¿En qué sentido el
problema de las escalas puede resultar significativo para la discusión sobre el
Antropoceno? ¿En qué sentido hablar de escalas puede servir para evaluar las
implicaciones de este fenómeno crucial para el campo específico de la
antropología filosófica? En primer lugar, el fenómeno mismo del Antropoceno es,
si seguimos a Timothy Clark (2015), un “efecto emergente de escala”. De hecho,
se trata de un fenómeno que involucra pequeñas acciones humanas (calentar una
casa, comprar vajilla de plástico, tomar un avión, cargar combustible, etc.)
que en conjunto concluyen dando forma a un nuevo evento físico que altera los
ciclos ecológicos básicos del planeta. Como tales, se trata de efectos que no
están previstos necesariamente y no son percibibles en la escala individual de
agencia. De hecho, la escala del fenómeno impide que los humanos puedan
experimentarse a sí mismos como especie o como fuerza geológica (Dürbeck y
Hüpkes, 2022). Es probable que nadie desee intencionalmente contribuir a los
efectos devastadores del cambio climático cuando lleva adelante estas
mini-acciones cotidianas. Tampoco las grandes corporaciones que arrasan con
territorios de bosque tienen intenciones precisas relacionadas con producir
debacles ecológicas, sino en todo caso con producir más ganancia, es decir,
extraer (cada vez más) valor de ciertos recursos naturales concretos. Sea como
fuere, si acordamos con esta caracterización minimalista del Antropoceno
provista por Clark, es viable trazar una serie de vínculos entre estos dos
conceptos y explorar algunas de sus implicaciones para distintas áreas de
interrogación filosófica.
El otro fenómeno
relacionado con las escalas que marca a fuego la constitución misma del
Antropoceno como época geológica tiene que ver con los métodos puntuales que
llevan a la detección de algunas de sus características a nivel planetario. Pensemos,
por ejemplo, en el denominado “calentamiento global”. La paradoja que
encontramos allí es que, como bien indica Bratton (2019), las sofisticadas
tecnologías de computación planetaria que permiten por un lado detectar el
fenómeno son las mismas que contribuyen, por su acción masiva y extendida, a
mantenerlo y estabilizarlo. De modo que algunas de las problemáticas
relacionadas con este fenómeno no son independientes de los modos materiales de
detección y conceptualización que nos permiten aproximarnos a él.
Si consideramos
seriamente estos dos aspectos, aquello que surge es la necesidad de hallar
tanto un vocabulario como un foco de análisis adecuados para conceptualizar y
enfrentar luego estratégicamente las consecuencias destructivas de este fenómeno.
En la medida en que se trata de un evento cuya naturaleza y cuya lógica de
despliegue no son independientes de nuestros conceptos o herramientas de
acceso, se abre la exigencia de encontrar una escala adecuada para acceder
coherentemente a este fenómeno. Esta consideración nos hace pensar en la
necesidad de explorar críticamente la misma idea de escala y sus
distintas dimensiones. Las siguientes secciones de este trabajo se ocuparán de
indagar dichos aspectos.
1.
Aproximación al concepto de
escala
En cierto modo, el
problema de las escalas puede ser considerado como una especie de problema
transversal a múltiples subdisciplinas científicas y filosóficas. En cuanto
objeto problemático, las escalas constituyen un asunto relevante en
antropología, sociología y geografía (Summerson y Lempert 2016). En paralelo,
su uso en diversas ciencias naturales es una especie de mecanismo metodológico
cajanegrizado. Pero ¿qué es, en sentido estricto, una “escala”? En términos de
la relación práctica entre humanos y ambientes, la escala es una construcción o
“artefacto cognitivo” que permite un cierto acceso al ambiente y posibilita su
control en cierto grado. Como bien indica Chakrabarty (2022, p. 231), si bien
las formas de escalar son socialmente producidas, el escalar como tal deviene
naturalmente en los humanos.
No hay observación sin
algún tipo de escala, ya sea desde una perspectiva de primera persona (“cerca”,
“lejos”, “aquí”, “mucho tiempo”) hasta los estándares que permean la labor de
los instrumentos de medición (grados centígrados, kilogramos, centímetros,
kilómetros, minutos, días, segundos). Al mismo tiempo, no hay escala sin
observadores cuyo despliegue histórico-cultural puede indicar alteraciones en
los estándares de medición. La escala se corporiza efectivamente en estándares
concretos y culturalmente diversos que tienen su propio modo de existencia.
Incluso si bien es cierto que los sistemas de medición “universales” son
estándares que operan sobre la base de cierta homogeneidad mínima de
acción/percepción entre poblaciones, también es razonable pensar que podría
narrarse una cierta historia del imperialismo o el colonialismo si seguimos de
cerca el impacto geopolítico de los estándares y sus dispositivos materiales
(Lawler 2022).
Así formulado, el
problema de las escalas se conecta de manera natural y directa con ciertas
discusiones actuales de filosofía de la tecnología y, a la vez, con otros
problemas políticos, ontológicos, epistemológicos y metodológicos. En las
siguientes secciones intentaremos realizar un breve mapeo de estas dimensiones
del problema de las escalas.
2.
Dimensión
epistemológica-metodológica
Como bien ha sugerido
Marilyn Strathern (2004), las escalas representan la organización de
perspectivas sobre objetos de conocimiento e indagación. Para la antropóloga
británica, el análisis antropológico en su misma esencia es una tarea de producir
escalas (scale-making). Los antropológos deben encontrar modos para
acoplarse con la complejidad cultural que enfrentan para hacerla legible, y
luego moverse entre diferentes series de miradas, focos y grados, como
diferentes modos de acercarse al objeto como algo distintivo, singular,
compuesto o metonímico (Summerson y Lempert, 2016).
Para explorar esta
dimensión metodológica inherente a las escalas, pensemos en uno de los
fenómenos más característicos del siglo XXI: la enorme infraestructura material
que permite la interacción digital cotidiana. ¿Cómo enfrentar conceptualmente
este tipo de fenómeno extendido que, a su vez, se alinea con la decisiva
capacidad geoformadora de nuestra especie? Crawford (2022) sugiere precisamente
que cuando abordamos un fenómeno que opera en escalas espacio-temporales muy
heterogéneas -tal como el de la infraestructura de la inteligencia artificial
realmente existente- debemos usar una perspectiva de Atlas que integre
coherentemente una colección de partes dispares que varían su resolución desde
lo panorámico hasta lo micro. El Atlas brinda la posibilidad de un acercamiento
topográfico que visibiliza distintas perspectivas, atraviesa paisajes y aplica
distintas escalas de análisis (Crawford 2022, p. 55). El objetivo es examinar
la materialidad de las redes que permiten la vida digital a través de una
estrategia de desplazamiento de zoom in y
zoom out que se mueve desde los
procesos de oxidación y corrosión que afectan a las vigas de hierro de un
puente hasta el Antropoceno en cuanto época geológica, pasando por las
instancias intermedias en las que se enmarañan las prácticas de diseño y producción
de artefactos, la creación de ambientes controlados, y las diversas modalidades
de hackeo y de desobediencia tecnológica que operan tanto en el ámbito artefactual
como en el infraestructural.
Un segundo caso de
análisis seguramente brindará más precisiones sobre las relaciones entre
escalas y Antropoceno. Quizás la pandemia de Covid-19 constituya uno de los
casos más patentes de fenómeno multi-escalar, uno tal que requirió para su
extensa tramitación un conjunto de respuestas multi-escalares (titubeantes y
experimentales al inicio) por parte de distintos agentes. En terminología
simondoniana podríamos decir que una pandemia como la de Covid-19 no puede ser
comprendida coherentemente sin analizar, al mismo tiempo, las dimensiones
preindividual, individual y transindividual que involucran al virus como agente
patógeno, sus condiciones híbridas de surgimiento y mantenimiento, y su
distribución a velocidades extremas a través de los sistemas globalizados de
transporte (Parente 2024). Para comprender cabalmente el significado y la
extensión de esta pandemia fue necesario enfrentar y gestionar delicadamente
escalas espacio-temporales muy diversas en juego: la del virus y la de sus
novedosas variantes a lo largo del tiempo, la de los individuos enfermos, la de
los grupos de riesgo que fueron descubriéndose en el mismo curso pandémico; la
escala de las comunidades pero también la escala de las distintas legislaciones
locales e internacionales, la escala de la producción de medicamentos y también
la de su operatividad. En resumen, la dinámica de una pandemia involucra
agencias heterogéneas multi-escalares situadas en espacialidades y
temporalidades diversas. Y, en ese sentido, solo ciertos vocabularios y
sensibilidades sistémicas, como el de cierta epidemiología, mostraron ventajas
explicativas a la hora de gestionar este tipo de complejidad agencial que
caracterizó al momento pandémico.
Por último, es
importante señalar que el problema de las escalas aparece también en clave
epistemológica en la discusión de filosofía de las ciencias en torno a los
distintos dispositivos técnicos que permiten conocer la realidad. Más
concretamente, el problema de las escalas aparece con el asunto de los modelos
(Baird 2004), por ejemplo, el modelo a escala del sistema solar hecho en hierro
que muestra los movimientos de los planetas y sus órbitas. Los modelos como
éste están necesariamente hechos a escala, y en tal medida replican aspectos
del mundo mientras que, al mismo tiempo, agregan otras configuraciones por
motivos de funcionamiento que no necesariamente forman parte del objeto
representado (los alambres de metal que sostienen las órbitas no representan
nada real, sino que solo sirven de sostén material para indicar el tipo de
desplazamiento que realiza un planeta). Como se habrá notado, en este nivel de
análisis el problema de las escalas anuda a observadores con dispositivos de
medición y estándares.
3.
Dimensión ontológica
Los procesos materiales
que constituyen el flujo del mundo responden a lógicas escalares, más allá del
grado de precisión y fiabilidad que tengan nuestros mecanismos de detección.
Gilbert Simondon (2008), entre otros, ha abordado este problema a partir de su
idea de “órdenes de magnitud”. Los procesos físico-químicos que ocurren en la
materia (viviente o no) tienen regularidades que no dependen en absoluto de las
proyecciones o conocimiento humanos. El problema de las escalas aparece en
Simondon como el problema de los niveles de organización de la materia y sus
procesos, y está ligado al modo en que las cosas operan entre sí. Por ejemplo,
para el filósofo francés existen diferencias de operación entre el nivel de lo
físico, lo orgánico, lo psíquico, y lo social. Cada nivel de organización, en
esta perspectiva simondoniana, es requisito imprescindible para la emergencia
del otro nivel.
Ahora bien, la
referencia a niveles de organización a la vez independientes y entrelazados
pragmáticamente pone el foco en el rol de las interfaces. Precisamente el rol
fundamental de las interfaces es actuar como mediadores entre órdenes de
magnitud diversos. Cuando hablamos de interfaces no necesariamente estamos
refiriéndonos a objetos artificiales. No todas las interfaces son creadas
artificialmente. La piel humana, por ejemplo, no es una creación (al menos no
una intencionalmente direccionada) y cumple un papel como intermediario entre
diversos niveles de organización. Las interfaces operan como membranas de
interacción que comunican dos órdenes de magnitud distintos, es decir,
distintas “escalas” de procesos.
Por otro lado, podemos
pensar otras ideas pregnantes en las ciencias biológicas que apoyan esta
comprensión de niveles de organización escalar. La noción de simbiosis
(Margulis 1991, Haraway 2019), por ejemplo, sugiere que hay ciertas
interacciones recursivas sostenidas entre diversas especies que generan una
cierta dependencia entre sus líneas evolutivas. Pensemos, por ejemplo, en la
microbiota intestinal humana que coopera en la digestión del alimento. En este
caso, el anfitrión es uno más de los organismos que componen esa comunidad ecológica,
pero también es su “paisaje”. Esta comunidad ecológica tiene diferentes tamaños
y escalas temporales que interactúan en relaciones heterogéneas e
interdependientes.
Por último, un ejemplo
que muestra de manera más radical esta convergencia de escalas
espacio-temporales es el ya célebre sintagma We are all made of stars: los componentes químicos de los que
estamos hechos (el calcio o el fósforo de nuestros huesos, por ejemplo) son los
mismos materiales que conforman a las estrellas. Si bien ellos son parte de
nuestra identidad como especie biológica tardía en la historia de la evolución,
en verdad dichos materiales provienen de eones atrás de la aparición de nuestra
especie. En este sentido, hay un switch de escala temporal que resulta
muy difícil de captar conceptualmente en nuestra escala histórica (Puig de la
Bellacasa, 2021). Este enrarecimiento de la mirada permite encontrar
continuidades extrañas pero reales entre nuestros huesos actuales y un mundo
estelar que desapareció hace millones de años. Este tipo de imaginación que
desafía claramente el sentido común que pone su peso en lo sincrónico resulta
una buena estrategia para pensar continuidades y rupturas en las escalas
espacio-temporales.
4.
Dimensión política
El problema político de
las escalas no es un asunto reciente en la discusión de las humanidades. Por el
contrario, es dable pensar que existe una cierta tendencia en el pensamiento
ambiental en los últimos cincuenta años a considerar que la construcción de una
comunidad viable y sustentable está directamente relacionada con la cuestión de
la escala, en particular con el tamaño de una población. Un mismo proyecto de
comunidad justa y sustentable puede ser viable para una organización de veinte
mil personas y, al mismo tiempo, resultar absolutamente inviable para una
comunidad de dos millones de personas.
Una reflexión
paradigmática en este sentido es la que ofrece el teórico anarquista austríaco
Ivan Illich en su obra La convivencialidad (1973). En este libro, Illich
explora cuestiones cruciales de diseño social y enfatiza las ventajas de los
sistemas descentralizados de tecnología que tienden a no generar dependencia
externa al tiempo que reconoce que las comunidades cuya dinámica se puede
prestar a alojar dichos sistemas tienen un límite determinado. La
productividad, el consumo y el crecimiento no pueden pensarse en abstracto, es
decir, por fuera de una escala poblacional determinada en el contexto de un
ambiente que ofrece también una cantidad limitada de recursos destinada a dar
forma a una cierta economía. Algo similar señala también Langdon Winner (1987)
al indicar cómo ciertos sistemas centralizados de energía y transporte son más
proclives a funcionar en comunidades urbanas muy extendidas que favorecen a su
vez la centralización y la asimetría de poder a la hora de tomar decisiones
sobre el bien común. La conclusión convergente de estas posiciones puede
resumirse en la idea de que, en la planificación de diseño de comunidades, el
tamaño importa, esto es, la escala es una suerte de a priori de la
imaginación política.
Tal vez el conflicto
más patente en nuestro ámbito de discusión entre el problema de las escalas y
la imaginación política es aquel que Timothy Clark (2015) ha denominado
“miniaturización”. Este movimiento sucede cuando ciertas teorías o activismos
políticos reivindican una cierta descripción del mundo provista en una novela u
obra artística, y suponen que su aplicación al mundo real no resulta en sí
misma problemática, es decir, cuando se ignoran las cuestiones de escala que
favorecen ciertos escenarios e inhiben la emergencia de otros. Aquí surge la
falacia del scale-framing, que consiste en ofrecer una auto-afirmación
de un cierto nivel individual como programa o plataforma para aplicar en otro
nivel mayor de organización. Por ejemplo, reivindicar las ventajas ambientales
de la agricultura orgánica desestimando que ese modelo tiene un límite de
producción que no se ajusta a las dinámicas de poblaciones de grandes centros
urbanos, precisamente las que caracterizan a la vida realmente existente
en el Antropoceno.
En resumen, las tensiones de la relación entre escalas y política parece
orientarse a la idea de que ciertos proyectos
justos y sustentables pueden funcionar solo en una cierta escala, es decir,
para comunidades relativamente pequeñas, pero la eficacia del sistema comienza
a decrecer si consideramos un aumento de la cantidad de población humana y el quantum
de energía requerida para su funcionamiento.[1]
Una posición teórica que toma esta idea como punto de partida programático es
la de Benjamin Bratton. Su libro The Terraformation (2019) captura de
manera explícita la importancia de las escalas para afrontar problemas de orden
político. De hecho, su apuesta es radical en la medida en que propone la
necesidad de una reflexión sistemática sobre los niveles de organización de las
sociedades capitalistas de siglo XXI montada sobre la idea de “the stack” (la
pila). Este último es un concepto que aborda el problema de la escala en sí
mismo. Esa pila es precisamente un conjunto multi-escalar que permite la
computación a escala planetaria: tierra – nube – ciudad – dirección –
interfaz – usuario (Bratton 2015). La enorme mayoría de nuestras
transacciones cotidianas en el mundo material están montadas hoy sobre esta
infraestructura atendiendo a una dinámica dentro de la cual los elementos del
sistema ya no están diseñados sobre la base del individuo y sus esquemas de
percepción y acción sino, en todo caso y cada vez más, su diseño responde a la
finalidad de posibilitar la comunicación entre máquinas y dispositivos entre
sí.
A su vez, tal como
ciertas líneas materialistas en investigación sobre medios (Parikka 2015, Berti
2022, Crawford 2022) han señalado, lo propio del tipo de producción que
requiere un mega-sistema como el corporizado en The stack es la
generación y mantenimiento de enormes infraestructuras materiales que requieren
un insumo energético y de uso de materiales a una escala distinta a la de
producción de artefactos. En cierto modo podríamos afirmar que, por la
envergadura del emprendimiento, por la escala de inversión y la escala de extracción
de materiales necesarios para su construcción, elegir una infraestructura es,
de cierta manera, elegir un modo de vida y una cierta relación con el ambiente
socionatural (Parente, 2024).
Por último, es
imprescindible señalar que hay otras perspectivas que enfatizan,
deliberadamente o no, la importancia de tematizar las escalas como herramienta
de conceptualización de problemas políticos. Podríamos pensar en la clave de
lectura que han introducido los feminismos en el vocabulario contemporáneo
cotidiano: lo personal es político. Esta reivindicación anti-patriarcal
desafía las escalas tradicionales donde se situaba lo público y lo privado, e
interpela de manera directa a las ideas tradicionales acerca de cuál es la
esfera apropiada en la que se juega la cuestión de vivir bien. También las
tensiones conceptuales derivadas del problema de la globalización representan
un mecanismo similar: lo local, lo global, lo “glocal”. Algo similar puede
afirmarse sobre las discusiones contemporáneas en filosofía de la tecnología
que oponen programas universalistas (computación planetaria “diseñada” en el
marco de otro Antropoceno) y la agenda de la cosmopolítica y los
reclamos por restaurar cierta “tecnodiversidad” (Hui 2020). En este sentido, si
seguimos el breve recorrido realizado en esta sección, podemos afirmar que
buena parte de la discusión política contemporánea se ha visto atravesada por
el problema metodológico y ontológico de las escalas.
5.
Consideraciones finales
Este trabajo ha
procurado mostrar la importancia de una tematización filosófica de las escalas
como medio para indagar el fenómeno del Antropoceno. Hemos partido del
diagnóstico del Antropoceno como un “efecto emergente de escala” para luego
ocuparnos de ofrecer una cartografía mínima de tres dimensiones de problemas
escalares: metodológica/epistemológica, ontológica y política. Si bien
efectivamente existen cruces y solapamientos entre estas tres dimensiones (que
no hemos podido abordar aquí por cuestiones de extensión), lo cierto es que la
intuición general que se desprende del anterior argumento es que analizar
fenómenos que involucran relaciones de hibridación entre humanos y ambientes
requiere un cuidadoso ejercicio de desplazamiento a través de múltiples
escalas.
En este sentido cabe
preguntarse qué ofrece esta discusión y el mapeo sobre las escalas al territorio
específico de análisis de la antropología filosófica. ¿Cuáles son las
implicaciones que podría tener este abordaje para la búsqueda de una cierta
naturaleza humana? En primer lugar, deberíamos reconocer que el ambiente dentro
del cual se despliega lo humano es un tipo de realidad multi-escalar que corre
tanto interna como externamente. Nuestros cuerpos cumplen un rol de “paisaje”
para las bacterias intestinales que han entrado -desde hace milenios- en
relación de simbiosis con nosotros. La tolerancia a la lactosa o a los cereales
es una adaptación relativamente reciente en términos evolutivos que ya se ha
integrado también a nuestro hardware biológico, un hecho que desafía las
perspectivas tradicionalmente dualistas que separan entre dos tipos de herencia
(biológica vs. cultural) cuyos recorridos no se tocan. En todo caso, si la
pregunta crucial de la antropología filosófica sigue siendo cuál es la
singularidad humana y cómo es posible acceder a ella significativamente, lo
cierto es que tal singularidad sólo puede comprenderse abordando de manera
consistente la realidad multi-escalar donde opera lo humano. Si seguimos esta
intuición, no parece haber alternativa para una aproximación esencialista que
fije, de una vez y para siempre, una propiedad inmutable que nos caracteriza de
manera definitiva y suficiente. De este modo, una tematización filosófica de
las escalas contribuye a una perspectiva anti-esencialista en antropología
filosófica.
En paralelo, un segundo
impacto de este énfasis en las escalas consiste en proporcionar un enfoque
centrado en las relaciones como constitutivas de las propiedades emergentes de
las entidades (entre ellas, los humanos). De acuerdo con este enfoque
relacionista, la singularidad humana no está atada a una esencia fija, sino a
un tipo de relación particular con el ambiente material e histórico.
Precisamente estudiar las escalas permite pensar las hibridaciones que
constituyen y estabilizan propiedades humanas a lo largo de su extensa
co-evolución con otras entidades. En este sentido, la indagación sobre las
escalas favorece una mirada centrada en los procesos antes que en las esencias
o propiedades fijas. Y, al mismo tiempo, nos hace notar que ciertos rasgos que
generalmente asociamos a nuestra singularidad (cultura acumulativa, tecnología,
creatividad artificial, etc.) no son puntos de partida sino, más bien, puntos
de llegada de una trama compleja de co-evolución entre entidades que
interactúan entre sí y se co-constituyen a lo largo de miles de años. Pensar a
través de las escalas debería conducirnos a aceptar que la configuración de un
virus (que logramos detectar y resulta significativo para nuestra especie) está
parcialmente constituida por nuestra configuración, así como nuestro propio hardware
biológico es un resultado de largo aliento de relacionarnos durante miles de
años con entidades como cereales domesticados, vacas y bacterias.
Referencias
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[1] Esta conexión
entre escala y proyecto de diseño urbano vista a través del criterio de la
energía está de algún modo anticipada en el artículo pionero de Leslie White
(1943) sobre la evolución cultural humana. Una investigación mucho más reciente
que analiza el devenir histórico a partir del criterio de producción y uso de
energía es Smil (2017 y 2022).

