en
evidencia la imposibilidad de un saber absoluto à la Hegel; pero, sobre
todo, subraya el carácter perspectivista y por tanto parcial del saber (cf.
Romero Cuevas, 2016, pp. 126-145), lo que no quiere decir que se pierda de
vista la totalidad. Lo que para Ellacuría ocurre es que existen sectores
inscriptos en uno de los bandos antagónicos de la división de clase que
falazmente totalizan su perspectiva, cuando, en verdad, en el marco de una
praxis dividida y conflictiva inexorablemente se debe reconocer que el todo es
entendido siempre desde una parte, aun cuando
al hacerlo explícita y sistemáticamente
configuran y cualifican el todo, pero no lo reducen, al menos en principio,
pues reconocen la existencia de un todo dialéctico, en el cual una parte
reclama a la otra y constituye con ella una unidad, un todo dialéctico,
cualificado por esa "relación" opuesta, negativa, entre las dos
partes. (Ellacuría, 2000b, p. 803)
Pues
bien, para asumir la totalidad desde una de las partes contrapuestas y
orientarla crítica y creadoramente en orden a la liberación solo es posible si
la filosofía, como momento teórico de la praxis histórica total, “se sitúa
adecuadamente dentro de esa praxis liberadora” (Ellacuría, 1991, p. 108). Justamente, cuando hay un particular interés
teórico y práctico –en el caso de Ellacuría es evidente un “interés por la
liberación”—, es necesario una “apropiación,
una aclaración del mismo, en el
sentido de hacerlo reflexivo en un proceso de confrontación con y justificación
de su pretensión de validez.” (Romero Cuevas, 2016, p. 143). En virtud de esto,
es posible delimitar con precisión el locus
desde el que se accede a lo social, orientar adecuadamente la dirección de
acceso y definir los límites de su horizonte.
pero, al mismo tiempo, es la condición de
posibilidad de un acceso a lo social ético-políticamente significativo para las
posiciones interesadas en un ordenamiento cualitativamente diferente de la
estructura social en una dirección superadora de los estados de injusticia y
dominio considerados como intolerables. (Romero Cuevas, 2016, p. 144)
Desde el
punto de vista de Ellacuría, para llevar a cabo una apropiación y aclaración
del propio interés que define una nueva situación hermenéutica es menester
determinar el “lugar-que-da-verdad”. Este es un locus epistemológico y ético-político, el cual consiste en un
momento teórico y de opción iluminada. En el primer caso, es necesario realizar
un discernimiento crítico de las fuerzas dominadoras y liberadoras de la
historia, con la intención expresa de optar por las perspectivas liberadoras,
no solo por lo que implica éticamente, sino también por su potencial crítico
desideologizador y creativo en sentido filosófico. En el segundo caso, se lleva
a cabo una valoración ética de la situación histórica, en la cual la
no-justicia y la no-libertad se asumen como hechos primarios; y, en un segundo
paso, se realiza una valoración teórica por la cual se aprecia que la
injusticia y la no-libertad son unas de “las represiones fundamentales de la
verdad” (Ellacuría, 1991, p. 115).
En
resumidas cuentas, reconfigurada la propia situación hermenéutica u horizonte
histórico-práctico del saber, es posible definir apropiadamente “el qué de la
liberación, el modo de la liberación y el adónde de la liberación; el paso del
previamente al definitivamente, el paso de la anticipación a la com-probación
[que] dará por resultado una filosofía original y liberadora.” (Ellacuría,
1991, p. 108). De este horizonte histórico-práctico es posible una asunción de
la totalidad de la realidad socio-histórica en orden a su transformación.
Nuestro
recorrido amerita destacar una serie importante de puntos donde se visualizan
convergencias y divergencias con la tradición hermenéutica e, inclusive, con la
posición habermasiana sobre la hermenéutica.
Desde el
enfoque de la hermenéutica el conocimiento está particularmente condicionado
por la tradición, articulada en forma de prejuicio y autoridad. Es decir, hay
una pertenencia al horizonte de expectativas simbólicamente constituidas por
ella. La posición habermasiana supo exponer con lucidez la necesidad de un
distanciamiento crítico, que en cierto modo encontrábamos en Heidegger en su
distinción de un modo impropio de autocomprensión del Dasein que deriva en un
modo equivocado de inserción en el círculo hermenéutico, a menos que el Dasein
pudiera apartarse de la interpretación dominante de su época.
La
particularidad del enfoque habermasiano radica, por un lado, en el
desconocimiento por parte de la hermenéutica de las formas veladas de poder y
violencia que se vehiculizan a través del lenguaje, medio inexorable por el
cual se lleva a cabo la interacción comunicativa en orden a los planes de
acción conjunta de los sujetos; y, por el otro, de los símbolos sepultados en
el inconsciente que sistemáticamente distorsionan la comunicación. De esto deriva
la necesidad de una autorreflexión hermenéutica ‒fundada en
el interés por la emancipación‒, en función
de la cual puede tomar conciencia de los presupuestos inconscientes que rigen
sus pautas de acción, con el objeto de lograr una interacción comunicativa
sin trabas y sin límites.
La
posición ellacuriana acentúa un conjunto de condicionamientos extra teóricos
más amplios y complejos, desde las estructuras biológicas, pasando por los
condicionamientos materiales y socio-políticos, hasta los de orden inconsciente,
los cuales definen la situación hermenéutica del agente. Los condicionamientos
históricos definen el estatus perspectivista del saber, el cual, en la medida
en que no lleva a cabo una reflexión crítica y sistemática resulta ser un mero
reflejo de la ideología dominante de un momento histórico determinado. Por consiguiente, en el contexto de una
praxis socio-política profundamente conflictiva y dividida es una tarea
imprescindible un proceso de autorreflexión hermenéutica en función del cual se
esclarezca y apropie de manera adecuada del propio interés liberador. De esta
manera, es posible delimitar y orientar adecuadamente la praxis teórica
liberadora, tanto en su carácter crítico desideologizador como creativo.
Las
diferencias significativas entre ambas posiciones las encontramos en dos puntos
neurálgicos: en primer lugar, en Gadamer y Habermas hay una priorización del
diálogo, sin embargo, este último, al subrayar las formas solapadas de
violencia concluye que el diálogo irrestricto y sin coacciones es un ideal
regulativo de la acción conjunta, no una realidad. En la posición de Ellacuría,
no hay una pretensión de diálogo explícita, sino de transformación social y
política de la realidad, orientado por un nuevo modelo civilizatorio. En
segundo lugar, hay una diferencia significativa en la tematización de los
intereses, algo ya destacado por Romero Cuevas (cf. 2016, pp. 141-144), pues en
el caso habermasiano los intereses rectores del conocimiento tienen un estatus
trascendental, es decir, son constitutivos de todo conocimiento. El caso
ellacuriano está más próximo a la perspectiva de Horkheimer (2003) de un
interés por la emancipación de carácter estrictamente histórico.
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[1] Las páginas que citamos corresponden al texto “Hacia una
fundamentación del método teológico latinoamericano”, del año 1975, en el cual
se observa el claro perfil hacia una filosofía anclada en la realidad
histórica, en terminología zubiriana refiere a una comprensión físico-real.
[2] El enfoque filosófico de Habermas tiene un punto de inflexión con
su obra Teoría de la acción comunicativa,
debido a que asume un posicionamiento más próximo a la filosofía tradicional al
proponer un discurso teórico formal sin tematizar las raíces histórico-sociales
concretas del mismo. Es decir, entra en una etapa post-hermenéutica y
post-teórico crítica en relación con la concepción de Horkheimer (cf. Romero
Cuevas, 2016, p. 49).
[3] Véase también: (Romero Cuevas, 2008, 2018)
[4] Posiciones como la de Romero Cuevas (2008, 2018; Tamayo Acosta y
Romero Cuevas 2019) tienden a identificar casi completamente a Ellacuría con
una posición afín a la teoría crítica, hecho del cual estamos parcialmente de
acuerdo, ya que nos parece que pierde de vista aristas de su pensamiento que no
permiten una reconstrucción del mismo en toda su complejidad.